"Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado"
Jesús se pone en camino, rodeado de una multitud: un padre desesperado le había pedido que fuera a imponer la mano a su hija que acaba de morir. En tanto acontece otro encuentro: entre la gente que se aparta para dejarlo pasar está una mujer que padecía hemorragias desde hacía años, una condición física de graves consecuencias, que la obligaba también a limitar sus relaciones familiares y sociales. La mujer no llama a Jesús, no habla, pero se le acerca por detrás y se arriesga a tocar los flecos de su manto. Tiene una idea clara: "Con solo tocar su manto, quedaré curada".
Y Jesús entonces se da vuelta, la mira y la ratifica: su fe ha obtenido la salvación. No solo la salud física, sino el encuentro con el amor de Dios a través de la mirada de Jesús.
"Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado".
Este episodio del evangelio de Mateo nos abre una perspectiva inesperada: Dios está siempre en camino hacia nosotros, pero también espera nuestra iniciativa para que no perdamos la cita con él; nuestro camino de fe, por más accidentado y marcado por errores, fragilidades y desilusiones, tiene un gran valor. Él es el Señor de la verdadera vida, que quiere derramar sobre todos nosotros, sus hijos e hijas, que a sus ojos tenemos una dignidad que ninguna circunstancia puede suprimir. Por eso, hoy nos dice también a nosotros:
"Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado".
Para vivir esta Palabra puede ayudarnos lo que ha escrito Chiara Lubich al meditar ese pasaje evangélico: "En la fe, el hombre muestra claramente no contar consigo mismo sino confiar en quien es más fuerte que él. Jesús llama a la mujer curada: ‘hija’, para manifestarle lo que verdaderamente quiere darle: no solamente un don para su cuerpo, sino la vida divina que puede renovarla enteramente. En efecto, Jesús realiza los milagros para que podamos recibir la salvación que Él trae, el perdón, ese don del Padre que es Él mismo, y que al comunicarlo al hombre lo transforma. ¿Cómo vivir, entonces, esta Palabra? Manifestándole a Dios toda nuestra confianza en las necesidades graves. Esta actitud no nos resta nuestras responsabilidades, no nos dispensa de hacer toda nuestra parte. Pero nuestra fe puede ser puesta a prueba. Lo vemos precisamente en esta mujer sufriente, que supo superar el obstáculo de la multitud que está entre ella y el Maestro. Por lo tanto, tenemos que tener fe pero esa fe que no duda frente a la prueba. Más aún, tenemos que mostrarle a Jesús que hemos comprendido el inmenso don que él nos ha traído, el don de la vida divina. Serle gratos. Y corresponder" (1).
"Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado".
Esta certidumbre nos permite también ser portadores de salvación, "tocando" con ternura a quien está en el sufrimiento, en la necesidad, en la oscuridad, perdido.
Así fue para una madre de Venezuela que encontró la fuerza de perdonar: "En la desesperada búsqueda de ayuda participé en un encuentro sobre el Evangelio, donde oí comentar las frases de Jesús: ‘Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios’ (2), ‘Amen a sus enemigos’ (3). ¿Cómo podía yo perdonar a quien había matado a mi hijo? Pero mientras tanto había entrado en mí una semilla y finalmente ganó la decisión de perdonar. Ahora puedo considerarme realmente ‘hija de Dios’. Recientemente fui llamada a un careo con el asesino de mi hijo, que había sido detenido. Fue duro, pero intervino una gracia. En mi corazón no había odio ni rencor, solo un sentimiento de compasión y la intención de confiar en la misericordia de Dios".
(1) C. Lubich, julio 1997.
(2) Cf. Mateo 5, 9.
(3) Lucas 6, 35.