Mario Lurbet heredó el negocio de su padre. Fue el único de los cuatro hermanos que siguió con el histórico supermercado del barrio El Provincial y con el respaldo de su familia le puso su impronta y sus ganas de crecer. La pandemia no fue obstáculo para crecer, al contrario. Buena atención, llevar los pedidos enseguida y cumplir con todos son objetivos que se cumplen cada día para que El Imparcial siga teniendo esa marca registrada inalterable.

El Imparcial tiene ya sesenta años de vida. Comenzó siendo como aquellos viejos almacenes de ramos generales, con los estantes de madera contra la pared, piso de ladrillo, de la bicicleta negra preparada para salir a llevar el pedido y la libreta para anotar el fiado. Eso sí, la esencia no ha cambiado. Es de esos pocos negocios familiares que se abrieron y fueron creciendo poco a poco, y el cambio de manos hizo que la evolución continuara firmemente. De los primeros días de cuando lo abrió don Ramón Mario Lurbet hasta este presente, con más de cuatro décadas al frente de uno de sus cuatro hijos, Mario César (61).

Las fotos de antes reflejan claramente aquella forma de trabajar, acorde a esos tiempos. Dimensiones más chicas, paredes exteriores de ladrillo, el cartel bien notorio, y el objetivo de cumplir con las necesidades de los clientes. Eso no se ha modificado. Lo que sí ha cambiado, y para bien, es la forma de trabajar. La exigencia al aumentar la cantidad de clientes, de cumplir con todos los que viven en el corazón del barrio El Provincial pero también que se encuentran en barrios más alejados, hizo que todo fuera distinto y que además fuera creciendo.

El coronavirus ha obligado a otro cambio, pero el espíritu de El Imparcial es el mismo de siempre. Y en ese camino difícil, en el que ha tenido que enfrentar momentos complicados (como en 2001) y esta pandemia que obligó a trabajar diferente en algunos aspectos, el supermercado ubicado en Belgrano y Tacuarí sigue siendo un verdadero emblema. "Pero para que esto funcione -cuenta Mario Lurbet- es fundamental el apoyo de la familia. Por eso resalto siempre a mi esposa (Betty Gregorini) y a mis hijas (María Florencia -33-, que está conmigo en el negocio, y Alejandra -contadora, 37 años- que es la que lleva todos los papeles en el negocio, "la mamá de mi nieto Gael, de 3 años y medio, que nos cambió la vida" dijo Mario)", antes de hacer un comentario y análisis sobre este presente que estamos transitando de manera tan especial en todos los rincones.

¿Cómo estás transitando este período de la pandemia?

Bien. Bastante bien dentro de todo, gracias a Dios. Desde que arrancamos, el 18 de marzo, vamos bien como servicio esencial al tener negocio de comestibles. No hemos parado nunca, con muchísimo trabajo, aunque en estos dos últimos meses se ha ido relajando un poco con esta apertura del horario extendido. Estamos más tranquilos, ya que al principio hubo muchísimo trabajo ya que era algo que nunca hubiésemos imaginado.

¿Cuando decís que la gente se relajó un poco, en qué sentido?

Es que al principio estábamos desbordados realmente. Teníamos un horario acotado, que nunca me había pasado en toda la vida del negocio, en los 43 años que llevo acá adentro en forma ininterrumpida, ya que en ese comienzo comenzábamos a las 8 y el personal entraba a las 7, y estábamos hasta las 15. Entonces por momentos nos superaba la cantidad de pedidos que teníamos, ya que todo era muy novedoso, todo nuevo, había cierto miedo en la gente. Los clientes sabían que teníamos un servicio de entrega a domicilio e inclusive vamos con el posnet a la casa de la gente, antes y ahora, por lo que la gente podía pagar con la tarjeta en su misma casa, es decir un servicio que casi no se ve. Desde el primer momento implementamos ese sistema y así ayudamos a la comunidad en general para que no se moviese de la casa, así que aportamos un granito de arena desde ese punto de vista.

¿Ahora la gente viene, más allá de los cambios de horario, cuidándose y cuidando a los demás?

Hay distintos sectores de clientela. Quizá la gente más joven o no tan grande que se anima a salir más y viene al negocio; también vienen clientes desde el campo, los puesteros que mandan de las administraciones y cargan los pedidos que hicieron previamente. Todavía seguimos conservando una gran cartera de clientes desde el inicio de la pandemia, desde marzo, que actualmente sigue comprando con el sistema que implementamos: le gustó la calidad de la mercadería, también los precios, y entonces seguimos atendiendo a esa masa de gente que de alguna manera quedó cautiva.

¿Siguen llevando los pedidos en la tradicional bicicleta que siempre usaban en El Imparcial?

Noooo (risas), aunque llegamos a tener cuatro bicicletas de aquellas viejas, las tradicionales de los almacenes de ramos generales. Vamos en una camioneta, obviamente. A las 8 de la mañana comienza a sonar el teléfono con los pedidos de los clientes y no para, realmente. Así que Micaela está a full con el teléfono, Walter lleva los pedidos como hace 38 años que es el tiempo que está con nosotros en el negocio, y se incorporó mi hija María Florencia -la más chica- ayudándome por la mañana, por lo que atiende y está en la caja, ayudándome a pasar las boletas, programa las salidas al distribuidor para no sobrecargarlo, por lo que esas salidas se dividen en tandas o en sectores de la ciudad, para optimizar así sus tiempos.

¿Y van a distintos barrios de la ciudad, no solamente por El Provincial?

Sí, es así. Vamos a llevar pedidos a barrio CECO, barrio Jardín, barrio Pym, barrio Facundo Quiroga, por toda la ciudad, clientes de toda la vida. De antes y muchos que se agregaron últimamente, ya que este es un negocio esencial que tiene un reparto a domicilio que lo hacemos rápidamente. Mucha gente nos puso a prueba en realidad, pero vio que el sistema funciona sin problemas, le llevamos el encargue enseguida, en forma detallada y clara, y además con buenos precios. Esa gente nos sigue eligiendo y por eso vamos sumando clientes de distintos barrios de la ciudad.

Van 43 años y siempre en la misma esquina, ya tradicional...

Así es, aunque el negocio este año cumplió 60 años. Fue el 1 de mayo, ya que mi padre (Ramón Mario Lurbet) lo abrió en esa fecha de 1960, así que ya van seis décadas de actividad. Cuando terminé el secundario en el Colegio San Antonio de Padua, en 1977, me sumé a trabajar con mi papá. Somos cuatro hermanos, pero el único que le siguió los pasos fui yo. Después que falleció continué al frente de El Imparcial. En ese momento hablé con mis hermanos, arreglamos los números y me quedé con el edificio y con el negocio. Ellos se dedican a otras cosas: Marcelo Rubén es mecánico vial; Graciela, casada con Adolfo Sarra, y Susana Beatriz, casada con Ricardo Orsatti.

Al principio de la pandemia había cosas que la gente pedía de manera desmedida, como alcohol y papel higiénico, ¿y ahora todo eso se normalizó, se estabilizaron los pedidos?

Al principio faltó alcohol, por ejemplo. Luego de tantos años tenemos una enorme cartera de proveedores, pero seguimos ligados a ellos por el cumplimiento, porque al cumplir te siguen atendiendo. Ante esas empresas grandes, uno es un número, siempre lo entendí así, no hay nombre y apellido, pero cumpliendo la cuenta se tiene siempre abierta. Si no cumplís, te cierran las puertas. Hay un alcoholera y vinagrera de toda la vida, de Buenos Aires, y la llamaba todos los días, pero primero tenían que proveer a los hospitales y tardé cuatro meses en hacerme de la mercadería. Después se abrió el juego y pude conseguir de otras empresas, porque tanto el alcohol en gel como el puro costó conseguirlo al principio. Primero iba a clínicas y hospitales, ahora se ha normalizado la entrega, casi todo, así que no hay problemas. Pero ahora esta mos comercializando de manera normal.

El primer sorteo: fue ganador el padre Pablo

En septiembre, el supermercado El Imparcial implementó una nueva modalidad para "devolverle a los clientes todo lo que ellos me han dado en tantos años", dijo Mario Lurbet. ¿De qué se trata?, de un sorteo cuyo premio es una orden de compra por 2.500 pesos.

Con cada compra, el cliente recibe un cupón con su respectivo número. En las dos primeras semanas se reunieron 710 candidatos a ganar el premio, que fueron metidos en una cuponera roja. Ayer, precisamente, se hizo el sorteo y el ganador -con el número 0004- fue el padre Pablo, "quien es el párroco de la iglesia San Francisco de Así, de Belgrano y Ayacucho, y también trabaja en Monte Viggiano, el Colegio San Antonio, La Esperanza, Santa Isabel, Lourdes y La Inmaculada. Esos cupones se reunieron por las compras de todos los días, salvo el domingo que El Imparcial está cerrado porque es el día que lo pasamos en familia. Y el 30 de septiembre se viene el segundo sorteo, del que participan absolutamente todos los cupones desde que se inició esta modalidad" contó Mario Lurbet