[email protected]

Dos muertes en el mes de abril, dentro de la Unidad Penal 2 de Sierra Chica, permitieron otear apenas por algunos minutos una mínima parte de la vida al interior de los institutos carcelarios. Dos muertes violentas producto de peleas en el patio abonaron miradas estereotipadas que, sin embargo, no permiten ir a la médula de un sistema complejo, cargado de violencias y ninguneos cotidianos, en donde la histórica política del Servicio Penitenciario Bonaerense, se apoya en corruptelas viejas, en alimentación deficiente o en mal estado y una desatención sanitaria que padece el grueso de los detenidos.

Bajo riguroso anonimato, el testimonio vía WhatsApp de varios detenidos de esa unidad, en diálogo con El Popular, da cuenta de la vida cotidiana y de los particulares aditamentos que la agravaron desde el inicio de la pandemia del covid.

"Lamentablemente ningún penal está preparado para atravesar la pandemia. Cuando alguno de los internos tiene síntomas se lo lleva a la escuela primaria y queda solo dentro de un aula a ver qué pasa. Cuando ya no se puede manejar, cuando necesita atención profesional, se lo traslada al hospital. Al pasar 15 días y si no tiene síntomas, puede volver al pabellón. Pero la persona que es sacada por eso, deja al pabellón totalmente aislado. Queda engomado, cerrado, por 15 días. La gente no puede salir a estudiar, a trabajar, no puede tener encuentros ni visitas con sus parejas. Hasta que la persona que salió con síntomas ya no los tiene. Lamentablemente Sanidad no está preparada para el coronavirus. Y todos los que se agravan tienen que ser derivados al hospital de Olavarría", cuenta G. desde su celda.

Hay una normalidad añeja en las cárceles. Con muchos aspectos notoriamente agravados en este año y dos meses. Aquello que ya estaba mal, hoy está peor. Porque además, los miedos, las frustraciones, las angustias terminan fogoneando de un lado y del otro de las rejas la profundización de ciertas prácticas.

El relato de G. refleja claramente que "hay mucha bronca, no se miden las consecuencias. Y el Servicio Penitenciario junta en esos pabellones a personas que, en muchos casos, tenían enfrentamientos previos ya en otras unidades". Todo deriva en una eterna bomba de tiempo que, tarde o temprano, estalla y lanza sus esquirlas hacia todos lados.

A partir de esas dos muertes violentas del mes de abril, Roberto Cipriano García, desde la Comisión Provincial por la Memoria, definió que "venimos señalando la responsabilidad penitenciaria porque son quienes deben prevenir estas situaciones. Cuando algo de esto va a pasar, en la cárcel se conoce, los guardias saben que en un pabellón hay conflictos y tienen en claro entre quiénes están las diferencias. Pero deciden no evitarlo porque es parte del gobierno de una cárcel, de cómo regulan y administran las violencias, cómo dejan que determinadas cuestiones se salden entre las personas detenidas sin intervenir. Tiene que ver con códigos, con pautas que se establecen adentro, con situaciones que ponen en evidencia que el servicio penitenciario no está cumpliendo con sus funciones. Que es garantizar la vida de la persona que tiene bajo su custodia. Por eso no tenemos dudas de que estas muertes podrían haberse evitado, que podrían haberse resuelto los conflictos de otra manera".

Hay hábitos y prácticas que forman parte de la cotidianidad carcelaria. Un lenguaje que se va nutriendo de esas reglas no escritas. En más de una ocasión para dar la aprobación a determinadas actividades a llevar adelante por trabajadores externos, se escucha a los jefes decir simplemente "metele bala". Que no es, ni más ni menos, que decir "dale para adelante, nomás". Pero el "metele bala" terminó constituyendo un neologismo nacido de la práctica de resolver ciertos problemas o inconvenientes a plomo y golpe.

La pandemia implicó en el mundo intramuros un encierro de complejidades, a veces, insostenible. Hay quienes salen al patio una hora por la mañana, otra hora por la tarde, día por medio. Se transcurren horas y más horas, dentro de la celda.

Uno de los testimonios en off refleja que "tampoco está vacunado el personal del Servicio Penitenciario contra el covid. Y eso nos afecta porque hubo mucha gente del Servicio que lo tuvo y que lo tiene. Tenemos que tomar cierta distancia pero no se puede, porque estamos en contacto estrecho con ellos. No tenemos opciones. Pasamos a ser la última parte de la sociedad en lo que respecta a los cuidados. Tratamos de cuidarnos, de tomar distancia porque el virus entra desde afuera, no sale de acá. Y hay celdas donde vive más gente de la debida. Celdas con 3 personas donde deberían vivir 2 y ahí no se puede pensar en ningún tipo de distancia".

J advierte que "la primera parte de la pandemia fue muy complicada. Hubo varios fallecimientos. Muchas personas internadas en la Escuela Primaria. No te daban ni un medicamento. La Sanidad siempre fue un asco y no te cuidan en nada. Yo soy asmático y sufro ataques de pánico y si no fuera por mi familia literalmente no estaría vivo. Sobre todo por los ataques de pánico que volvieron a arrancar en 2019 y son muy fuertes".

En su relato vuelca que "acá podés tener de todo: tv, dvd, heladera… pero siempre te va a faltar la libertad y la familia. Yo tengo a mis papás que son grandes y no quiero que vengan, tengo miedo de que se contagien acá y tengo necesidad de que se cuiden".

De modo pormenorizado da cuenta de la odisea que significó lograr obtener su medicación para los ataques de pánico. Le cambiaron el tipo de tratamiento a otro que no funcionaba aun a pesar de contar con los remedios que había tomado anteriormente y que su familia había hecho llegar a la cárcel. "Si vas a buscar un paf porque sos asmático, tenés que ir arrodillado o ya sin oxígeno en tus pulmones. Es lamentable. Pedí la domiciliaria por ser paciente de riesgo. Y en los informes salía que tenía HIV cuando lo que yo tenía era asma. Todo mal. Traté de hacer terapia en el servicio pero no funcionó. Eran 15 ó 20 minutos pero no me servía. Intenté haciendo yoga. Es que vivir una patología que involucra la psicología acá adentro es muy complicado. He visto gente que lamentablemente sufre un montón. No sólo porque no tiene tal vez una familia que lo sustente y si no tenés una familia que lo haga, el servicio no te va a brindar medicamentos, alimentos, no te va a brindar nada. He visto gente que ha muerto, que se ha lastimado para salir de este penal".

S hace un análisis pormenorizado de las violencias que se crean y que emergen como hongos en la tierra tras un día de lluvia. "Creo que la conflictividad que se genera en esta unidad también es impulsada por el Servicio Penitenciario. Primero, comenzando por el trato que el personal tiene para con el detenido. Y no existe asistencia y tratamiento como estipula la ley. Desde el vamos el trato marca siempre la diferencia de poder ya sea desde el rango mínimo de un agente penitenciario al rango mayor, como el jefe del penal. La violencia sistemática está a la vista y genera las problemáticas adentro. Generan una violencia interna en uno mismo, con el maltrato psicológico, verbal, físico en muchos casos. Pero el maltrato psicológico y verbal es todo el tiempo. Incluso para algo simple como abrir la reja por cualquier necesidad que tengas".

La asistencia médica es un capítulo aparte. S dice literalmente que "no existe. Es nula. Para que te atienda un médico tenés que ir desangrándote y es así el caso de tantas muertes en esta unidad por falta de atención. Por enfermedades como la tuberculosis que estaban erradicadas. Sin embargo, acá es común morirse de tuberculosis. Por falta de atención médica, por mala alimentación, porque no hay predisposición del servicio para mejorar situaciones que tal vez no están a su alcance porque esto es una escalera en donde la corrupción viene desde más arriba".

Todas esas violencias van macerando en cada persona. "Uno lo procesa por dentro y a veces no todos tienen la capacidad o las herramientas como para tener un cable a tierra o despejarse como para que esa violencia interna que se va acumulando, no repercuta en los pares, en los mismos internos. Acá pasa mucho que se discute porque uno entendió mal una palabra o porque hubo una discusión mínima y todo termina en una pelea a muerte como pasó en estos días. Esa es toda la violencia, la desidia, el abandono, toda la vulneración y la violación a los derechos que acá adentro es moneda corriente".

Roberto Cipriano García analiza que "es cierto también que la falta de comida, de medicación, de garantía de derechos generan discusiones y tensiones que tienen que ver con cómo funciona estructuralmente la cárcel. Y la conflictividad es habilitada o no prevenida por el servicio sabiendo que todo esto podía ocurrir".

Dos muertes violentas en el mes de abril. Vidas que no importan adentro de los muros y que, una vez más de tantas, permiten reafirmar aquel concepto de la socióloga Alcira Daroqui cuando decía que la cárcel "es una maquinaria de producción de delincuencia y violencia por parte del Estado, y de una fuerte degradación de las personas alojadas allí".