La charla es amena y distendida, a veces se emocionan los protagonistas y con su relato llevan a imaginar ese momento.

Ante la primera pregunta, Ariel Garay toma aire y se afloja "¿Cómo se vive la carrera desde la orilla?" Ríe y contesta: "es complicado", dice, y Alejandra, a su lado asiente.

"Ella se fue a las nueve menos cuarto y apareció a las 13.30", cuenta el papá y hace un silencio. Enseguida la mamá de Ailín toma la posta y prosigue el relato de cómo vivieron la competencia en la que la juvenil completó 20 kilómetros. "Al principio estaba tranquila. Cuando ella corre, él se aparta y se queda solo con los largavistas y no dice nada; cuando empezaron a aparecer los primeros, me agarraron los nervios, porque estás esperando y no los podés identificar por la brazada", detalla.

"Estás quietito, esperando. Otro papá me avisó que venía llegando y ahí salimos corriendo porque pensábamos que podía llegar más atrás. Lo único que quería era que llegara, no importaba nada más. Fue un premio, un regalo", relatan con emoción los padres de Ailín.

"En el mar la sigo, la voy viendo, pero acá no podía. Nosotros estábamos en San Pedro y la largada fue en Vuelta de Obligado, a 20 kilómetros. Iban en colectivo con sus compañeras y no las podés invadir. Cambió mucho a otras carreras, porque podías pagarle a un kayakista o ir vos con él para ir al lado del nadador. Este año, Prefectura no permite que haya kayak más que los habilitados", añaden.

"No tenemos cábalas. La única costumbre que tenemos es poder ir en familia y poder acompañarlas", coinciden los Garay.

La familia es muy unida y cada vez que Ailín, Julieta o Catalina tiene una competencia intentan estar todos juntos, aunque a veces se complica por la superposición. Pero siempre hay alguien que está: los abuelos, los tíos. Héctor y Mirta, Karina y Alejandro, Javier, Claudia, Sandra y Marcelo son los que siempre están apoyándolos.

"Me encanta ir a conocer las iglesias. Adonde vamos, entramos. Siempre que vamos a alguna ciudad, nos llevamos alguna historia", mencionan.

"No hay cábalas, sólo estar tranquilos y acompañar, y cuando ella salga, estar", apuntan Alejandra y Ariel, y en ese momento la emoción les gana. Es que la familia hace mucho más estar cerca de sus hijas.

"Les inculcamos que hagan un deporte porque es una disciplina y es una manera de formarlas como personas. Tuvimos la suerte que ellas quisieron seguir. Siempre las acompañamos", recalcan.

"Siempre las apoyamos en lo que quisieron hacer. Nosotros vivimos para ellas. A Ailín le gusta la natación, a Juli el básquet y a Cata el taekwondo. Adonde está una, tratamos de estar los cinco, a menos que nos tengamos que dividir. No buscamos resultados, sino apoyarlas en el deporte que quieran hacer. Prefiero que tengan su cabecita pensando en el estudio y el deporte", cierran los Garay.

La carrera

El domingo anterior, Ailín participó de "La Vuelta de Obligado", una competencia acuática que se realizó sobre el río Paraná. Completó los 20 kilómetros de nado en poco más de 3 horas y media, se ubicó segunda en su categoría y tercera en la general de damas.

"Fue emocionante. Estaba muy nerviosa y ansiosa, porque me metí y tenía en mente que me faltaban horas para llegar. No conocía el lugar y hasta que nadé no se me pasó. Cuando llegué me, largué a llorar, fue un descargarme. Estoy feliz", resume Ailín, y aún se le nota la alegría luego de una semana desde la competencia.

"De los nervios al principio pensé en lo que me faltaba, pero después cuando me metí me relajé. Iba pensando en las canciones, una estrategia para aflojarme", suma.

"La carrera se me hizo entretenida. Físicamente terminé bien. Al principio me costó retomar el aire y cambiar el ritmo, la brazada, que no me dolieran la pierna ni el hombro. Lo que me interesaba era llegar a la primera embarcación, porque tenías que seguir el grupo; a partir de ahí me relajé y empecé a prestarle atención al río, a la corriente: si tenía que ir más hacia un lado u otro", agrega la juvenil nadadora lamatritense.

La competencia se desarrolló sobre el río Paraná, a orillas de la ciudad de San Pedro. "Iba nadando y a los costados se veían plantas, había jacarandás, cruzamos un barco militar gigante, cruzaban peces... yo me iba riendo", enumera.

Ailín Garay participa de pruebas de aguas abiertas desde 2019 y lo ha hecho en distintos ambientes. "Todos los lugares son lindos para nadar, me gustan todos. Por ahí el mar es más desafiante; el río es hermoso y me encanta por el tipo de clima pero el mar es muy diferente por las olas, porque mirás para un lado y está la orilla y del otro no hay nada", cierra la juvenil deportista de General La Madrid.

Detrás de bambalinas

El río Paraná sufre este año una de las peores bajantes de su historia y en canal de navegación de los buques se superponía con la traza de la competencia, por eso la carrera se tuvo que modificar en el horario de inicio para darles seguridad a los nadadores.

"Tuvimos que largar antes porque estaba pasando un buque y tenían que sacarlas en una determinada cantidad de minutos. Prefectura estaba en el lugar de la largada y anunciaron que si no se seguían las reglas, se suspendía", comenta Ailín.

"Tuvieron suerte por el clima, el agua estaba a 23°C y no hubo sudestada como el día anterior. Hacía una semana que venía siguiendo el clima y había visto que no iba a hacer mucho calor y que el viento estaba tranquilo", detalla Ariel, el papá. "A mí me gusta saber cómo va a estar la corriente, entonces pregunto y le voy diciendo para que sirva. Les pregunto a los guardavidas, a otros papás", agrega.

La familia Garay va aprendiendo a la par los "secretos" de las carreras de aguas abiertas. "Él se acerca a los guardavidas para preguntar cómo va a estar el viento. Son tips que vamos aprendiendo de otros que tienen más experiencia", menciona Alejandra.

La charla transcurre distendida, hasta hay momentos de bromas. "El día anterior se mete y nada...", confiesa Ailín sobre cómo es su papá en las horas previas a la carrera.

"Tendría que estar en mejor estado para correr y no tengo tiempo, o no me lo hago, pero dos veces por semana voy a nadar, por eso entro", apunta. "En Monte Hermoso se metió y lo confundieron con un guardavidas porque tenía una malla roja", cuenta Alejandra.

"Pudo completar los 20 kilómetros y lo hizo bien, incluso podría haber tirado más; la yapa fueron los puestos", apuntan los padres. "Lo que le pedimos era que lo disfrute y no que la tuvieran que sacar. Era la primera vez que nadaba tanta distancia, por eso tenía que estar tranquila, porque si no entra estresada", mencionan.

"Los últimos kilómetros, el río estaba muerto y hacía fuerza para mostrarles que ellos vieran que estaba bien, que faltaba poco para el final", dice Ailín.

"En aguas abiertas te puede cambiar el viento, las corrientes son diferentes. Por ahí vas con una idea y adentro tenés que cambiar la estrategia. Hay mucho de suerte y de planificación", describen.