Rodrigo Fernández - [email protected]

Cualquier puede verlos en la playa. Llegan con el equipo en la mano, además de la sombrilla y otras cosas, y enseguida se ponen a delinear la cancha. Tiran una, dos y tres veces y enseguida se produce el milagro de la conexión silenciosa. Alguien, de una sombrilla, carpa vecina o quizás que pasó por allí, se acerca a mirar y pocos minutos después ya está con los discos en la mano tratando de arrimar el bochín. No hace falta mas que ganas para sumarse. El tejo une a los jugadores y los invita a conocerse. No es raro que cada temporada se crucen los mismos, y también sus familias, para hacerse unos tiros en la arena. A veces la gente que se acerca a la cancha es mucha y es entonces que se escuchan desde lejos los gritos y los festejos. 

En el barrio Jardín, el clima es distinto. Es un lunes de febrero que se parece bastante a un día de otoño o primavera. El pasto está muy bien cortado y, caminando entre las torres bajas, el silencio invita a escuchar los pájaros. Cuando uno llega al corazón del barrio se puede encontrar con un galpón de paredes altas y bien pintado. Desde afuera no se puede saber bien qué funciona adentro, pero apenas uno cruza la puerta todo se mueve de forma rápida. Tres canchas, la arena prolija, y un grupo de jugadores que de caminan de punta a punta de una de ellas. Algunos otros están sentados mirando de lejos el partido, tomando mate. De fondo se escucha música de los años 80.

Lo primero que llama la atención es el dinamismo de los jugadores. Arrojan el tejo, miden, trotan hasta llegar adonde quedó el disco. Tanto varones como mujeres se mueven mucha soltura y arrojan los discos uno tras otro. Comparan, ríen y se hacen chistes. Es evidente que más allá de lo deportivo hay otras cosas que los unen y que los llevan a reunirse todos los lunes, miércoles y sábados después de las 4 de la tarde. 

De la bocha al tejo 

"Ya van a ser 10 años que empecé a jugar", cuenta Rolf Dobler, quien me invita a sentar a la gran mesa donde los equipos de mate esperan por sus dueños. 

Este santafesino, que llegó en 1967 a Olavarría para trabajar en el Servicio Penitenciario recuerda que por aquellos años "había mucho auge por las bochas y se llenaban las canchas". "En ese tiempo andaba bien, anduve bien mucho tiempo", dice entre risas, y comenta que "era bochador nato". Pero a los 65 años, y luego de una carrera muy importante dentro del deporte, dejó de jugar. "No juego más, hay que dejarle el lugar a los jóvenes" dijo. 

Fue en el predio de la Base Bonino donde se cruzó con un hombre que lo invitó a tirar un tejo. Se acuerda perfecto que le respondió: "Dejate de joder con esa porquería...". Pero tanto le insistieron que "tiré un tejo y lo puse cerquita, y tiré otro y lo puse más cerquita". "Vos tenés que jugar al tejo...", le dijeron, pero él se fue para donde jugaban al mus. "Yo iba a jugar al mus nomás, como hacemos todos los viejos..." dice, y se ríe. "De ahí agarré el tejo..." afirma y no lo largó más porque se enganchó totalmente. 

Al poco tiempo jugó en pareja y ganó dos torneos Argentinos para la ciudad. Después ganó otro, pero representando a un club de Buenos Aires. Luego llegó a la cancha del barrio Jardín y recuerda que en lugar "había dos canchas de bochas, donde jugué muchos partidos, y las cerraron. Estaba todo abandonado, todo sucio".

Fue Rubén Musotto, del área de Deportes del Municipio, quien abrió la posibilidad de hacer las canchas de tejo. "Vinimos a trabajar acá, yo era un jugador más, y empezamos a desarmar las canchas de bochas y a armar estás tres canchas y dejamos un espacio para hacer comidas para solventar las gastos como las expensas, agua y luz. Es plata que tenés que ir recaudando" explica. 

"En este momento somos 20 socios, con los que solventamos los gastos, pero siempre hay que hacer algo, comprar o que falta, necesitas tener algo más aparte de la cuota", menciona. La cuota actual tiene un valor de 150 pesos por mes, una cifra mínima para mantener el lugar y que les permite a los socios utilizar las instalaciones. "Acá no hay presidente, somos todos uno", aclara, aunque su rol actual sea el de tesorero. 

"El mantenimiento es fácil. Hay que echarle agua y nada más. Tenemos que tener arena para agregarle porque se va saliendo aunque la barras", describe y cuenta que la arena utilizada en las canchas es de Montevideo. "No es la que tuviese que ser. Es una arena que no se apelmaza, entonces el tejo se entierra, no corre. A mí me viene bien esta cancha, pero hay gente que no", y señala que "le echamos un poco de arena gruesa, de revoque, para ver si apelmaza pero no dio el resultado que esperábamos".

"Es mínimo el mantenimiento y no cuesta nada. No es nada costoso, sacando el agua", dice Rolf, y añade que si bien utilizan siempre una de las tres canchas, asegura que cuando hay un torneo se necesitan más. 

"En Olavarría no sé lo qué pasa con los tejeros. No quieren juntarse, hacer una comisión, que coordinen todos los jugadores de Olavarría...", reflexiona, y asegura que en la actualidad son pocas las canchas que hay en la ciudad. Además de las canchas en el barrio Jardín, están las del barrio La Esperanza y las del Tiro Federal.

"La pandemia un poco nos tocó, pero no tanto como a otros deportes", reconoce. "Acá teníamos más o menos, respetando lo ordenado por el municipio, 6 o 7 siempre y jugábamos", menciona. 

Cuando intenta explicar por qué decidió jugar al tejo dice que fue "para seguir, porque qué haría yo viejo en mi casa", y emociona un poco, aunque enseguida asegura que "trabajar no quiero trabajar más, nunca trabajé bah..." dice entre risas, "ahora menos...". "Entonces algo tengo que hacer para estar activo. Vengo acá me divierto, soy el que más habla". 

"Seguiré hasta que Dios diga basta", afirma serio, y señala que "el juego te aporta que vos estés mejor, saludable y mentalmente. A muchas cosas te ayuda, aunque parezca mentira". 

Un juego para el cuerpo y la cabeza

La actividad en la cancha termina. Algunos jugadores se van, otros preparan el mate y se sientan en la mesa larga dispuestos a charlar un rato. Rolf se aleja y le deja el lugar a otros jugadores, pero nunca se quedará callado. Aportará algún dato, dirá un chiste o completará con algún detalle en la charla. 

Pancho Ronconi, María Marta Abraham y Ester Gutiérrez acaban de terminar de jugar y se los ve rozagantes. Las caras expresan felicidad y cuando hablan del tejo una emoción los embarga. 

"Arrancamos en el 2002, pero jugábamos nosotros dos", cuenta Pancho y señala a su esposa María Marta. "En el 2003 empezamos a jugar en cancha y nos fue bien", dice.

Empezó a jugar el tejo porque "lo vimos en Buenos Aires en 1990 y nos gustó. Entonces cuando vinimos acá hice un juego con teflón". Así estuvieron jugando solos por cerca de un año. Se armaban la cancha en cualquier lado. Podía ser una vereda o el pasto. "En cualquier lado, pero jugábamos", dice Pancho. 

"En el 2003 hubo un torneo en San Miguel. Nosotros estábamos jugando y nos invitaron". Allí ganaron su primer torneo y "de ahí nos gustó y no dejamos mas".

Competir con otros tiene otro gusto, reconoce Pancho, y dice que para él "es un placer". "El placer de ver cómo podés sacar el tejo, de una manera u otra". 

María Marta explica que antes "casi siempre ganaba él, pero ahora ya no" y todos ríen en la mesa.

"Nosotros ganamos tres años en Mar del Plata consecutivos", cuenta María Marta, y Pancho le agrega que hubo una cuarta aunque no fue consecutiva. Además fueron subcampeones en los Juegos Evita. 

"Me gustaba ir a Mar del Plata y encontrarme con gente de otros lados. Eso me gusta del tejo, gente que te saluda y que vos no conocés", afirma. 

"En la casa de ustedes empecé a jugar", dice Ester, y mira a sus amigos que están al otro lado de la mesa. Jugó en pareja con Rolf, que desde lejos pide "que conste en acta que le pedí permiso al marido primero", y otras vez todos ríen. 

Ya uno puede darse cuenta que el tejo no es todo. También hay amistad, camaradería, valores pero qué sienten ellos que les da el juego. "Hacer ejercicio -dice María Marta-, todos los días... caminás, te agachás. A mí me encanta levantar al tejo porque hacés ejercicio". Para Pancho, "la sensación mía es cuando tiro el tejo cruzado y le alcanzo a pegar al que quiero" y hace un gesto placentero. Ester comparte todo lo que sus amigos han dicho.

El tejo asimismo permitió que se armaran algunas parejas. "Y se desarmaron también...", dice Rolf, y otra vez estallan las risas mientras señalan a otra jugadora: "Aquella señora consiguió...", dicen entre risas. 

Todos mencionan que hay poca gente joven que lo juegue, sea en la playa o en las canchas cerradas.

Aunque hay algunos que "tiene amor por el tejo. Vos ves que quieren hacer algo, pero no son muchos". 

Para los próximos días esperan que lleguen nuevos jugadores. Siempre es así cuando termina el programa municipal para adultos mayores "Verano Dorado". 

Y es Rolf quien cierra la charla reafirmando aquello de que el tejo es un juego que "te agiliza física y psíquicamente".