¿Necesitamos la Navidad?, ¡sí, más que nunca!
Es una pregunta que parece resonar ante un sentimiento generalizado de "no hay clima", en medio de una gran crisis sanitaria causada por la pandemia, con graves consecuencias en lo social y económico. Caminamos entre la incertidumbre y el hastío, aguardando si la vacuna que llega será la solución. Pero, en el fondo, sabemos que todo esto nos ha condicionado y que tendremos que saber convivir con ello.
Hemos llegado al final del añoaún sin grandes soluciones y sin embargo los días pasan y ya llega la Navidad. ¿Será una fiesta más, un momento para olvidar, sólo un brindis? Seguramente no será como en años anteriores.
Pero la Navidad no es una fiesta más, no es el recuerdo de un acontecimiento histórico o el dulce memorial de los que caminamos bajo la luz de Dios.
La Navidad es un grito a la vida, a la esperanza, a lo genuino ante frustración de las ilusiones, a la humildad ante la soberbia de los que tienen el poder.
La Navidad nos ayuda a vencer los miedos porque es el mismo Dios quien llega. Ya el ángel le había dicho a María y a José, "no temas", y a los mismos pastores: "No teman, les doy una Buena Noticia... Esto les servirá de señal: encontrarán un niño..." (Lc 2, 10-12)
El Niño que nace nos interpela, nos invita a salir de nuestros encierros para ir al encuentro del otro, nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará.
El Evangelista San Lucas nos revela una gran paradoja (Lc 2, 1-7): Dios no se hace presente entre los poderosos de su tiempo sino en la sencillez de la vida; no en el poder sino en una pequeñez que sorprende. Y para encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño.
El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea porque es, al mismo tiempo, un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza porque el amor no ha sido recibido, la vida es descartada. Así le sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, "porque no tenían sitio en la posada" (Lc 2,7). Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría.
Hoy también puede darse la misma indiferencia, cuando la Navidad es una fiesta donde nosotros somos los protagonistas, cuando las vidrieras venden solo luces, cuando sólo nos preocupamos por los regalos y permanecemos insensibles ante el sufrimiento del hermano.
Si después de tanto confinamiento, carencias y zozobras no nos ha servido para ser más humanos habremos perdido la posibilidad de demostrarnos que podemos hacer del nuestro, un mundo mejor. Si no nos mueve a ser más solidarios con el prójimo, dejando atrás nuestras diferencias, seguiremos anclados en nuestras mezquindades.
La Navidad es el signo concreto que estamos necesitando, cuando le abrimos espacio a Dios. Aunque no se den todas las condiciones, cuando hay verdadero amor, éste abre caminos.
¿Necesitamos la Navidad? ¡Más que nunca! Porque tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más.
Entremos en la verdadera Navidad con nuestros desánimos, preocupaciones, angustias, desencuentros. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios.
Necesitamos la Navidad, necesitamos ser Navidad. Paz y Bien.
Presbítero fray Pablo Bajuk, de la parroquia Nuestra Señora de Monte Viggiano.