Rodrigo Fernández

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La vida de Carlos Blanco Fernández es múltiple y variada. Ingeniero agrónomo durante muchisímos años, profesor universitario, productor rural o representante de la ONU en Nueva Zelanda, por nombrar algunos de los muchos roles que tuvo. Pero a él les gusta definirse como un "navegante solitario", un hombre que recorre las aguas con la sola compañía de sí mismo.

Ahora, mientras conversamos en el comedor de su casa en el microcentro de la ciudad, Carlos empieza a deshilvanar la madeja que lo llevó hacia el agua. Pero antes invita a pasar a un pequeño estudio donde descansa buena parte de su historia. Hay una pintura que creó a los 12 años, donde un pequeño velero navega en mar abierto, un título de piloto autorizado por Prefectura Naval, libros de viajes, incunables que fueron legados, y objetos que no sólo recuerdan su profesión sino tambien la clase de persona que fue y que es.

Cuando bajamos las escaleras, cuenta que desde muy chico el agua fue algo muy importante en su vida. Tenía 14 años cuando construyó un bote con sus propias manos para cumplir con el desafío de recorrer el arroyo hasta Tapalqué para encontrarse con su padre. Su familia estaba dividida, mientras su padre trabajaba allí, su madre cuidaba de los hijos en Olavarría.

"Yo como chico soñaba que un día iba a llegar al balneario Tapalqué" dice y declara que seguramente esa situación influyó en él. Aunque también recuerda que por línea paterna, sus ancestros gallegos eran hombres de agua. Las historias que le contaban con ellos como protagonistas hicieron, de alguna forma, lo suyo.

Y el adolescente que poco antes de ingresar a la carrera de Agronomía le confesó a su madre su idea de irse a conocer el mundo como marino estaba totalmente influenciado por esas raíces. Ya tenía su destino elegido por sus padres pero dejó ese deseo guardado en el alma. Durante los estudios o mientras trabajaba en el campo su mente estaba en el agua.

"Siempre tuve ese sueño" explica y agrega que "lo soñaba pero no lo veía posible".

A la mar

El 14 de agosto del 2010 finalmente ese sueño abrazado por décadas comenzaba a tomar forma. Fue poco antes de dejar su profesión y vender todo lo que tenía. Eran sólo 8 metros entre una punta y otra de su velero pero para él eso era la libertad.

En el 2012 ya tenía la experiencia de haber realizado cuatro viajes en barco pero era de otro propietario. El 2 de noviembre de ese mismo año salió a mar abierto y el sueño comenzaba a ser palpable.

Cuando se le pregunta acerca de sus sensaciones solo dice: "como en casi todos los viajes, lloré mucho y recé más". En aquella oportunidad fueron seis meses en el mar tratando de conocer las costas de Brasil y llegó hasta Buzios, aunque su idea era tocar tierra en Salvador.

A bordo del "Wisdom"

El velero mide poco más de 8 metros de largo y lleva su nombre tiene detrás una anécdota muy especial. Cuando viajó a Nueva Zelanda en 1976 como representante de la ONU, un profesor lo invitó a su casa a compartir un fin de semana en familia.

"Charlie your a wise man" le dijo aquel hombre y si bien entendió lo que le dijo no fue hasta que regresó a su casa y se lo comentó a su madre que logró aclarar la profundidad de aquellas palabras. Comprendió que el sentido de las palabras significaban que él practicaba "el arte de saber vivir".

"Tu bisabuelo decía: saber vivir es la clave porque vivir cualquiera sabe", le recordó su madre. De ese hecho tan especial en su vida nació el nombre de su velero: "Wisdom", que significaba sabiduría.

Un viaje accidentado

El 10 de febrero del 2016 un rayo cayó sobre su barco mientras se encontraba en medio del océano. "Casi me costó la vida", señala mientras muestra las fotos del estado en que fue afectado su barco. Un gran agujero en la embarcación hace pensar lo peor. Sin embargo, él sonríe y sigue contando los sucesos. El rayo casi destruye su barco pero además le dejó secuelas, afectando la audición de uno de sus oídos.

Fueron dos días en el mar sin ningún tipo de equipamiento necesario para navegar ya que todo se quemó. "161 metros de cable tuve cambiar en el barco", recuerda, además de reemplazar "todo el equipamiento electrónico y magnético y los compases", que fueron afectados.

El rayo también le quebró el mástil y tuvo un principio de incendio. En ese momento soportó vientos de 60 kilómetros. "Estaba a unos 70 millas de la costa" de Brasil. Quiso la Divina Providencia que cuando el rayo cayó estuviera sentado en la escalera que bajaba hacia la cabina. Lo salvó de la muerte que tenía los pies sobre una placa de madera.

El 11 de febrero el diario La Folha de San Pablo hablaba de la tormenta y señalaba que habían caído "5260 rayos en el estado de San Pablo. Uno de esos me pegó a mí", dice Carlos mientras sirve otro vaso de bebida fría y se vuelve a acomodar en la silla para seguir.

"Estuve dos días debajo de esa tormenta y simultáneamente veía caer tres o cuatro rayos en el horizonte" describe y apunta que "cuando el rayo cayó, todo lo que estaba conectado o no, por la inducción se quemó". Ese era el panorama.

Pero aún tenía la duda de si el barco se hundiría. "Así que puse mis manos y mi esperanza en ésto" dice y extrae de su remera un crucifijo bastante desgastado. Tomó con una sus manos ese crucifico y con la otra sostuvo durante dos días el timón "hasta que llegue a la bahía de Santos".

"Mi destino hubiese sido perderme en el mar porque no hay modo de rescatar a nadie, además no tenía forma de pedir auxilio, bajo una tormenta de esas. Sin embargo llegué a Santos". Recuerda que llegó bastante maltrecho, con el barco destruido, de noche y con la dificultad de no poder comunicarse con tierra.

Estaba a escasos 300 metros del Yatch Club de Santos pero hasta que una lancha no se acercó hasta donde se encontraba no pudo desembarcar. El pequeño motor que tenía también había resultado destruido con la caída del rayo.

Al otro día de ser rescatado lo llevaron a que lo viera un médico "por la gran inducción" a la que había sido expuesto. Ahora se ríe cuando se describe con "los pelos parados" pero el miedo era que luego pudiera tener un ACV o un paro cardíaco posterior a la caída del rayo.

"Sin fe no hubiera llegado", declara y afirma que "he estado en otras situaciones jodidas en el mar, aunque no tanto coo esa", plantea mientras analiza que "la vida de un navegante solitario es imposible que una persona la comprenda. Lo que se experimenta en el mar es imposible de describir. Es muy dificil que una persona entienda lo que es estar solo en el mar".

"Te acompañan los fantasmas", dice y cuenta que los ciclos de sueño y vigilia son de cada 15 minutos. Puedo dormir no más de 15 minutos porque a la velocidad de los barcos actuales es el promedio de tiempo en que tengo visual. Miro y dentro de los 15 minutos estoy seguro de que un barco no llega. Si me duermo media hora quizás un barco me pase por encima".

Nunca puede detenerse por distintas razones: "no podés fondear, porque tenés un ciclo de olas y de ondas de entre 5 y 8 segundos en función de la velocidad del viento. Si el barco se atraviesa y la ola tiene una altura superior al ancho, se da vuelta. Por esas razones dormir es bastante difícil".

Para Carlos "la navegación solitaria es una lucha con el control mental".

Volver al agua

Cuando uno escucha todo lo que pasa o puede pasar a bordo de un velero y viajando solo le pregunta de por qué se vuelve está en la punta de los labios.

"Porque un amanecer o un atardecer en el mar, cuando el barco se desliza sin parar es una cosa inimaginable" explica y asegura que "uno de los riesgos más grandes que hay es que tu emoción sea tan grande y que te infartes. El éxtasis es inexplicable, en esa situación de cielo y mar, de aves a veces, de peces, delfines, tiburones, ballenas, orcas, o el hecho de pescar".

Mientras anuncia que realizará en un par de meses un nuevo viaje, cuenta que tiene seis hijos. Pero solo una sigue sus pasos; los otros "no sacaron la locura mía. Me gustaria que mi mujer me acompañara un poco más pero no le gusta navegar y sufre. Por eso no insisto demasiado", asegura.

"No sé adónde voy a llegar pero siempre hacia el norte" manifiesta, lo que sí adelanta es que "va a ser un viaje grande".

La familia que queda en tierra

Carlos Blanco Fernández lo dice con mucha tranquilidad: en su familia "ya lo tienen asumido". Para ellos, que se quedan en tierra, no es nada fácil esperar que lleguen noticias hasta que la nave toque tierra. Sin embargo el hombre sentado frente a mí declara que siempre "he sido un navegante solitario en mi vida, no sólo ahora que estoy arriba de un barco".

"Siempre he sido una persona que ha tenido una espiritualidad muy alta y muy seguro de convicciones" explica y "eso no me ha permitido ser una persona de compartir muchas cosas". Es por ello que le ha sido muy dificil.

"He pensado, pienso y voy a pensar de la misma manera", señala y resalta que "hice muchas cosas que a mi familia le han parecido imposibles de lograr o que eran muy difíciles".

"Mi esposa me dice: nosotros medio que nos acostumbramos a que vos vas a llegar. Lo que no saben es que probablemente es el último segundo de mi vida cuando ellos están pensando eso" porque "el único que sabe si va a llegar o no soy yo. Los demás todos suponen. Soy el único que tengo miedo", asegura.

Y enseguida se acuerda la cantidad de veces que escuchó aquello de que "al mar hay que tenerle respeto". Para él eso no basta porque desde su punto de vista el mar produce miedo. "Muchas veces en el mar rezas para que llegue la noche, para no ver", dice y describe la altura de las olas frente a su pequeño velero. El miedo a que el agua lo tape y hundirse. O soportar tormentas tan fuertes que casi lo llevan al fondo del mar.

Un libro que cuenta

Mientras viajaba en su velero, Carlos Blanco Fernández comenzó a escribir acerca de las experiencias que iba teniendo. Con "sabiduría" fue recordando todas las situaciones que lo lanzaron a la mar, así como a las personas que fue conociendo a lo largo de su vida y de los viajes. "Pasión y actitud de un navegante solitario", reúne todos aquellos textos que fueron escritos en el vaivén del barco con un objetivo bien claro: el de decir que si alguien tiene un sueño, no importa la edad que tenga, siempre se puede cumplir.