Es que "la música fue fundamental parta ser un gran foniatra", define en una extensa charla telefónica desde su consultorio de Rivadavia 2306, propia de estos tiempos de Covid donde la presencialidad se reduce al mínimo posible.

El especialista en foniatría habla de su profesión, repasa también su historia y se suma a la lucha que él y sus colegas mantienen actualmente con las obras sociales pretendiendo actualizar honorarios y revalorizar esta actividad.

Se recibió de fonoaudiólogo en 2001 en la Universidad de Mar del Plata, después de haber hecho el secundario en la ex Normal y la primaria en la Escuela Nº 8. La foniatría tiene su costado teórico y su formación académica, pero también su pata actual vinculada con el contexto que se vive y con las realidades de los pacientes; ambas cosas tan importantes para un diagnóstico y su tratamiento certero.

"En esta profesión uno sigue aprendiendo todos los días, eso es lo que te motiva", sintetiza el profesional mientras cuenta que la pandemia exacerbó algunas patologías que son tratadas dentro de su especialidad.

En este contexto, comenzaron a aparecer más recurrentemente casos de fatiga vocal, sobre todo en personas que se dedican a actividades donde utilizan mucho la voz como los docentes que tienen que hablar con barbijo y máscara puestos. "Esto prácticamente no se percibe, no es una disfonía muy notoria. Lo que sucede es que se pierden frecuencias pertinentes al habla, son las frecuencias agudas, la calidad de ciertas consonantes empiezan a perderse", expone mientras aporta determinados tips para tener en cuenta como tomar mucha agua, adaptar la voz al trabajo, hablar pausado y más lento.

Pandemia, tiempos de cambios, de readaptaciones y de amoldar la mayor cantidad de cosas posibles a un mundo virtual al que no estábamos tan acostumbrados. Los fonoaudiólogos también tuvieron que buscar nuevas formas, sobre todo en épocas de aislamiento estricto.

Pero aún en la era de la comunicación y las tecnologías, a veces no resulta tan sencillo. Sucedió con las videollamadas, un recurso utilizado en etapas de restricciones duras y de cierre absoluto de actividades. "Ocurre que el diagnóstico cuesta mucho en algunos casos porque no se puede percibir todo, solo algunas cuestiones generales. En los casos de dislalia, por ejemplo, no se puede percibir con exactitud todo lo que le falta mejorar. A veces, incluso, es más eficaz la grabación que el online. Se pierde el brillo, se opaca".

Su fuerte es trabajar con la voz y de hecho es uno de los pocos especialistas que hace el estudio que se llama "laboratorio de voz"., un estudio de análisis que se basa en rastrear ciertas características de la voz a partir de una grabación con tecnología de punta. "Hay disfonías y patologías que no son muy visibles para un estudio médico, entonces ahí el otorrino pide este análisis para el cual tenés que tener una licencia especial".

Trayectoria

Es imposible separar a Ramiro Ranni de lo que es la historia musical. Su abuelo, Alfredo Rossi (fallecido en 2006) fue un reconocido músico olavarriense. "El me formó en la música, y lo que hago como fonoaudiólogo me gusta mucho lo que tiene que ver con la voz", cuenta ahora.

También en ocasión del Día del Fonoaudiólogo, hace unos años el Dr. Ranni contaba a EL POPULAR que "yo hacía solfeo cantado con mi abuelo a los cinco años, me daba las clases en el Conservatorio a los 8. El tocaba el piano y el bandoneón, y dirigía la orquesta de tango, de cuerdas y la sinfónica, además de ser un gran compositor. La familia quería que yo tocara el violín, pero no me gustaba. Yo quería el piano. Nunca asocié la música como salida laboral, sino que inconscientemente la adopté desde el lado artístico o cultural", reconociendo también la gran influencia que en su profesión actual tuvo la música y todo lo que aprendió con su abuelo.

En 1999, luego de finalizar el secundario, Ramiro Ranni se instala en Mar del Plata. Su intención no era estudiar fonoaudiología, sino locución, un camino que ya conocía de algunas experiencias que había tenido en radio. Pero en el estricto curso de ingreso que llevó a que solamente el 30% de los 100 postulantes pudiera hacer un lugar en la carrera. "Yo quería encontrarle la explicación del por qué no había ingresado, en eso me encuentro con la fonoaudióloga que formaba parte también de la evaluación y ella me dijo que cuando pronuncié el Documento Nacional de Identidad lo dije mal y me confundí en una vocal. Eso me dejó afuera".

En una noche analizó varias opciones de posibles carreras. "Las materias de fono, técnica vocal, clínica vocal, foniatría, que se emparentaban con la música; había cuestiones en común. Y vi audiometría. Ah, está bueno, dije. Me anoté y entré".

Después de cuatro años se recibió. Tenía 22 años cuando regresó a Olavarría. Todo fue dándose de a poco. "Veníamos de la crisis de 2001 y no fue fácil", recuerda.

En 2006 ingresó a trabajar en Corpi, en rehabilitación de lenguaje, específicamente en ACV y traumatismos por accidentes. Dos años después comenzó en su consultorio junto con los doctores Alberto Ringuelet y Guillermo Horton, "que me abrieron las puertas laborales y fue fundamental para terminar de asentarme y crecer".

Antes, había pasado por la Unicén, donde fue profesor adjunto en Locución. "Yo soy músico porque tuve la suerte de nacer en una familia de músicos, pero eso no significa que quiera ser docente", dice respecto del camino que imaginaba para él su familia.

Hoy amalgama la música y la profesión. "Hago todo lo que es patología vocal. Mi fuerte es la voz, corregirla. mejorar el timbre, acomodar el tono (porque hay voces desafinadas) y ahí aparece lo de la música, que me ayuda muchísimo".