"De cada diez clientes que entran al negocio ocho son mujeres, el hombre compra menos"
"Cuando estaba por terminar el secundario pensaba seguir estudiando profesorado de historia o inglés, pero me gustó tanto la joyería que no terminé. Y me pudo el oficio. Igual fui a aprender contabilidad, por si algún día ponía mi negocio. Con mi tío estuve primeramente con el relojero, después llevaba la contabilidad, también hacía grabados, que antes era un trabajo tremendo porque se hacían muchos en medallas de oro. Se mandaban a Buenos Aires primeramente, no se hacía acá, pero yo me copié las letras entralazadas de una persona que grababa, y también lo aprendí. Mi tío era cincelador en realidad, él aprendió con Dámaso Arce. Yo aprendí más que nada el oficio de relojero. También fui con Armando Ferreira para aprender a cincelar, y también sabía grabar así que me resultó fácil" siguió contando don Omar.
"Puse el negocio de a poco. Tenía 30 años. Empecé con pocos relojes, pero buenos, con una gran marca suiza que era y es una garantía. También tenía el taller, por supuesto, porque yo tenía máquinas de grabar. Es que una vez algo no me gustó algo con mi tío en lo laboral, así que puse el taller en mi casa. Primero tenía una máquina para grabar alianzas, le llevé la tarjeta a todas las joyería y la mayoría me dio trabajo. El Danubio estaba en su esplendor en ese momento, que me llavaba ocho o diez pares de alianzas para grabar, y lo hacía con una maquinita francesa que todavía la tengo. Después me compré un pantógrafo, más grande. Y un día me instalé en Vicente López y Bolívar, que se alquilaba ese local, y de a poco fui evolucionando" siguió contando Amoroso.
"Aquella época era diferente. En los años 60 y pico, 70 y pico, el trabajo que había era espectacular. Venía la gente de campo y se hacía cuchillos enormes, rastras, compraban relojes de oro. Era un momento de esplendor. Pero el taller siempre me ayudó cuando llegaron los momentos más difíciles, como en la época de Martínez de Hoz que no vendía nada, porque la gente ponía el dinero a interés. Tenía unos relojes Citizen, que estaban de moda y eran caros, eran los únicos que vendía; venía la gente grande a comprarle a los nietos. Eso me salvó un poco. Ahora hay recesión, es cierto, pero igual se vende. Se venden relojes, que son más baratos, y también se vende mucho lo que es joyería: de cada diez clientes que entran al negocio, ocho son mujeres. El hombre gasta menos. Las damas vienen a buscar anillos, pulseras, aros. El aro se está vendiendo muchísimo, y también las pulseras esclava que en un momento no se vendía nada y ahora sí" siguió contando respecto del día a día en su negocio de la calle Vicente López.