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En la época del secundario -que estudió en Comercial, de la "Promo" ´77- a su nombre los compañeros de año lo pronunciaban sin acento. Era Magali, sin la tilde en la i. "Porque en el documento no me pusieron el acento, pero mi nombre es Magalí, con tilde en la i", aclara. "Y cuando fui a Buenos Aires todo el mundo me decía Magalí, pero me sonaba raro. Y en "el secundario también me decían Emma, mi segundo nombre, porque no me gustaba pero me lo hacían a propósito, pero a ellos se los permití siempre por supuesto", agregó.

Magalí Risiga no perdió la sonrisa que era característica de aquellos tiempos, y esta escritora y terapista ocupacional tomó otro rumbo luego de recibirse de perito mercantil a los 17 años. "Decidí seguir una carrera muy extraña para esa época, que es terapia ocupacional. Nadie la conocía. Acá había una sola terapista. Y por esas cuestiones que para mi no es azar, porque la vida está llena de señales, yo fui a la escuela porque había una mesa en la que iban a hablar varios profesionales. Fui porque iba a hablar una psicóloga. Yo quise ser antropóloga, socióloga, arqueóloga, filosofía y letras, millones de cosas en realidad, y lo último era psicóloga. Pero la psicóloga no fue, pero fue la única terapista que había en Olavarría. La escuché y dije: "esto es lo mío", comenzó contando Magalí, para explicar así cómo fueron los caminos por lo que fue transcurriendo su vida, pero fundamentalmente cómo fue definiendo su destino.

"Recuerdo que con lo tímida que era antes, me acerqué para preguntarle si podía seguir hablando con ella, e inclusive me invitó a su casa a tomar un café, me contó de qué se trataba y yo me enamoré de la carrera. Se estudiaba solamente en Buenos Aires o en Mar del Plata, y me fui a Buenos Aires y contra viento y marea, porque luego era trabajar con gente de capacidad diferente y todos me decían que no porque yo era muy sensible. Pero terminé la carrera pensando que iba a trabajar con niños y, por otra señal, la única práctica posible era en una residencia geriátrica modelo en Argentina, que abría sus puertas para recibir practicantes. Y allí fui a trabajar con adultos mayores. Terminé y confirmé que era eso lo que quería, trabajar con gerontes, no con niños. Siempre trabajé con adultos mayores, armé equipos inclusive, y la profesión me fue llevando a lugares donde no había caminos hechos. Mi vida profesional está signada por eso, por abrir caminos", señaló.

"Antes la gerontología no se conocía, lo mismo que trabajar con abordajes, empecé a indagar en el tema de memoria en adultos mayores, también con historias de vida y empecé a unir todo en mi profesión. También con las narrativas, y tengo un montón de historias de vida que han sido editadas por mis pacientes, y la memoria también tiene que ver con esas historias de vida. Y finalmente, desde lo paliativo -ya que trabajar con adultos mayores, en patologías severas, más allá de que yo trabaje en prevención- también trabajo con demencias y he acompañado a muchos pacientes hasta el último segundo de vida. Los cuidados paliativos tienen que ver con lo espiritual y ahí fui sumando otros elementos que tenían que ver conmigo, con mi filosofía de vida, con lo espiritual, y todo eso ahora es un combo que me acompaña profesionalmente, lo cual me hace muy feliz. Yo en mi profesión soy quien soy como persona, y hacer eso es hermoso. Soy una privilegiada de ser yo misma en cualquier lugar en el que esté. Y en mi libro, también soy yo misma", afirmó.

Respecto de cómo fue relacionando su profesión con la escritura, que en un momento apareció en su vida para marcarla a fuego, es algo que luego comenzó a explicar de manera simple, sencilla, pero con una profundidad que explica claramente la causa de esta incorporación que hizo cuando, quizá, ni ella misma lo esperaba. "Estaba adentro mío eso. El arte viene conmigo. Yo amo la música y estudié piano, también canto, estuve en coros. Eso fue quedando como hobby, pero a la música la tengo incorporada a mi vida y al trabajo con mis pacientes. Y respecto de la escritura, en el libro lo digo, siempre me gustó escribir. Siempre me destaqué en la escuela primaria por las redacciones y las maestras llamaban a mi mamá porque se preguntaban qué me estaba pasando, ya que lo que escribía era muy dramático", recuerda Magalí.

¿Cuándo comenzaste a escribir entonces?

Siempre me gustó escribir. Pero claramente tengo un momento clave en mi vida que fue a los 11 o 12 años. Lo recuerdo como una sensación maravillosa, de que iba no sé a dónde, pero llevaba un cuaderno y una cartuchera. Sólo sé que sentí las ganas de pararme en una esquina, abrí el cuaderno, saqué una lapicera y me puse a escribir, porque hubo algo dentro mío que hizo "buff". Esa fue la primera poesía que escribí, que me llegó desde un lugar que no estaba pensado. Mi escritura es así. No soy de las que escriben teniendo una idea que después le dan forma y la vuelcan al papel. Yo tengo claro que mi escritura no viene de acá (se señala la cabeza), sino que viene de otro lugar. Yo diría que viene desde el corazón, es algo espontáneo, no se corrige después, no hay borrador. Es lo que salió. El libro es así, no está corregido, inclusive está pasado por los correctores de la editorial que fueron tan respetuosos que creo que en todo el libro deben haber cambiado un punto y una coma. Mi escritura es así, desde que tenía once o doce años" continuó contando Magalí, ya entrando en esta parte de su vida que tiene que ver con escribir a partir de los sentimientos, de las vivencias, de lo que algo le marca desde lo más profundo de su ser para transmitir lo que está sintiendo en ese momento.

¿A qué le escribís?

Según la vida, le fui escribiendo a distintas cosas. Este libro en especial -"Palabras que miran"-, no nació como libro. Mi libro como proyecto puesto en otra cosa, que tiene que ver con mis hijas, también con el arte. Este trabajo en realidad no nace como libro porque yo comienzo a escribir los textos en un momento en el que la ciudad comenzó a asfixiarme demasiado, así como la locura de la gente, la cosa vertiginosa que tiene Buenos Aires. Entonces yo vi que me estaba poniendo en piloto automático y eso no era bueno. Como en los últimos años en mi trabajo lo asistencial lo hago a domicilio, así que recorría los cien baños porteños con mucho tiempo de viajes, agotador y estresante. Así que me dije "empezá a ver", porque la ciudad si bien agobia tiene cosas muy bonitas que no se aprecian. Fue una propuesta para mi misma, ver algo que tuviera que ver con la belleza, con algo que nadie veía, y así comencé a escribir pequeños textos que pasan por una cuestión muy subjetiva, muy sensorial. Muchos textos los empecé a subir a mi Facebook. Quería compartirlos, que la gente se dé cuenta que hay que mirar, y por eso se llama Palabras que miran. Pero para mi sorpresa la gente comenzó a comentarlos, tanto gente cercana a mi como colegas o contactos con los que no tenía una relación afectiva, por lo que vi que eso que escribía estaba resonando de alguna manera. Eso estaba bueno. Porque si resuena en uno, también pasa en muchos más y está muy bueno, así que lo seguí haciendo. Muchos textos tenían que ver con cosas que veía o con situaciones que pasaban.

¿Te sentás a escribir o llega la inspiración y ahí lo hacés?

Yo nunca me propongo escribir. Vivo con la compu, porque escribo mucho desde lo científico que tiene una línea literaria. Y mientras estoy en la computadora hay algo que me dice correte y escribilo. Hay algo que llega y lo escribo. Generalmente es como de madrugada, ya que soy muy noctámbula, me gusta el silencio, con un té de por medio o cuando hago un relax, cuando estoy haciendo un raconto de lo que pasó en el día, y seguramente allí sale algo para escribir. Pero no hay una propuesta para escribir, no hay una disciplina, no hay nada de eso. Es una cuestión espontánea que surge y nada más.

¿Después de "Palabras que miran", viene algo más?

Palabras que miran es muy reciente. Y siempre estoy escribiendo. Este libro no fue una proposición que me puse. Alguien lo vio, me conectó con una persona que trabaja en una editorial y presentaron un proyecto, y después me propusieron recolectar todo mi material y que saliera un libro. Nunca lo había pensado en realidad.

Es que las cosas no las vas pensando, parece, sino que se te cruzan en el camino...

Jamás pensé nada. Las cosas se fueron presentando, aunque yo siempre estoy muy atenta, escucho y miro. Le doy bolilla a lo que siento y hacia allí voy, ante lo que va surgiendo. Yo escribo y a mi Facebook han ido a parar cosas que tienen que ver con nuestra vida en pandemia y también hay otra propuesta en la que estamos trabajando con mis dos hijas que es un entrecruzamiento entre distintas artes: la escritura, la fotografía y la pintura, entrelazándose como en distintos lenguajes. En eso esoy con mi hija menor, Agustina Ferreyra -28- ("Acqua", que es su nombre artístico) y mi hija mayor Pamela Ferreyra (33), quien vive en Traslasierra junto con mis dos nietes (Eluney Jazmín y Ciro), y ese es mi lugar en el mundo que se llama Luyaba. Inclusive lo digo en el libro y hacia allí voy en el futuro, para vivir allí. Y Agustina, que pinta, fue la que hizo la tapa del libro, ya que le presenté la idea a la editorial y lo aceptó enseguida. Mientras que Pamela es muy corporal, hace telas, cosas de circo te diría, también fotografía por supuesto, y de allí viene la idea de hacer algo las tres juntas.

Varias Magalí en una sola

"Soy terapista ocupacional, soy escritora, soy varias en una sola. Mi profesión me ha permitido meter el arte adentro de ella y esa es una vuelta de tuerca que tiene mucho que ver conmigo, más allá de que es una profesión abierta que permite utilizar el arte como herramienta", cuenta Magalí.

"¿Si espero que algo se cruce en mi camino?. No, para nada. Que llegue cuando tenga que llegar. Yo siempre estoy mirando, siempre atenta, porque sino se te van los trenes. Tengo como una sensación ahora de mucha plenitud en mi vida. Creo que lo de afuera ha ido acompañando a lo que tengo adentro. A veces se espera que lo de afuera se acomode para que una se acomode interiormente, y yo creo que no es así. En la medida que me fui armonizando, aceptando y trabajando conmigo, sintiéndome en el centro, todo se fue acomodando. Todo se acomoda afuera en base a uno", explicó.

¿Qué hay en el libro "Palabras que miran"?

"Lo que la gente va a encontrar cuando lee Palabras que miran son textos muy cortos. Encuentra una primera parte que se llama Notas de ciudad, que tiene que ver con esta mirada hacia afuera, con lo que encontramos justamente en la ciudad, y la segunda parte que se llama Notas de interior que es una mirada más hacia adentro, de mí misma. No como una cuestión de cómo me miro, sino una cuestión de interpelar lo que hay adentro para crecer y desarrollarme. Y mucho de esto tiene que ver con mi trabajo como terapista, con los cuidados paliativos acompañando gente hasta el último segundo de vida, porque uno aprende de todo eso. Tiene que ver mucho con mis pacientes, sin dudas".