Sobre la mesa hay un tejido. La mujer lo acomoda a un costado y cuenta que es una manta para llevar en una nueva oportunidad. Hace pocos días que volvió desde El Maitén.

En esta oportunidad, Pach viajó sola desde La Madrid, ya que el padre Eduardo Campion no pudo hacerlo, aunque la acompañó hasta la rotonda, donde se unió al resto de los integrantes del grupo Misionero "Epuyén", coordinado por Sandra y Marcos Porcel de Peralta.

Los viajes se organizan desde hace casi tres décadas y llegan hasta la parroquia San Francisco de Asís de la localidad de El Maitén, adonde llevan alimentos, ropa, juguetes y otros elementos, pero por sobre todo llevan "la palabra y la escucha", resume Graciela y "siempre nos reciben muy bien en las comunidades", agrega.

Este año, debido a la pandemia de coronavirus, tuvieron que cambiar el itinerario de viaje y prácticamente no pudieron estar en contacto con los pobladores.

El grupo misionero estuvo integrado por 15 personas -entre ellas Graciela Pach- de Roque Pérez, Saladillo y Benito Juárez, y estuvieron en Cushamen y Ranquil Huao, en la zona precordillerana de la provincia de Chubut.

El grupo misionero estuvo una semana en el sur del país y viajaron en colectivo hasta el lugar donde entregaron los enseres. Sin embargo, lo más importante "es el encuentro", sostiene Pach.

En primera persona

Para Graciela Pach esta fue la segunda experiencia. Con cada palabra, con cada gesto describe la felicidad con la que la vivió.

"Fui el año pasado por primera vez invitada por el padre Eduardo (Campion) y Hugo (Arbeo). Me entusiasmó mucho la idea de ir, aunque no conocía el grupo; fue una experiencia hermosa: el paisaje es una belleza y la gente ni hablar, porque todos están esperando a que lleguen los misioneros", cuenta.

"Ellos viven de una manera muy sencilla, pero cuando llegás te atienden muy bien y te dicen que necesitan la palabra y la visita del misionero que lleva la bendición, pero también elementos para sobrevivir en ese lugar tan inhóspito. Para ellos es la bendición para el campo y los animales", describe la misionera lamatritense.

"Este año no nos dejaron misionar por el coronavirus y sólo nos permitieron llegar hasta Cáritas de Cushamen. También fuimos hasta un lugar donde no había llegado nadie por la nieve y con el colectivo pudimos llegar a la casa de doña Florentina, una mujer de 104 años, y de ahí, con una camioneta que hace de apoyo, pudimos visitar a cinco familias en la montaña", repasa.

Las condiciones de vida son muy distintas a las de La Madrid. "Lo que pasaron fue muy triste con la nieve, porque el Ejército llegaba hasta donde podía, y como podían se ayudaban entre vecinos", agrega como un apartado sobre la experiencia.

"Nos quedamos en Cáritas de El Maitén, donde nos dejaron alojarnos, y de ahí fuimos a Colonia Cushamen, donde dejamos lo que habíamos llevado: leche, alimentos, ropa... eso se separa para cada comunidad y los parajes. Trabajamos fuerte y tupido. Sólo tuvimos contacto con algunas familias, pero no nos permitieron hacer las visitas", apunta.

-¿Por qué misionar?

-La realidad es completamente diferente a la nuestra. Es un llamado de Dios que te manda a que lo hagas. Surgió de la nada. El padre (Eduardo Campion) me invitó y le dije que sí de movida, sin pensarlo. Este año el padre no pudo ir y me daba pena dejarlos solos, porque son muchas horas de viaje... Misionando sentís una felicidad muy grande.

Sentís mucha alegría y paz porque estás haciendo el bien. Esa gente está muy discriminada, porque lo único que importa es la minería, y el pueblo no recibe nada de ayuda.

Son muy humildes, ellos están contentos con su vida pero es muy dura. Este año fue la nieve, anteriormente fue la langosta, ellos cuidan de sus animales y se valen por sí solos. Se conforman con lo que tienen y son muy dados; cuando llegás enseguida, te invitan a conversar y a compartir.

-¿Cómo viven el encuentro con los misioneros?

-Es muy emotivo y siempre preguntan por otras personas que han ido. Las chicas jóvenes a las que van las adoran... una mujer nos contaba que estaba preocupada porque no llegaba la Misión. Después de la misa se juntaban con nosotros a almorzar o a cenar en un comedor muy grande que está al lado de la iglesia y el hospital. Te tapan en tortafritas y pan casero, ellos están esperando a que llegues y es muy lindo.

La convivencia es muy linda. El grupo es lo que me gustó, porque yo fui sin conocer a nadie y hoy con las chicas nos estamos mandando mensajes. Te cuidan mucho. Estamos todos juntos y se organizan los grupos para cocinar y limpiar, está muy organizado.

-¿Cómo vivieron la pandemia?

-Ellos sabían lo que pasaba con el coronavirus y por eso no nos dejaban entrar, porque el hospital es muy chico y tenían miedo por los contagios. Andan con barbijo y alcohol en gel. Ellos escuchan Radio Nacional que es de Chubut y así saben cómo es el día a día de los vecinos

-¿Por qué decidió unirse a la Misión y cómo se viven esos días?

-Nunca me imaginé que podía ir. Llegamos y no había luz ni agua, y se preocupaban por mí, pero entre todos pudimos hacer las cosas, íbamos hasta el río para buscar agua y poder lavar y mantener la limpieza.

Fue una experiencia hermosa. El que quiera y pueda ir que no lo desaproveche, porque es algo inolvidable.

Para misionar hay que tener fe para poder llegar con la palabra a la gente que está esperando. Ellos necesitan escuchar la bendición y que se sientan acompañados. Cuando se los puede ayudar, están felices y son muy agradecidos. Las cosas más simples son las que le dan felicidad.

No quieren perder su idioma. Hay un hombre que habla en mapuche y después lo traduce, y te quedás encantado de eso. Es una experiencia hermosa, sobre todo por el grupo porque volvés cansado y con calor y te organizás para poder pasar los días de la mejor manera.