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Desde que ese practicante de medicina en la Inglaterra rural encontró la senda que lo llevaría a la cura para la viruela (una enfermedad que devastó a comunidades enteras durante miles de años y diezmó a las poblaciones originarias con la llegada de los españoles a América) las vacunas han tenido muchos defensores y no poco detractores.

Corría el siglo XVIII cuando el doctor Edward Jenner (1749-1823) escuchó de boca de una ordeñadora que se creía protegida de la viruela porque había contraído viruela vacuna, y decidió probar la hipótesis.

Jenner inoculó a James Phipps, un pequeño de ocho años de edad, con materia de una llaga de viruela vacuna de la mano de Sarah Nelmes. Phipps sufrió una reacción local y se sintió mal durante varios días, pero se recuperó totalmente.

En julio de 1796, Jenner volvió a inocular al niño con materia tomada de una llaga fresca de viruela humana, procurando desafiar la protección adquirida y el niño James se mantuvo sano.

Así nació la vacuna antivariólica.

Pero a Jenner no lo persiguió la gloria, sino la burla y el descrédito. Sobre todo de la Iglesia, que consideró repugnante inocular a alguien con material de un animal enfermo.

Entre Jenner y la denuncia por envenenamiento de Elisa Carrió contra el presidente Fernández y el ministro Ginés González García hay un hilo conductor que recorrió el doctor en antropología Marcelo Sarlingo, docente de la Facultas de Ciencias Sociales y en Ciencias de la Salud de la Unicén.

Sarlingo identificó dos grandes ramificaciones en los movimientos anti-vacunas:

Están los que defienden una filosofía naturista, e impulsan la evolución de los cuerpos a la par con la naturaleza. "Tratan de que la vida esté alejada de los elementos artificiales que propone la cultura moderna" indicó.

Otros resisten los "efectos autoritarios" de los gobiernos centrales. "Eso no tiene nada que ver con el autoritarismo, sino con un posicionamiento político basado en una idea de libertad absoluta proveniente de los siglos XVIII y XIX".

Ninguno de ellos coincide con el sustrato ideológico de los miles aún reticentes a vacunarse en la Argentina.

Además, la resistencia a la vacuna convive con un contexto preocupante, porque mientras millones de personas se sigan negando a recibir el pinchazo, este virus no será desterrado del planeta tierra.

"Los movimientos antivacunas están desde el inicio del capitalismo" rememoró el doctor Sarlingo.

"Siempre fue controversial la vacunación en Occidente. Sobre todo, en los últimos 300 años y tiene que ver con los cambios generados por la revolución industrial y con la modernización de las sociedades" afirmó.

Las relaciones entre una parte de la alta alcurnia inglesa con el lejano Oriente (India y China), donde ya se usaban métodos de inmunización, la puso en contacto con algunas formas de vacunación a través de insertar por la nariz pequeñas cantidades de los agentes que atacaban al ser humano.

"Mucho antes de que se desarrollara la ciencia moderna, a través de las observaciones, la idea de la vacunación ya estaba presente. Una mujer, esposa de un virrey, llevó este método a Londres y lo probó en gente de su familia" apuntó.

"Cuando estas técnicas se difundieron, aparecieron experiencias como la de Jenner con la vacuna antivariólica y los desarrollos de Pasteur, que tienen que ver con las maneras en que se organizó la salud pública, porque era un momento en el cual el capitalismo necesitaba de una población sana para poder producir" analizó.

Hoy esa crisis de productividad como consecuencia de la crisis sanitaria se está viendo en algunos sectores muy afectados, por ejemplo la industria del turismo.

En el siglo XIX Francia hizo punta en la necesidad de que toda la población estuviera vacunada.

"A toda acción corresponde una reacción" es una ley física, pero en este caso fue la actitud de sectores que se resistieron a la política de inmunizaciones masivas.

"Algunos discuten teóricamente la vacunación y lo que dicen es que ante el avance intenso de algunas pestes lo mejor es tratar la inmunidad rebaño. Agrupar a la gente alrededor de aquellos individuos que resisten a los virus o bacterias y que la inmunidad natural sea la que naturalmente controle al virus. Eso, en términos estadísticos, tiene un costo social altísimo porque muere muchísima gente" reflexionó Sarlingo.

El crecimiento de los laboratorios y su centralidad en la maximización de los beneficios aparecieron en el siglo XX para complicar aún más las cosas.

"Sobre todo en el mundo sajón se les desconfía mucho debido a que por momentos hubo grandes fraudes: medicamentos que no producían ningún efecto, muchos negocios con las vacunas, organismos internacionales declarando epidemias para que los laboratorios vendieran medicamentos y vacunas, que en algunos casos se denunciaron como alertas injustificadas" señaló.

Sarlingo mencionó que la curiosidad de este fenómeno antivacunas es que se da en poblaciones que tienen un nivel de educación bastante alto.

"Son gente que posee información, algunas provenientes desde dentro de los sistemas médicos, o del desarrollo de medicamentos, en base a datos mal construidos o que atrás persiguen intereses oscuros. Los antivacunas aprovechan estos datos y a partir de ahí construyen movimientos de resistencia" alertó.

Casos paradigmáticos aparecieron en Francia, con la vacuna contra el virus del papiloma humano; otro más conocido de personas que vacunaron a sus hijos y lo relacionaron con el autismo.

"Justo con redes sociales muy activas esos casos se viralizaron enormemente, y el movimiento antivacuna se reforzó" precisó el docente de la Unicén.

"Después, para sostener el argumento, dicen que los individuos desde el punto de vista de su individualidad tienen el derecho a no vacunarse. Hemos visto, en la misma Facultad de Medicina de acá, gente que se resiste al esquema de vacunación que baja el Estado para sus niños" reveló.

La contracara son los argumentos del Estado, que ven a la salud pública como un bien colectivo, que debe ser garantizado desde los sectores del gobierno responsables del cuidado de sus ciudadanos.

En el medio hay un conjunto de aspectos que son los que se perciben en la actualidad: "La ciencia tiene muchos mecanismos para estudiar los efectos de las vacunas".

"Hay un sinfín de procesos científicos que están para verificar la rigurosidad de las vacunas, y están las normas de la bioética que prohíben la investigación descontrolada con seres humanos" subrayó Sarlingo.

"Una vacuna tiene un proceso de desarrollo que es muy seguro, con controles y prohibiciones desde los organismos internacionales" aseguró.

Como en esta pandemia todos los tiempos se aceleraron, los antecedentes cuestionables de los laboratorios en la priorización del negocio alimentaron esa desconfianza en estado latente.

"La resistencia de la gente a las vacunas es intuitiva, con muy pocos elementos racionales, y tiene un gran miedo colectivo a un conjunto de reacciones a gran escala alimentadas por las experiencias del Siglo XX" opinó.

Con el coronavirus, para colmo, intervinieron los intereses políticos, las operaciones mediáticas y algunas otras participaciones que dieron cuerpo a la proliferación de las fake news vinculadas con la salud pública.

"Acá en la Argentina hay una pequeña muestra de todo: hay gente que le tiene miedo a la vacuna porque entienden que este proceso de difusión rápida todavía no está suficientemente probado, y es entendible; hay también una lucha competitiva en función de los precios de las vacunas y ahí donde es importante el papel que juegan los medios de comunicación" evaluó Sarlingo.

Hay un caso testigo: Black Rock es un fondo de inversión acreedor de la Argentina, controlante del laboratorio Pfizer y accionista de uno de los grandes emporios mediáticos del país.

"A partir de ahí los medios exponen o suprimen información, que beneficia a uno u otro sector. Es un factor que está jugando un papel en la arena comunicacional en todo el mundo" denunció.

Así y todo, el tratamiento de este proceso de vacunación en la Argentina, según Sarlingo, tiene su particularidad.

"De repente hubo una campaña muy notoria, por razones políticas, en la que periodistas y empresas periodísticas se pusieron en contra del gobierno y tratan de desacreditar todas las acciones y en todos los campos: en el de la economía, la política local y en el de la salud pública" observó.

"A partir de ahí muchos mensajes antivacunas fueron vehiculizados por los mismos actores políticos que están en la oposición. Es muy grosero eso de que la vacuna rusa va a envenenar a la gente" dijo.

"Pero ¿cuál es la idea?" se preguntó Sarlingo, y respondió que es "jugar con los miedos irracionales, con algunas cuestiones que resultan oscuras para la mayoría de las personas, y tratar de instalar una desconfianza generalizada con fines electorales cortitos. Son acciones que no tienen mucho que ver con el movimiento antivacunas; el movimiento antivacunas es una cosa mucho más compleja que estas estrategias electorales".

El índice de confianza

El Indice de Confianza y Acceso a las Vacunas (ICAV) 2020, impulsado por la Fundación Bunge y Born, resultó del 86,9 a nivel país.

Si bien se mantuvo dentro de parámetros altos, disminuyó 7,2% respecto de 2019.

Esto muestra que en Argentina es posible encontrar personas que alegan desconfiar de las vacunas, porque no las consideran importantes, efectivas o incluso seguras.

A nivel mundial, se observa un incremento en la aparición de discursos de grupos "antivacunas".

La gravedad de la situación llevó a la OMS a declarar la reticencia a las vacunas como una de las "Diez Amenazas Globales a la Salud Mundial".

Peligro: antivacunas

Un informe de "The Conservation" dice que la inmunidad de grupo está en riesgo en Estados Unidos.

Aunque la utopía de Biden aspira a que siete de cada diez estadounidenses estén vacunados para el 4 de julio, día de la fiesta nacional, el país se enfrenta con la distopía de los negacionistas de la vacuna, y de ahí que el desafío de la Casa Blanca no esté tanto en la logística o en la distribución, sino en las acciones para convencer a los menos entusiasmados.

Según la Casa Blanca más del 50% de los estadounidenses adultos ya están completamente vacunados, mientras que el 60% recibió al menos una dosis.

Sin embargo, una gran parte de la población es reacia a inocularse, y según diversos sondeos alcanzaría al 25%.

Si esos 50 millones de personas -más o menos- no se vacunaran, el virus seguiría contagiando en forma masiva en los Estados Unidos y de poco servirá que el resto lo haga.