Claudia Rafael crafael@elpopular.com.ar

El país despertaba, 25 años atrás, ante el horror de un crimen que remitía a la dictadura y que entrelazaba por detrás los vínculos entre el poder político, el poder policial y las mafias. José Luis Cabezas, reportero gráfico de la revista Noticias, era asesinado y fotógrafos y periodistas de todo el país salían a las calles. Entre los referentes de la ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina) estaba Julio Menajovsky, hasta este año titular de la cátedra de Fotografía de la facultad de Ciencias Sociales e histórico fotoperiodista. "Nos atravesó de manera irreversible. No fuimos los mismos a partir de ese momento", analiza en diálogo con EL POPULAR. Y recorre con su memoria aquellos días, la asamblea casi inmediata, los temores y la convicción de ser realmente un colectivo. El martes habrá un homenaje en la sede de la ARGRA ya que la pandemia frustró el gran acto que soñaban organizar en Pinamar, donde el reportero fue asesinado.

-¿Cómo analizás hoy el homicidio de Cabezas, con otro país y otro contexto?

-A mí se me atraviesa de manera contradictoria. Con una cierta nostalgia de un momento donde este crimen horrible, incalificable, nos sacudió a los reporteros gráficos y nos lanzó a un lugar, a una historia, que aún continúa. Es tan fuerte lo que sobrevino a partir de la forma en que pudimos metabolizar y procesar ese crimen espantoso. Cualquier evocación de ese tiempo se me mezcla con esas experiencias de carácter personal y colectivo también. A los dos o tres días se hizo una asamblea llamada de apuro y por primera vez en muchísimos años se logró reunir un grupo de reporteros gráficos tan grande. Todos tuvimos desde el inicio la sensación clara de que habían matado a un fotógrafo por ser fotógrafo. Lo único que podíamos decir es que le sacó la foto a Yabrán y le sacó la foto a Klodczyk, el jefe de policía de Duhalde. Pero ¿por eso iban a matar a alguien? Entonces cualquiera de nosotros que hubiera hecho una foto así estaría en la misma mira. Yo no puedo evocar el crimen de Cabezas sin esa experiencia que nos pasó a todos por el cuerpo. La Argentina de esos años tenía entre muchos de sus problemas la banalización de la política, la pérdida de los intereses colectivos y era muy difícil promover acciones conjuntas. Había un enorme crecimiento del egocentrismo, del individualismo, donde triunfaba el que más plata tenía, el que más lejos viajaba…

-Características exacerbadas desde el poder…

-Claro, mientras nos estábamos cavando la fosa. La desocupación estaba creciendo, la extranjerización de la economía, el achicamiento del Estado, la pérdida de soberanía, alineamientos absolutamente peligrosos y suicidas y el jugar en un escenario donde tenía todo para perder y nada para ganar, como la guerra de Irán. Pero también un telón de fondo nada menor que es el tema de la impunidad, los atentados de la embajada de Israel y de AMIA, el caso María Soledad en el que le arrancaron un juicio al poder a fuerza de movilización, de la tozudez de gente que se constituyó como sujeto político sin que tuviera como plan de vida hacerlo, como las compañeras de estudio de María Soledad, la madre…

-O la misma Martha Peloni que aún en aquel momento no había sido lo que después fue…

-Exactamente. Y veníamos de varias impunidades anteriores: la masacre de Budge, en la que ostensiblemente había sido la policía y no había manera de iniciar un juicio ni de castigar a nadie, y la madre de todas las impunidades, que fue el indulto a los comandantes. En ese ambiente nos encontramos con un compañero que fue secuestrado, que fue torturado, que fue metido en un coche, que lo quemaron, que hubo una zona liberada. Te imaginás lo que pudo haber repercutido en un colectivo profesional, que hace la tarea de sacar fotos todos los días. Muchas veces ni siquiera sabemos quién se servirá de nuestras imágenes, a qué discurso van a servir. Para mí el 25 de enero de 1997 me evoca ese momento.

Yo creo que "no se olviden de Cabezas" es heredero de "con vida los llevaron, con vida los queremos".

-En definitiva, ese crimen les termina dando una noción de colectivo que no estaba presente.

-Exactamente. Y eso es lo que nos atravesó de manera irreversible. No fuimos los mismos a partir de ese momento. Y no podíamos ni debíamos ser los mismos. Lo cierto es que pudimos hacer algo con la estupefacción, con el dolor, con eso que nos superaba totalmente. En la asamblea nos preguntábamos qué deberíamos hacer. Entre muchas de las cosas, surgió la idea de movilizarnos pero había que tener una consigna. Un compañero planteó que "tenemos que evitar caer en la farandulización de este tema". En esos días se estaba ventilando el juicio de Cóppola, el jarrón, Samanta y la cocaína. Tenemos que evitar la samantización del tema. No ir al programa de Mauro Viale ni al de Chiche Gelblung. Porque de ese pozo no salíamos más. Fue el primer rapto de lucidez. Acto seguido, el abogado de ARGRA, un compañero que había sido contratado por temas del estatuto y que de repente se encontró en el ojo de la tormenta, dijo que la consigna debería ser "no se olviden de Cabezas" porque esta sociedad se escandaliza hoy por una cosa y mañana se olvidó y se escandaliza por otra y en diez días se olvidan de todo. No se puso en discusión porque todos entendimos qué había dentro de esa consigna. Alguien nos reprochó decir "no se olviden" en lugar de "no nos olvidemos". Pero en el enunciado hay un enunciador que decidió no olvidar. Y se le adosó una segunda consigna: "la impunidad de su crimen será la condena de Argentina". Me cuesta encontrar paralelos de consignas que condensen de una manera tan simple y tan clara lo que en ese momento pasaba con temas como el de José Luis, que condensó impunidades anteriores y la convicción de que este crimen no iba a pasar de largo. Y tocaba a los medios. Porque alguna vez el periodismo fue una institución prestigiosa, a salvo de manchas indelebles como las de la iglesia o las fuerzas armadas. Si bien la prensa tenía que dar cuenta de sus actitudes, en el marco general de credibilidad no estaba en su peor momento. Después se autoimplosionó en la historia más reciente. Los medios salieron con un gesto corporativo, a respaldar el pedido de justicia.

-¿Por qué creés que lo que simbolizó Cabezas no ocurrió, por ejemplo, con Mario Bonino periodista asesinado menos de dos años antes? ¿Por qué no impactó del mismo modo?

-La única respuesta que tengo y que tuvimos entonces es que las circunstancias de la muerte de Bonino fueron muy diferentes. No hubo ese grado de despliegue de crueldad e impunidad porque el cuerpo de Bonino apareció flotando en el Riachuelo y la hipótesis de represalia de carácter político o sindical que no se pudo comprobar. Pero no fue sensible, no hubo imagen. Un cuerpo quemado, donde veranea el poder, de un fotógrafo con cierta celebridad fue completamente distinto. Cuando uno pregunta por qué Bonino es difícil encontrar una hipótesis clara. Uno podría decir: la Utpba (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires) era un elemento molesto y que algún grupo de tareas cuentapropistas lo hizo… Pero no hay manera.

-En cambio, si uno pregunta ¿por qué Cabezas?

-Ahí decís: Cabezas-Yabrán. Yabrán, protegido de Menem. O bien decís: la Bonaerense es Duhalde. Y Duhalde y Menem se estaban disputando las elecciones y la sucesión. Entonces ahí empieza aflorar todo. Afloran las mafias, las combinaciones entre poderes fácticos y poderes políticos. Duhalde diciendo "me tiraron el cadáver" porque pasó a 5 kilómetros de donde arrojaron el cuerpo cuando iba a pescar. Y si preguntás ¿quién tiene capacidad para tirarle un muerto a Duhalde? Quién iba a ser sino Menem. Entonces en el análisis entró esa disputa de poder donde encima la policía bonaerense había tomado un vuelo propio, de negocios espurios, donde las comisarías estaban tarifadas, para hacer caja. Se le había dado vía libre a negocios con el juego clandestino, la prostitución, el narcotráfico. A cambio de tener presencia en las calles y dar idea de seguridad, porque eso garpa bien en las elecciones. Hubo una Bonaerense que nunca había sido depurada desde la época de Camps y encima estaba autogobernada. Una policía a la que el gobernador llamó "la mejor policía del mundo" y Cabezas saca una foto para una nota titulada "Maldita policía". Pero a su vez le había sacado también una foto a Yabrán. Entonces ¿Por qué no juntamos las dos hipótesis y vemos que tienen vínculos y vasos comunicantes entre una y otra? Todo gira en torno a tres o cuatro personajes. Una mafia económica, como la que representaba Yabrán y su grupo Oca; la policía bonaerense, respondiéndole a Duhalde y todo lo que representaba Menem. Es decir, que la interpelación de "la impunidad de su crimen será la condena de la Argentina" era una interpelación a ese poder.

-Decías hoy que en un inicio se empieza a intuir que "ya no seremos los mismos" ¿Creés que en algún momento de estos 25 años sí volvimos a ser los mismos?

-Como sociedad, me parece que en algún punto sí y en algún punto, no. Yo creo que "no se olviden de Cabezas" es heredero de "con vida los llevaron, con vida los queremos". Y fue anticipatorio del "que se vayan todos y no quede ni uno solo" y no sé si no podemos también encontrar un anticipo del "ni una menos". Porque los principales convocantes de las movilizaciones por el "no se olviden Cabezas", principalmente fotógrafos y organizaciones periodísticas, no respondían a una fuerza política determinada pero nos convertimos y nos convirtieron en sujetos políticos activos. Y en torno a nosotros se catalizaron otros sectores sociales que no pasaban por decisiones de carácter partidario. El "ni una menos" tiene esa característica. Atraviesa distintas formaciones políticas aunque reconoce una historia más vieja. El caso de Cabezas irrumpe de un día al otro y el "ni una menos" viene de una historia larga. Pero un día eclosiona y aparece, sintetizado en una frase.

-Es absolutamente transversal.

-Uno podría preguntar ¿la sociedad Argentina es la misma? ¿No cambió desde la primera movilización de "ni una menos"? Y… Yo creo que en muchos sentidos no volvió a ser la misma sin embargo seguimos teniendo femicidios. Y en ese sentido podríamos decir que no cambió nada. Incluso el número es espeluznante. Pero creo que la sociedad no es la misma. En ese sentido, creo que el crimen de José Luis Cabezas produjo en parte lo mismo.

-Cuatro años más tarde se cayeron todas las estanterías…

-Sí, las estanterías del neoliberalismo en Argentina. Y arrastró con eso a muchas cosas y permitió la aparición de fenómenos como el de Néstor Kirchner que podrás decirme que en muchas cosas no cambió nada pero podremos coincidir en que la Argentina no es la misma. Entonces, volviendo a la pregunta tuya, creo que fue un antes y un después sin que eso signifique que alcanzamos el paraíso y con eso se terminaron los crímenes, la impunidad y que el poder ya no es capaz de demostrarse impune como entonces. Lamentablemente no es así.

-Esa transversalidad y unanimidad que se dio con Cabezas ¿hoy sería factible?

-Muy difícil. Habría dos escenarios posibles. Si alguno de los bloques políticos que hoy dominan la escena política pudiera ser interpelado por la muerte de un periodista en las condiciones en que murió Cabezas creo que se desata una crisis política de proporciones. A cualquiera que le pase. Ese crimen no produjo renuncias ni cambios. Nada drástico le ocurrió al gobierno. Es más: Menem se ponía el cartelito "No se olviden de Cabezas" para la foto y la promesa de investigar hasta las últimas consecuencias. Si bien el poder estaba interpelado en la demanda de justicia y de no olvido, el gobierno no se enteró y pudo hacerle "ole" a la arremetida. Hoy no pasaría algo así. El oficialismo al que le hubiera ocurrido algo semejante, no podría soportarlo. Más si evoca como ese crimen, escenas de la dictadura: secuestro, zona liberada, torturas. Con la fuerza de seguridad fuertemente involucrada. Pero a su vez no creo que sería unánime. Hoy los medios ya no son esos medios. Hoy juegan políticamente de un modo desembozado, directo y radical. Y a quién beneficia y a quién perjudica un crimen, sería la matriz a partir de la cual los medios se ubicarían. Cosa que no hicieron en el 97 porque dijeron "esto nos ataca a todos por igual".

 Pudimos -como reporteros gráficos- reconocer el lugar social que ocupábamos en la producción de noticias

-Dejando de lado el horror y la tragedia. La unanimidad en la lucha ¿te genera nostalgia?

-Una vez consumado el crimen, inevitable e irreversible, en esa escena espantosa, yo creo que los fotógrafos pudimos sacar lo mejor que teníamos de nosotros mismos que alcanzó para muchas cosas y para tantas otras no. Pero pudimos replantearnos el sentido mismo de la pertenencia colectiva a una organización, a reconocer el lugar social que ocupábamos en la producción de noticias, de hacer de nuestras vidas algo diferente, colectiva e individualmente. La Argra pudo en pocos años tener sede propia, abrir una escuela, generó una fototeca que hoy es un reservorio de documentación fotográfica que está al servicio de la comunidad. Y muchas otras cosas que son hijos e hijas de esos días. Fue una cosecha que supimos hacer a partir de ese crimen espantoso.

-En aquel tiempo la foto que José Luis logra de Yabrán hoy por hoy la sacaría cualquier persona de vacaciones… y ése también es un escenario distinto.

-Totalmente distinto. Pensá que José Luis fue desde Buenos Aires a Pinamar y se tuvo que apostar con un teleobjetivo largo para que nadie lo viera. Hoy te hacés el distraído con el teléfono y le sacás fotos a cualquiera. Con el atentado a la AMIA yo estaba a ocho cuadras y tardé diez minutos en llegar. De haber sido hoy, no existo como fotógrafo. En esos diez minutos que demoré en llegar, hoy están todas las fotos en internet y publicadas en la tapa del New York Times.

-Clarín no se hubiera desesperado por conseguir tus fotos.

-Le hubiera pedido a cualquiera el teléfono. Y te digo algo peor: hubieran sido mejores que las mías. Porque hubieran sido más inmediatas y hubieran traducido la tragedia inicial.

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