"La vida monástica se basa en la vida de adoración y la del trabajo, vivimos bajo la regla de San Benito. Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir vivimos bajo esa regla", sintetiza Zavalía.

El, por su inclinación sacerdotal, puede ayudar al clero en su labor diaria. Por ello estará hasta octubre en General La Madrid acompañando al padre Eduardo Campion.

Nacido en pleno centro de Buenos Aires pero criado desde los 12 años en Piñeyro (Coronel Suárez), Luis Zavalía cuenta que "más que elegir la vida sacerdotal fui elegido. Se inició en el Ejército, en Pigüé, ahí descubrí que había otras historias de vida, otros dolores, que había muchachos que no habían tenido las mismas oportunidades que yo. La fe la tenía por mi familia, pero eso me acercó más al otro y me planteé que quería ayudar, en el medio es un proceso largo para servir".

A fines de la década de 1980 comenzó su vida en el clero y eligió la monástica. "A veces uno se pregunta qué hubiera pasado si no hubiese elegido esto, pero soy realista y agradezco el camino hecho. Este es el que Dios quiso, los otros son potenciales y esto es la realidad", dice.

Llegó a la ciudad de La Madrid para "colaborar y compartir desde lo pastoral, pero también en la fraternidad sacerdotal. Con Eduardo nos entendemos muy bien y tengo una gran gratitud con la diócesis de Azul", cuenta sobre su relación con el padre Campion, y recuerda con cariño a otros dos curas que pasaron por la ciudad: Enrique Germade y Juan Angel Del Giorgio.

"La gente me recibió bien. Son mi gente, porque soy de la zona y no me es extraño", comenta Zavalía sobre cómo fue la recepción de la comunidad.

La Iglesia y la sociedad

"He estado en otros pueblos y otros países, he estado con otra gente y me recibieron bien, pero acá tengo el plus de que es mi cultura, porque desde los 12 años viví en Piñeyro. Soy del interior bonaerense, donde los pueblos son muy chicos que son muy distintos al AMBA", menciona Luis Zavalía.

Hace un año dejó la vida monástica, donde volverá al concluir su tarea en La Madrid. Los primeros meses fuera del Monasterio estuvo en una parroquia en el partido de Tigre.

"Hay una gran diferencia con lo que ocurre en el interior. Es distinto el desafío de un sacerdote de las grandes urbes a los del interior: en el Gran Buenos Aires tiene que ver con lo social y en el interior la realidad es otra, hay otras distancias. Es distinto el trato y la relación. Acá te sentís como en casa porque los pueblos son como una familia y allá te conocen los del barrio, pero no es un tema eclesiástico sino antropológico", apunta.

Sobre la relación entre la Iglesia y la comunidad opina que "hay un cambio de época y cultural donde los cambios generacionales son más rápidos e intensos. Estamos en un cambio de época, pero la gran paradoja es que nos vamos pareciendo mucho a los primeros cristianos: eran minoría en la masa".

"Hay que tener esperanza, porque podrá ser menos la cantidad pero al fin y al cabo este es un mundo de minorías, pero no menos de fervor", razona.

"Puede ser que haya menos cantidad de fieles, pero los noto con fervor, no fanáticos, y eso es un foco de esperanza, porque la fuerza del cristiano está en la comunión con cristo y a través de él con nuestros hermanos", indica el Monje.

El clérigo insiste en la necesidad de "acompañar al otro" y cita a San Pablo. "Hay que llorar con los que lloran y reír con los que ríen". "Si estás sufriendo, no te voy a preguntar si viniste a misa, sino que voy a tratar de estar cerca de ti", recalca.

"La gente necesita acompañamiento y la escucha. A veces te tenés que sentar y escucharlos, después le das una idea y confían en la oración. La oración no es sólo decir una fórmula, sino cuando vas por la calle y tenés un profundo deseo de Dios empezás a orar", marca Zavalía.

"En los momentos extremos le pedimos a Dios, es así. En los momentos difíciles, y no está mal, nos acordamos del Señor", concuerda.

"Madurás en la fe y las relaciones cuando también gozamos de los momentos de alegría, cuando crece la relación también está en los momentos malos y en los buenos. Cuando la gente comienza a relacionarse con Dios desde una vida interior comienza a gozar los momentos buenos, no solamente pide en los momentos malos sino que también le agradece en los buenos", mantiene.

"El creyente cree en Dios, le pide y le reclama, el discípulo le pregunta qué quiere Dios de él. Nuestras relaciones crecen más que con el pedir. Como ministros tenemos que acompañar en su momento de vida", recalca.

"La base de la fe es acercarse a la gente y acompañarla en los procesos. La confianza se gana en la calle. Me veo como un instrumento del Señor y creo en la gracia de él en lo que estoy haciendo, es cada vez más fuerte el gesto con el otro, el gesto con el otro te acerca y hablas de Dios de esa manera que imponiéndole", concluye Luis Zavalía.