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Para Mónica Santino jugar al fútbol es fundacional. Lo hace desde la primera infancia, cuando robarles la pelota a los chicos y hacer goles era simpático. Cuando llegó la preadolescencia, la dictadura, el cambio de su cuerpo y la cancha que se achicaba para una piba, las cosas cambiaron. El prejuicio la colocó en el lugar de los distintos. Era la única que jugaba al fútbol y, además, comenzó a sentir diferente: era la única a la que le atraían las chicas. Una educación férrea en una escuela de monjas de zona norte y un vientito de libertad en el alma le pusieron la camiseta número 5 de All Boys y le reforzaron la convicción de que el fútbol es algo más que la pelota. Es una esperanza de transformación colectiva a través del deporte. Por eso, La Nuestra Fútbol Feminista, una organización social que creó en la villa 31 donde se juega pero también se lucha contra la violencia de género y por los derechos de las más de 100 mujeres de entre 6 y 50 años que se entrenan para el fútbol y una vida más justa.

Hoy tiene 55 años, es periodista deportiva, profesora de educación física, directora técnica y referente social. Entrena a las pibas y sueña con que su equipo participe en AFA y se les plante a los dinosaurios desde adentro.

-¿Cómo fue tu infancia en plena dictadura, cuando eras la única que jugaba al fútbol?

-Estamos hablando de principios de los 70 y la recuerdo como una época de mucha felicidad; podía hacer lo que me gustaba aunque tuve que vencer algunas barreras para eso porque como muchas mujeres en ese tiempo todas aprendimos a jugar con varones. Hacerte el espacio era difícil. Cuando sos niña o niño cuesta menos vencer los prejuicios. Cuando pude ganarme ese lugar, en la calle, en un barrio de zona norte, todo lo que pasó entre los 7 y los 12 años fue maravilloso. Era LA que jugaba a la pelota; seguro había prejuicios pero yo decidía no atender a eso. Había nacido en una familia muy futbolera y los domingos se iba a la cancha. Recuerdo ese tiempo como de aprendizaje, de jugar hasta cualquier hora

-Recordás como límite los 12, cuando empezás a crecer, cuando tu cuerpo empieza a decir otras cosas. ¿En ese momento cambió todo?

-Sí, sobre todo la mirada de los varones sobre nuestros cuerpos cambia y empiezan los problemas, los retaceos familiares. Ya no era tan simpático que jugara, empezaron las primeras prohibiciones. Lo mismo la mirada de los que hasta ahí habían sido mis amigos. Son procesos que son difíciles y que la mayoría de nosotras pasamos, juguemos o no al fútbol. El cuerpo y la mirada de los demás se modifican. En algunos casos se transforma en un peligro, algo de lo que te tenés que cuidar. Es muy complejo para todas. Fui buscando los espacios para jugar, que eran cada vez más chicos y estudié todo lo que pudiera alrededor del deporte. Estudié educación física, periodismo deportivo, me acerqué a River como a una escuela, en la previa del primer torneo de AFA en 1991. Yo entré por el año 1987 y pude jugar en River en algo que se estaba armando. En los 90 empecé a militar en la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y eso me alejó mucho del deporte. Casi hasta el año 1995.

-¿Cuándo se reafirmó esa sensación de ir remando contra la corriente, de ser la única que jugaba y la única a la que le gustaban las mujeres, en medio de una sociedad tan dura, tan oscura?

-Yo no tenía ninguna referencia de otra mujer que fuera como yo. Era una época donde no era lo mismo que pasa ahora, todo era mucho más invisible, los mandatos sobre la sexualidad y los cuerpos eran mucho más fuertes; llegar a la CHA tuvo que ver con eso, con conocer gente que le pasara lo que me pasaba a mí. Toda mi educación fue en una escuela privada religiosa con lo que eso significa, con el peso del catolicismo, la culpa y cómo vivíamos la sexualidad las mujeres… era muy complejo.

-¿Cuánto y cuándo te encuadró el feminismo para bancar esas diferencias?

-Es un camino que vas recorriendo, te va construyendo y formando. Cada mujer tiene su propia experiencia; hubo momentos en que sentí mucha bronca por las injusticias, por la suma de arbitrariedades que vivís cada día desde el acceso al trabajo, lo que te gusta hacer, cómo te vestís. A esa bronca le podés poner el nombre de feminismo y vas formándote en el camino. Lo que me termina de hacer cerrar el círculo con el feminismo es mi primer trabajo de DT en 2003 en el centro de la mujer de Vicente López. Fue pionero en la asistencia de víctimas de violencia y tenía un programa de fútbol femenino pensado para la zona más pobre del partido. El fútbol era el deporte que elegían las pibas y era importante que se acompañara con trabajo social, reflexión, estereotipos de género en el deporte, qué le pasa a una mujer que vive con menos posibilidades cuando juega al fútbol, salud sexual reproductiva. Todo esto terminó de armarme y hacerme esto que soy hoy.

-¿Por qué, aunque hace 30 años que hay un torneo de fútbol femenino, es ahora que germina el profesionalismo y hasta se puede ver un partido entre mujeres en la tele?

-Porque durante muchísimos años incluso previo al primer campeonato oficial, se remó profundamente contra los prejuicios, contra la instalación cultural de que el fútbol sólo les pertenece a los hombres, que sólo los hombres juegan bien. Hubo un torneo organizado casi a la fuerza por una política que bajaba de la FIFA. El fútbol femenino comenzaba a crecer en todo el mundo y en lugares con mucho desarrollo como en Estados Unidos, Alemania, China. Había una obligación para las federaciones de tener un torneo y una selección de fútbol femenino. El torneo de 1991 llega por eso, pero antes había muchas mujeres jugando. Aun cuando se consideraba un deporte que no era para mujeres, que no era vistoso. Son cuestiones que en 30 años se fueron dando vuelta y en los últimos cinco tomaron gran notoriedad porque el feminismo en la Argentina se popularizó. La tarea de muchísimas pioneras que jugaron igual contra viento y marea tiene una bisagra en la denuncia de Macarena Sánchez por su situación laboral en UAI Urquiza; que no hubiera sido posible sin el movimiento de mujeres y el feminismo atrás. Logra ese quiebre para que el fútbol sea semi profesional. La no visibilidad, que no hubiera prensa en ningún partido, que para la mayoría de nosotras ser futbolista no tuviera ningún valor, empiezan a cambiar.

-¿Es bueno que Maca Sánchez tenga un cargo en el gobierno?

-Claro que sí. Cuando hay personas que abrazan la militancia y entienden que la política es la herramienta para transformar vidas y realidades y encima son jóvenes y vienen de luchas individuales y colectivas importantísimas que logran cambiar el paradigma de una época, creo que son ideales para ocupar esos lugares.

-El peligro es que el estado las coopte y les neutralice la rebeldía…

-Yo creo que justamente el poder político de esas funciones es la posibilidad de luchar contra el poder real. La rebeldía tiene que ser una característica, no te tiene que aburguesar el sillón ni el escritorio. Es una herramienta contra el poder económico, contra los poderes fácticos. El compromiso es tremendo. Tenés una llavecita para enfrentarte a esos poderes y la rebeldía es lo último que tenés que perder.

-¿En qué pensás que puede cambiar a ese fútbol, para bien y para mal, el profesionalismo?

-Para bien, en función de convertirte en mejor deportista de alto rendimiento. Que puedas crecer en todo sentido, en lo humano. A muchas de nosotras el fútbol nos enseñó a ser mejores personas. Porque es un deporte colectivo, porque dependés de otra para poder avanzar; en eso el fútbol es maravilloso. Los problemas empiezan cuando entran los intereses del mercado en el deporte, que se pierda el amor por la pelota, que se diluya por cuestiones económicas y que a la cancha te la marquen esos intereses.

-Es lo que vemos todo el tiempo en el fútbol de varones…

-Claramente es el ejemplo. Más de cien años de historia y muchas veces las inferiores son máquinas de picar carne para los jugadores de fútbol. Yo veo el peligro en eso, en que se nos desvirtúe el amor por el juego. Después entiendo que las cuestiones de mercado para sostener la disciplina y demás deben entrar pero debería ser con cuidados, con límites, que tal vez los propios jugadores y jugadoras deberíamos poner con un sindicato que defienda nuestros intereses cuando empezamos a ser laburantes. Teniendo en claro que sin jugadores y jugadoras el fútbol no es posible. Me llena de alegría pensar que una niña pueda soñar con ser futbolista. Por ahora no vivimos del fútbol nosotras, porque por más que haya sueldo esa plata no alcanza. Pero que eso vaya mejorando en el tiempo. No me gustaría ver una niña estropeada como persona por el anhelo de ser futbolista. Tendría que haber políticas públicas más contundentes, con más presencia del estado y ponernos a discutir qué es el deporte social, qué es el alto rendimiento y cómo se trata a los atletas.

-La final que ganó Boca es una pintura de la diferencia abismal entre el fútbol femenino y masculino: entre los hombres las estrellas son millonarias, los clubes suelen ser herramientas de política partidaria y ciertos jugadores también. En cambio Lorena Benítez trabaja en el Mercado Central, vive en la 31 y tiene dos niños para criar… cuando yo te preguntaba lo que se puede perder con el profesionalismo pensaba en estas cosas.

-Las diferencias son gigantes, hay una brecha enorme. Los jugadores que ganan muchísima plata buscan no pagar impuestos y generan fundaciones. Lorena Benítez, tremenda jugadora de Boca, tiene ese puesto en el Mercado Central y en lo peor de la pandemia hizo una donación muy importante a la villa 31. En lo peor de la crisis sanitaria Lorena Benítez estuvo ahí. Es una persona enorme. Observo también muchas jugadoras comprometidas políticamente. Mucho más que los varones, que están más acomodados, que se sitúan en ese statu quo y no piensan en transformar nada: aceptan las reglas del juego y siguen adelante. Sin embargo hay muchas jugadoras que tienen una mirada crítica, que expresan opinión política y el feminismo tiene que ver con eso. El deporte no es sólo para entretener sino que se toma conciencia de todos los resortes políticos que se mueven detrás de un espectáculo deportivo. Incluso las que son megaestrellas afuera, como la capitana de la selección de Estados Unidos y su pronunciamiento contra Trump, por las vidas negras.

-¿Qué es La Nuestra?

-Es un colectivo feminista, una organización social con base en la villa 31. Somos once entrenadoras, educadoras populares, DTs, una preparadora física, que desde 2007, con la práctica de fútbol, intentamos transformar la vida de las pibas, pelear el derecho al juego desde una perspectiva de género para todas las pibas que quieran jugar al fútbol en la villa. Entrenamos a más de cien mujeres desde los 6 años hasta los 50 y entendemos que en la cancha como en la vida es importante esa conjunción de saberes que fuimos acumulando en estos años y desde el lugar de fútbol feminista y de derechos. Para nosotras el deporte excede la cancha; tenemos cuerpos que no están hechos sólo para la maternidad, podemos hacer vínculos con otras compañeras, podemos conquistar la cancha de fútbol, un espacio que siempre fue sólo para los varones, podemos pensar que las tareas de cuidado pueden ser compartidas con los compañeros varones y que el fútbol es una gran herramienta para empoderarnos y para combatir la violencia de género.

-¿Qué implica para vos tener algún tipo de vínculo con la AFA, con todo lo que significa la AFA por historia?

-A nosotras nos encantaría fundar un club con La Nuestra, poder armar divisiones inferiores con nuestro criterio, poder darles el desarrollo y crecimiento a las futbolistas con estas pautas que tenemos e ingresar a un torneo de AFA como club con nuestra identidad y nuestro sello. Si logramos eso tenemos que pelear nuestros espacios políticos dentro de la AFA. Yo no creo en asociaciones paralelas porque con el tiempo eso termina por no ser nada. Nosotras podemos ser un gran aire fresco para la institución que gobierna el fútbol en la Argentina que ya no tiene que mirar al costado y darse cuenta de que ya el fútbol femenino y las disidencias hace mucho que participamos en deportes y deberían dejar de vernos como una amenaza. Hay que llegar a un fútbol más justo, a un fútbol distinto.