La murga Arrebatando Lágrimas cumplió 20 años desplegando su arte por calles de Olavarría y un fiel exponente de ese recorrido es Ariel Rodríguez, quien con apenas 14 años se unió a ese sueño que integraba su hermana Daniela y con el paso del tiempo se volvió un referente inevitable de ese colectivo que carnaval a carnaval contagia con su ritmo, su arte y su mirada particular sobre la realidad.

El murguero, que también exhibe facetas como docente, gremialista y artista, analizó ese recorrido de Arrebatando, ligado en forma inextricable a su crecimiento como persona. Lo hizo a través de un intenso diálogo con Lucas Borzi en el programa "Grita el arte" (FM 98Pop), donde fue definido como "provocador de sentimientos para que lo latente salga afuera".

Desde un lugar de humildad, reconoció que "ha pasado mucho tiempo y lo que intentamos es transformar. Y si bien siempre me cuesta hablar de mí, todo lo que hemos elaborado siempre ha sido con otros y para los otros. Es muy emocionante, a lo largo de los años. Sobre todo porque está cargado de esfuerzo".

Pese a su reticencia a hablar en primera persona, puesto a definirse para "los que no me conocen", resaltó que "en particular, trato de vivir como lo hablo, lo que digo, lo que pienso. Es verdad que un poco somos un personaje los artistas, los que lo intentamos ser. También el sello de decir soy un artista creo que me queda un poco grande pero uno trata de llevarlo de la mejor manera teniendo en cuenta la función o el rol o el espacio o los estereotipos que hay de hacer arte o de los artistas".

En esa tarea de elevar las vivencias diarias "al espacio de Arrebatando Lágrimas lo rescato muchísimo, lo pongo en grandes criterios o en nubes. Considero que es un espacio no solamente cultural sino educativo, transformador, que a muchos de nosotros nos dio la posibilidad de pensar con el otro, de depender del otro, de debatir, discutir, argumentar, de dar información y sobre todo de dar un mensaje".

Esa función de transformarse en un termómetro de la realidad, "está muy buena, conlleva un compromiso muy grande, acostumbrarse a las críticas que también es un proceso. Esto de hacer el arte popular, que todo cuesta tanto; cuesta tiempo, horas de sueño; dejar un montón de cosas al costado hace que uno trate de tomar fortaleza en un montón de otros aspectos y hay que estar preparado para las devoluciones, que a veces no son fáciles", plantea.

"El paso del tiempo"

Pero esa capacidad de dar y recibir se vio potenciada "más para esta murga, que le tocó ser la primera, después de muchos años de corsos privados, de agrupaciones, que viene con una impronta del carnaval popular, libre, gratuito, participativo y donde también se va configurando según quienes van y quienes vienen; ha pasado muchísima gente en muchísimos años: donde todos se llevan algo y todos nos dejan algo", destaca.

En ese recorrido, "los que perduramos tratamos siempre de tener presente nuestros comienzos, donde son inolvidables las batucadas con Samambaia, Sambadulúa, con los primeros intentos de candombe. Y a nosotros nos pasa ser constantes y estar en todos los procesos de un montón de agrupaciones".

La presencia en los tablados y en las calles año a año con la protesta a flor de piel encarna un retorno a las fuentes con una conciencia y un sentido de pertenencia distintos. "Habernos encontrado nuevamente con la cuerda de candombe ya hace 4 años, que fueron los primeros originarios y comenzaron con nosotros. El paso del tiempo te convierte en compañeros, en amigos y el paso del tiempo a muchos se nos hace una necesidad. Esa necesidad es una forma de vivir y a veces te tomás unas vacaciones, un ratito pero hay algo que...", la frase se pierde pero Ariel deja un indicio de que esa conexión es para siempre.

Para aclararlo, se refiere a su propia experiencia. "Hace un tiempo lo decía ''no sé si yo voy a dejar a la murga o la murga me va a echar a mí''. Pero es muy difícil, hay un vínculo complejo que uno hace con la agrupaciones, con los colores, con la historia que es formidable. Y a todo esto hay un personaje y ese personaje trata de ser consistente y conciso con la vida, que no es fácil y apasionante".

Puesto a analizar las dos décadas de la Murga, señala que "cumplimos 20 años y 20 años sin pausas, solamente con algunos recreítos, la verdad que nos ponen en un compromiso mayor. Daremos lo mejor, como siempre, lo que se pueda, lo que lleguemos y pensando en el 26 de agosto, cuando se cumple el aniversario".

"Vuelta de tuerca"

Traducir en un espectáculo esas vivencias no fue sencillo y hubo que buscar "una vuelta de tuerca para ver cómo sintetizamos esos 20 años, que no es una tarea fácil. Pero algo que nos pone muy felices es la cantidad de compañeros y amigos y saber que llevamos de alguna manera un poco la herencia, que no es pesada pero conlleva un compromiso muy grande, de cumplir 20 años", resalta con un dejo de ironía.

El universo de Arrebatando Lágrimas se constituye por muchísimos integrantes que contribuyeron a consolidarla y desde ese punto de vista "hay mucha experiencia para contar, para decir, para construir, en muy pocos años en el sentido de la edad que tenemos. Cuando uno mira hacia atrás decís ''pucha, qué fueron nuestros 17, 18 o 19 años, y los transcurrimos ahí en ese espacio de transformación, tocando, compartiendo, aprendiendo", relata.

En ese recorrido se produce una marca distintiva, "que también te lo da el tiempo, la experiencia. No sé si está cargado con cuestiones frustrantes pero que tienen que ver con caer y volverse a levantar, de ser resilientes en el sentido de no abandonar y ponernos nuevos objetivos".

Ese derrumbe y vuelta a edificar se produce "año a año, con la gente que está, con que cree, con la que aguanta los procesos, porque hacer carnaval, hacer murga, no es un mundo feliz, es un mundo de conflictos, de la vida misma. Los conflictos son parte de hacer cosas mejores, de superarse".

En definitiva, "a lo largo de los años hemos podido desarrollar algunas formas que a veces funcionan más o menos, según el contexto. Pero la idea es que en algún momento del año tenemos una instancia donde hacemos una evaluación y decimos todo lo que nos salió mal y lo que nos salió bien, en lo artístico, lo escénico, las partes vinculares, y ahí se propone qué hacemos para el año que viene", finaliza el murguero.

"Siempre volver a reiniciar"

Luego de dos décadas de murga, la misma experiencia desplaza los ejes y el disfrute comienza a pasar por otras instancias. En ese proceso, las primitivas ganas de sorprender a los espectadores van dando paso a otras cuestiones más relacionadas con el espíritu y se relaciona hoy con "ese placer de ver a otros. Porque como a todos nos pasa, a veces hay momentos que te comías el escenario. Pero tiene que ver con historias de vida y también con ir entendiendo cómo vamos generando espacios, que quede en los que hace mucho estamos, no tiene sentido", asegura Ariel Rodríguez.

Desde ese punto de vista, un estado del alma murguera podría resumirse en que "es necesario siempre volver a reiniciar". El paso del tiempo marca que "justamente la juventud tiene otras necesidades y claramente lo vivimos como grupo".

Para no detener ese flujo vital "intentamos, y estamos en ese proceso de intentar ver cómo las formas comunicativas, contestatarias; las necesidades de los jóvenes de hoy pero sin perder en ningún momento la posibilidad de que sean parte los pequeños de 5 años y los adultos", refleja sobre el motor que mueve a Arrebatando Lágrimas.

Con la intención de no perder la orientación de esa brújula que no siempre apunta hacia el norte "tratamos de buscar ese equilibrio. Con un objetivo que es hacer arte y para eso a veces hay que hacer un entramado, de buscar vías de comunicación, de ver cómo lo hacemos, de encontrar posiciones, que a veces es muy complejo y eso también es un arte, que es todo lo que hay detrás de escena para que lo que se proyecta pueda salir", puntualiza.

Esa labor, quitándole horas a su vida para destinarlas a desarrollar el mundo de Arrebatando Lágrimas representa "una realidad, difícil, compleja y apasionante también", rescata Rodríguez.

Las marcas de la adolescencia

Combinar su vocación de docente con el oficio del murguero no ha sido tarea sencilla para Ariel Rodríguez, pero si existiera una balanza para definir su personalidad, "en el caso mío, me he configurado desde la murga y el teatro. Y a su vez tiene que ver con una connotación de una filosofía de vida, de siempre intentar, de transformar, de estar atento a las cuestiones que hacen a los grupos, a las individualidades, que tienen que ver con el cuidado, con la preocupación de intentar estar con el otro, no desde un lugar paternizado sino de siempre generar construcción, autonomía", sostiene.

En las múltiples responsabilidades que asume, esa línea de pensamiento atraviesa su forma de vida "como una proyección, ya sea desde el lugar de trabajo, desde la docencia, desde la familia". En ese punto, destaca otro desafío que lo eleva como persona: "Desde hace 4 años estoy en el oficio de ser papá, de ser compañero, de estar ahí, de experimentar, de aprender. Creo que eso también te da un encuadre bastante diverso y lo aplicás de alguna manera en todo lo que uno hace".

Cada parte hace al todo y pese a que puedan parecer escindidas "son instancias de vida bastante diferentes y con complejidades. A mí me pasa que siempre defendí mucho el concepto de niñez y todos sus aspectos. Tiene que ver un poco con la historia de vida, desde muy pequeño involucrado en los comedores populares; de estar cocinando los fines de semana mientras otros jóvenes tenían la preocupación de estar entre amigos y pensar qué hacían a la noche".

Esa elección temprana, que marca su personalidad, se relacionaría luego con su participación sindical en la CTA. "Nosotros estábamos en el barrio con el grupo de amigos, pensando qué cocinábamos mañana para los pibes del comedor. Entonces eso te va configurando de alguna manera alternativa, porque las otras también son legítimas en la adolescencia, pero te van marcando".

"Una filosofía bastante compleja"

Ariel Rodríguez se ha formado, desde su parte artística, a la luz de las evoluciones de la murga Arrebatando Lágrimas y esa trayectoria no ha sido sencilla, sino que requiere de un feedback muy especial para perdurar, no sólo con los compañeros sino con el entorno, lo cual demanda una empatía distinta con la realidad, para apropiarse de ella, de alguna manera caricaturizarla y poder transformarla en una crítica.

De esa manera, advierte que esa forma de vivir requiere de "una filosofía bastante compleja". En el entramado de la murga, "algo interesante es que somos un montón de integrantes y todos la vivimos de manera diferente y diversa pero todas son legítimas y están buenísimas".

Esa cuestión es la condición inevitable para luego sorprender desde el escenario o en la calle. En esa amalgama de experiencias "está la mayor de las ensaladas, el desafío de amasar, de cocinar toda esa olla y ver qué sale con las personalidades, con las formas, con las inquietudes, con las ganas", señala.

Con esa impronta, no existe la previsibilidad del próximo paso sino que ese devenir "no es lineal para nada. El camino de hacer murga tiene avances y retrocesos, y esta murga compleja que intentamos hacer, porque tiene tantos elementos que es compleja, no deja de ser maravillosa".

En lo personal, "me pasa cuando estoy con mis compañeros y disfruto mucho ver a los más jóvenes volar, saltar o trabajar para que los demás se sientan más cómodos; disfruto esa parte y no tanto estar en escena", analiza sobre la modificación de su postura al interior de ese colectivo murguero con el paso de los años.