"El que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos"
¿Quién es el más grande, el más potente, el que gana en la sociedad y en la Iglesia, en la política y en el mercado?
Esta pregunta atraviesa las relaciones, orienta las opciones, determina las estrategias. Es la lógica dominante, a la que recurrimos incluso inadvertidamente, quizás en el deseo de brindar resultados positivos y eficientes a quienes nos rodean.
Aquí el evangelio de Mateo muestra a los discípulos de Jesús que, después de haber aceptado el anuncio del Reino de los Cielos, quieren conocer los requisitos para ser protagonistas en el nuevo pueblo de Dios: "¿Quién es el más grande?".
Por toda respuesta, Jesús realiza uno de sus imprevisibles gestos: coloca a un niño en el centro de la pequeña afluencia. Y acompaña este gesto con palabras incuestionables..
"El que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos".
Frente a una mentalidad competitiva y autosuficiente, Jesús contrapone el elemento más débil de la sociedad, el que no tiene roles de los que vanagloriarse y a los cuales defender; el que es dependiente en todo y confía espontáneamente en la ayuda de los demás. Sin embargo, no se trata de aceptar un papel pasivo, de renunciar a ser propositivos y responsables, sino de cumplir un acto de voluntad y de libertad. En efecto, Jesús exige que nos hagamos pequeños, lo cual requiere voluntad y compromiso para realizar un cambio de rumbo.
"El que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos".
Es así como Chiara Lubich profundizó las características del "niño evangélico": "El niño se abandona con confianza a sus padres, cree en su amor. El cristiano auténtico, como el niño, cree en el amor de Dios, se entrega a los brazos del Padre celestial, deposita en él una confianza ilimitada. Los niños dependen totalmente de los padres. También nosotros, ‘niños evangélicos’, dependemos en todo del Padre. Él sabe qué necesitamos antes de que se lo pidamos, y nos lo da. El mismo Reino de Dios no se conquista, sino que se lo recibe como un regalo de las manos del Padre".
Chiara subraya luego cómo el niño confía plenamente en el padre y todo lo aprende de él. De la misma manera: "El ‘niño evangélico’ depone todo en la misericordia de Dios y, olvidando el pasado, comienza cada día una vida nueva, favorable a las sugerencias del Espíritu, siempre creativo. El niño no aprende a hablar solo, necesita ‘quien se lo enseñe. El discípulo de Jesús lo aprende todo de la Palabra de Dios hasta hablar y vivir según el Evangelio".
El niño imita a su padre. "Así el ‘niño evangélico’ ama a todos porque el Padre ‘hace salir el sol sobre buenos y malos, llover sobre justos e injustos’; es el primero en amar porque él nos amó cuando éramos todavía pecadores; ama gratuitamente, sin interés porque así lo hace el Padre celestial" (1).
"El que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos".
En Colombia, Vicente y su familia atravesaron la dificultad de la pandemia en un régimen de cuarentena muy estricto. Así nos escribe: "Cuando comenzó el estado de sitio, la vida cotidiana cambió de repente. Mi mujer y nuestros dos hijos mayores tenían que preparar algunos exámenes universitarios; el más pequeño no lograba adaptarse al estudio virtual. En casa nadie tenía tiempo de ocuparse de los demás. Mientras este caos estaba a punto de explotar, comprendí que era una oportunidad para poner en práctica el arte de amar en nuestra ‘nueva vida’ del Evangelio. Me puse a ocuparme de la cocina, a preparar la comida, si bien no soy un experto cocinero. Tampoco soy muy esmerado con la limpieza de la casa, pero comprendí que con ello atenuaría las ansias cotidianas de la familia. Lo que comenzó como un acto de amor por un día se multiplicó durante varios meses. Al acabar con sus compromisos, también los otros miembros de la familia se ocuparon de la casa y de la ropa. Juntos constatamos que las palabras del Evangelio son veraces y que el amor creativo sugiere cómo ordenarlo todo".
(1) C. Lubich, Palabra de vida de octubre de 2003.