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Elva Gratas Abot y María Luisa Veltri vivieron una historia árida y bella, poblada de la tolerancia social de tiempos oscuros y de un amor inquebrantable que se aguantó lluvias aceradas y cristales rotos en los pies. Se conocieron y no se animaron a amarse libremente por los años 50. A pesar de que las dos supieron que las atravesaba un rayo que no se apagaría. Veinte años después se reencontraron, en plena dictadura, y decidieron desafiar a los monstruos con el arma más letal, con la bala de plata que despatarra a los genocidas: el amor. Se juntaron y se fueron a vivir a una misma casa, con las tres hijas de Elva a criar. Amigas para todo el mundo que las viera de afuera. Imprescindibles la una para la otra.

Fue en la primera década de los dos mil cuando las dos empezaron a pensar en casarse. Aun sin la ley de matrimonio igualitario, arrancaron con una batalla judicial para que algún registro civil les legitimara la convivencia con una libreta. Finalmente, el 6 de agosto de 2010 se casaron. Y fue la séptima pareja del mismo sexo con papeles en el país.

Cuando Elva le preguntó a María Luisa desde cuándo había adquirido esa valentía de decir por ahí naturalmente que la amaba, ella le contestó "desde que me quité el delantal". Elva pudo hacerlo recién el 9 de enero, cuando a punto de cumplir 87, se plantó en la primera marcha del orgullo que desplegó lentejuelas, colores y libertad en Azul. La ciudad color de Elva. La ciudad de las instituciones rígidas. La de la Justicia de tribunales.

Ella tenía 76 y María Luisa 71 cuando se casaron. Apenas unos meses después María Luisa murió. Pero habían logrado aquello que en los 50 parecía una quimera: una libreta con la que el estado legitimaba el amor diverso, ése que resistió sociedades totalitarias y dictaduras genocidas.

-Después de una historia de tanta lucha, de tanta represión, de ese amor que sentiste por María Luisa, ¿cómo fue pisar la plaza con la marcha del orgullo, rodeada de pibes y pibas y vos, como ícono de esa lucha?

-Esa plaza tan llena de juventud, de colores... Era una emoción muy difícil de explicar. Te podría decir que estaba exultante. Y le agradecí tanto a mi hija Luz que me hubiese llevado a la plaza… me busqué a mí misma hace 70 años, busqué a la Elva de 16 que vivió tan en sombras, con tanta neblina, con tanta nebulosa… me encontré en cada una de esas chicas, en la forma como se presentaron ante esta sociedad azuleña. Ha sido una bisagra; esta primera marcha del orgullo en Azul ha marcado un antes y un después.

-¿Cómo era esa Elva de 16 años que buscabas en la plaza?

-Quise encontrar la Elva de aquellos 16 años caminando las baldosas zigzagueantes de la plaza de mi ciudad color. Yo tenía en ese entonces muchos deseos de ser libre, en el pensamiento, en todo. Era una sociedad, una familia muy cerradas, de cánones muy rígidos. Te tenías que portar bien. Y esa Elva no sabía qué era portarse bien y qué era portarse mal. Me inundó muchísima alegría porque esta juventud es distinta, es lo que quisimos con María Luisa. Cuando nos decían por qué ustedes se van a embalar en esta empresa con la edad que tienen… por la juventud, decíamos nosotras. Porque ellos merecen otra vida. Y realmente me encontré hoy a mis casi 87 años con esa Elva que hubiese querido ser. La viví en cada joven que vi, en cada expresión artística de esas chicas y esos chicos.

-¿Cómo fueron la infancia y la adolescencia tuyas, cuando empezaste a sentir que la vida no iba a ser tan fácil, que portarse bien o mal eran conceptos que concebías en forma diferente de lo que estaba impuesto?

-Yo vivía lo que sentía. Trataba de vivir con toda libertad. Me volqué mucho a la escritura y me sentía libre por dentro. Todo lo que hacía molestaba a los mayores. Siempre molesté, fui la escandalosa de la familia. Pero para mí estaba todo bien. La realidad marcaba una huella y la huella era que tenías que trabajar, tenías que llegar a la edad de enamorarte, casarte y hacerlo por el civil y por la iglesia. Mi juventud estuvo marcada por esos caminos y por esos caminos transité. Una amistad hizo un flash en un trabajo y lo sentimos con María Luisa pero las dos ahogamos ese sentimiento. Simplemente nos dijimos te quiero mucho y yo seguí mi vida, me fui de Azul y ella siguió aquí con la suya. Pasaron 20 años y yo volqué todo ese sentir a través de poemas, publiqué mi primer libro que llegó a manos de María Luisa por casualidad. Y entonces ella vio que un poema publicado era el que le había escrito a ella cuando yo me iba de Azul y nos despedimos.

-¿Cómo te confesaste a vos misma quién eras? ¿Cómo fue hacer otra vida, tener pareja, criar hijas?

-Yo seguí mi vida en Buenos Aires, ya era otra historia. Me enamoré, me casé, me fue muy bien en el matrimonio, tuve mis tres hijas, fuimos felices. Llegó un momento en que la pareja ya no se pudo sostener. Allí sentí un quiebre. Había sido vivir todo como uno había querido y soñado; tener la familia, la casitael auto y llegar a los 40 y de pronto… Porque no es sólo la separación de la pareja sino también el caos económico que eso produce. Me sentí vencida. Tenía sobre las espaldas el cuidado de mi mamá y de mis tres hijas adolescentes. Yo vivía en General Belgrano. Con mi marido habíamos hecho un diario que se cerró cuando nos separamos. Entonces yo empecé a trabajar en un semanario que se llamaba El Imparcial. Porque había que seguir. Entonces apareció María Luisa como un milagro, un sostén. Estaba yo en la redacción y me hablan por teléfono desde Fanazul. Fanazul para mí era Luisa, no había alternativa. "Hola -le dije-. Y qué estás haciendo allá que no estás acá conmigo". A la semana ya la tenía en casa, mis hijas la recibieron, estuvo acá conmigo, yo la aparté a mi dormitorio, y le empecé a mostrar las fotos, toda mi vida y todo lo que había logrado y lo que había perdido. Años después me dijo que si yo no hubiera perdido todo eso ella no hubiera estado ahí. Entonces le pregunté si tenía pareja, me dijo que no, que vivía con sus tías. En un impulso la abracé, la besé, y no nos separamos más.

-Pero vivían en ciudades distintas, con vidas distintas…

-Ella regresó a Azul y a los 15 días me tuvo a mí acá. Eso fue en julio. En diciembre llegaron mis hijas que habían quedado a cargo de su papá y mis ex cuñadas para terminar la escuela. Todos los fines de semana María Luisa me llevaba a verlas. Eramos un mar de lágrimas las cuatro. Vinieron aquí en diciembre de 1976. A mí me costó muchísimo trabajo confesarme quién era desde mi condición, después interpretada hacia mi interior como bisexual. Cuando yo vine a Azul y formé una familia con María Luisa, me costó mucho pararme ante la sociedad, tuve muchos complejos. Pero había un amor muy grande y un sostén muy grande que era el sostén económico de Luisa. Y mis hijas, porque con ese sostén más mis trabajos, yo no perdía a mis pequeñas. Para ambas fue muy complejo porque recién pudimos decirnos y soltarnos cuando se comenzó a hablar de la ley, de que se podían casar las personas del mismo sexo. Lo vivíamos, sí, porque pisábamos fuerte y estábamos juntas. La sociedad nos toleraba. Un día le dije Luisa, cuándo te has destapado de esta manera, cuando ella les decía a los periodistas yo la amo a Elva. ¿Y sabés lo que me contestó? Cuando me saqué el delantal. María Luisa tenía 70 años cuando se sacó el delantal. Nosotras nos casamos a los 72. Yo me solté con la primera marcha del orgullo en Azul porque pude decir por primera vez que la realidad no se puede ignorar: tortas, putas y trans existimos toda la vida. Ahí fue mi destape.

-En ese camino bastante largo, que transitó entre que se fueron a vivir juntas y se casaron y que coincidió con el período más espantoso de la dictadura, ¿cómo vivieron la etapa de represión?

-Lo vivimos con mucho miedo, María Luisa docente, yo periodista del diario El Tiempo. Muchas veces, muchas noches, yo tenía miedo de que las botas rompieran las puertas de mi casa y entraran. Con mucho miedo, aterrorizadas, pero muy seguras de nosotras.

-La sociedad, la familia, ¿cómo tramitaba esta historia?

-Los periodistas somos un núcleo de personas muy especiales. María Luisa no tuvo ningún reparo en ingresar al diario, a tal punto que era una persona de confianza que aportaba ideas, era una compañera más prácticamente. Las amistades provenían de ella. Al haber faltado de Azul veinte años, desde los 22 a los 42, perdí mucho contacto. Las amigas de ella sí me aceptaron. Pero tuve grandes dificultades para hacerme de amigas; me miraban raro si me acercaba mucho y ni qué decir cuando amagaba algún gesto cariñoso. En actos institucionales jamás nos presentábamos juntas, a tal punto que cuando María Luisa asumió como concejal (PS) en la Alianza, cuando era intendente Omar Duclós, pese al pedido que me hiciera mi amor, por decisión propia no acudí al acto, para no empañarlo. En lo familiar, nos toleraron. La familia de ella me toleró y mi familia, a excepción de mis hijas que la quisieron, la toleraron.

-¿Cómo fue criar juntas a tus hijas?

-Estábamos muy felices de tenerlas con nosotras. Teníamos a las chicas, a mi mamá y a dos tías de María Luisa. En el período en que mis hijas fueron creciendo hasta que se casaron estuvimos solas con ellas. Yo sufrí mucho porque sabía que en algún momento a las chicas mi vida las iba a rozar. E iban a tener problemas en las escuelas, con sus amigas. Eso me daba mucho dolor interno, pero era algo que había que pasarlo. Nunca ninguna de las tres me dijo nada. Una vez en un período en que algo no andaba bien, nada fue fácil; la convivencia con semejantes responsabilidades, tampoco lo fue. Hubo mucho amor, sí. Pero nada fácil. Un día las junté a las tres y les dije que María Luisa era mi pareja. Les pedí que no le contaran nada a la abuela, a mi mamá, nosotras decíamos que éramos amigas, y con los años me di cuenta qué error tuve como madre porque cuando vos tenés un desencuentro con la madre recurrís a la abuela. Y yo les prohibí porque nunca pude hablar de esto con mi mamá. Hay algo bastante dramático: a mi mamá, con más de 80, una prima le dice "a Elva le gustan las mujeres" y mi mamá con su poca fuerza se para y me dice "porqué me has hecho pasar tanta vergüenza". Te das una idea de lo difícil que fue para mí desde mi maternidad sostener algo así.

-¿Cómo hubiera sido la marcha con Luisa? ¿Te la has podido imaginar?

-Me imagino a las dos abriendo la marcha, dándonos un beso a esta edad, rodeadas de jóvenes y con una alegría infinita, caminar esta calles de Azul diciendo que el amor todo lo puede. Hubiese sido fantástico estar las dos en la marcha con los chicos jóvenes. Pero nuestros espíritus están porque ella está conmigo siempre.