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A casi tres años y medio de aquel día que marcó el antes y el después para la familia de Millie Hiese, ella necesitó ponerle palabras a aquella historia que llegó a los grandes medios como "la manada" que abusó sexualmente de adolescentes en una agencia de turismo. El detonante que la decidió a hablar por primera vez fue la nueva postergación del juicio oral y público contra Néstor Pola y Juan Garay, los dos hombres imputados –con diferentes calificaciones legales- del abuso sexual de su hija menor. Es el derrotero de una familia que necesitó de mucho amor y paciencia para seguir adelante. En donde hubo miedos, vergüenzas y culpas propias de las víctimas de ese tipo de delitos, enojos y angustias compartidos.

Una primera fecha estaba prevista para octubre pasado y la pandemia obligó a postergar el juicio. Una segunda fecha tenía lugar el 24 de agosto de este año y se pospuso tras la presentación de un certificado médico de uno de los imputados. Una tercera fecha tenía lugar pocos días después y se repitió la misma situación. Entonces –dijo Millie Hiese- "sentí que la ley estaba contra la ley".

-¿Qué generó en vos esta nueva postergación?

-Me pasó de todo. A nosotros nos habían citado para el 24 de agosto y fue empezar a revivir un montón de cosas. Comenzar a contener a mi hija que se vino abajo mientras, a la vez, yo me daba fuerzas a mí misma.

-¿Cómo fueron para vos, como mamá, aquellos días de tres años y pico atrás?

-Es una de las peores cosas que me pasaron en la vida. Primero era ver a mi hija mal sin saber qué le había ocurrido. Esa noche habíamos salido las dos. Ella salió y yo también había salido con mis amigas. Veníamos de pasar momentos familiares difíciles y era un momento lindo. Cuando al otro día la vi mal, me puse atenta porque sabía que sucedía algo pero no me imaginé algo así. Es loco pero no se me cruzó. Y ella no lograba hablar. Me lo terminó contando mi hija mayor que me dijo "mirá mamá, pasó esto y te lo tenemos que contar porque ella no puede. Hace dos días que no puede". Y me lo dijo crudamente: "la violaron". No era un balde de agua fría. Era el mundo entero que se caía sobre mí. Le empecé a preguntar quién, cómo, dónde… lloré mucho y ella que decía que no era eso lo que quería. Ella se sentía culpable, como toda víctima y cuando me dijo dónde ocurrió todo yo pensé "esto no le puede pasar sólo a mi hija, le tiene que estar pasando a otras chicas". Ella me mostró quiénes habían sido. Y no sé de dónde sale la fuerza en una en un momento así pero le dije "vamos a denunciar". Ella al principio no quería pero llamé a una amiga que nos acompañó y fuimos. Lloré mucho porque escucharla decir cómo la habían lastimado era tremendo para mí.

-Ese relato sintético que hacés debe haberse multiplicado en sensaciones de un modo tremendo en aquel momento…

-Mi hija no nos quería ver llorar. A ella le costaba hacer el duelo de lo que le había pasado para ver cómo seguir. Para mí, era llorar, putear a escondidas y todo, en medio de una situación familiar que se complicaba día a día. Gente que me llamaba y estaba cerca y otra que necesitabas que te llamara y no lo hacía. Y entiendo claramente que a la gente le cuesta arrimarse en una situación de dolor. Lo entiendo pero me cuesta aceptarlo. Yo estuve bastante tiempo sin ir a trabajar y ella demoró mucho más en volver a la escuela. Nosotras vivíamos solas y era todo un tema para mí dejarla. Era complicado porque ella tenía muchas cosas en la cabeza. Estaba enojada, angustiada, no quería que nadie la viera. Porque todo, en una situación de este tipo, pasa mucho por la vergüenza.

-Qué tremendo tener que sentir vergüenza de algo doloroso que te hicieron…

-Es loco, es raro, pero es así. Y en este último tiempo en que volvió a revivir todo creo que el fiscal ayudó mucho con sus palabras. Tanto él como el abogado y la gente del juzgado le remarcaban mucho que nadie tiene derecho a hacerte algo que no querés. Uno lo entiende pero que vos lo sientas en tus entrañas es muy distinto. Y requiere tiempo.

Esquirlas

Millie Hiese tardó unas tres semanas en poder regresar a su trabajo. Su hija demoró unos dos meses en retomar su vida escolar. Ese 28 de abril de 2018 había dejado en ellas huellas imborrables mientras la adolescente cursaba el último año de la secundaria. Ponerse en pie nuevamente fue un camino complejo, doloroso y las esquirlas de lo ocurrido esa noche salpicaron fuerte y hondo. Para todos. Para la menor de sus hijos, porque fue la víctima concreta de quienes la abusaron. Para ella, como su madre. "Mi hija mayor terminó contando que había vivido una o dos situaciones que no llegaron a tanto porque alguien intervino y esto que ocurrió con la hermana le pegó muy mal. En esos días yo dejé de mirar redes sociales porque se decían demasiadas cosas y yo trataba de mantenerme en equilibrio. Mi hijo, que se mantuvo tranquilo, pasó por momentos de mucho enojo", contó.

-¿Cómo se rearma el rompecabezas familiar después de algo así?

-No sé… con mucho amor, con mucha empatía. No es fácil porque había discusiones, momentos en que no podías dejarla sola ni siquiera para ir a la esquina. Pero necesitábamos mucha paciencia. Hay familias en las que esos sentimientos no están. Creo que ser familia no necesariamente significa amor. Pero nosotros sí tenemos eso. Mi hermano fue incondicional. La hija mayor de mi hermano iba todas las tardes a quedarse con ella simplemente para estar. Entonces vos me preguntás cómo se acomoda esto… con mucho amor.

-¿Qué te pasó la primera vez que ella volvió a salir?

-Los miedos se apoderaban de mí automáticamente. Muchas veces me distraía con una película o rezaba hasta escuchar cuando llegaba. Leí un libro que fue como un ángel para mí y me ayudó muchísimo pero esa sensación de que algo malo le pudiera volver a suceder duró bastante tiempo. Lo peor fue cuando se fue de viaje a Bariloche. Me alegraba por ella pero los temores no me soltaban y creo que no los podía manejar. Y no sé… la fe, la oración, la meditación, sesiones de terapia, la confianza que me daban las personas que estaban en nuestro círculo me ayudaron a soltar de a poco ese temor y pude empezar a confiar.

-¿Cómo viviste la decisión de presentar una denuncia?

-Nada fue fácil. En las dos primeras semanas, mamás de compañeras de mi hija, gente conocida, me decían "a mí me pasó lo mismo". Yo nunca pregunté si habían denunciado o no. Y es real que para eso necesitás tener a alguien que te escuche, que te acompañe, que te crea… pero son cosas que me dejaron helada. Porque a todas las mujeres nos ha pasado alguna situación no querida, donde terminaste yéndote o pegando un bife… Pero que te digan que vivieron lo mismo que vivió mi hija, me pegó mal. Porque incluso hubo chicas que fueron después a apoyar la denuncia de mi hija pero si no denunciaste antes… no sirve.

-Todo esto ocurrió hace tres años largos y todavía no lograron tener un juicio… por más que tuvieron el apoyo judicial y del ministerio público.

-Es complejo todo. Porque teníamos fecha para octubre del año pasado y vos entendés que por la pandemia hubo que posponer pero ahora íbamos a juicio en agosto y ya estábamos convencidas de que se hacía. Mi hija lo aceptó, lo lloró, lo padeció. Tuvo que recordar todo. Tuvo que estar todo el tiempo en contacto con su psicólogo. El lunes en que se iniciaba se volvió a suspender pero para esa misma semana y bueno… eran apenas unos días. Pero cuando lo volvieron a suspender ya fue demasiado. No sabemos qué fechas disponibles hay. Tenemos que aceptar cosas que ya resultan cansadoras. El mismo día presentaron dos certificados médicos de que el imputado no podía presentarse a la audiencia. Sentí que la ley estaba contra la ley. Las fechas se estiran, se estiran y se estiran.

-No se les permite a ustedes hacer un cierre…

-Tal cual. Y no es cómodo para nada. Cada uno procesará como pueda interiormente pero es necesario un cierre concreto, un papel escrito, algo.