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"Lo que yo recuerdo es que salimos del pueblo. Con mucho llanto ya que quedaban mis abuelos y tíos pero con mucha ilusión, en un camión cargado con los baúles hasta la ciudad de S’Agatta donde tomaríamos el tren que nos llevaría a Génova, donde nos esperaba el barco "Sisse", el cual nos traería a Buenos Aires. Mamá siempre me contaba que yo desde que salimos del pueblo, me dormí en sus brazos hasta llegar a S’Agatta, dormía y sollozaba llamando a mi tía, su hermana a la cual no quería dejar". Cualquiera que hay tenido que irse de su tierra natal, por decisión o por obligación, entenderá el párrafo anterior, porque como bien señala Adelina Miracola, la historia que ha tenido que vivir como inmigrante es lo que vivieron todos los inmigrantes y contando su historia recupera la memoria de los demás.

Adelina tiene 74 años y recuerda con una nitidez increíble la salida de su pueblo en Sicilia, los 21 días que pasó junto con su mamá y sus hermanos en el barco que finalmente los dejaría en Buenos Aires, donde ya los esperaba su padre, los primeros días viviendo en Villa Alfredo Fortabat y la vida de familia y amigos que la acompañan. Recordar se fue haciendo un ejercicio cuando comenzó a escribir su historia y después fue un aluvión de escenas que pudo ir plasmando en "Historias de inmigrantes", su primer libro.

Por eso lo que viene no lineal, sino que tendrá el flujo de la memoria. Es ella la que nos marcará el camino que debemos seguir. A veces será San Marco, su tierra natal; otras será la Villa, su lugar en el mundo.

Recuperar la historia

El teléfono suena una vez y enseguida Adelina atiende. Son pocos los minutos que tenemos para hablar, ya que la espera la segunda dosis de la vacuna contra el coronavirus. Pero eso no impide que los aprovechemos a fondo. Ella habla tranquila y uno tiene la sensación de que a medida que habla va disfrutando de lo que cuenta.

"Siempre mis nietos me decían que como vine de Europa de muy chica, tenía que ponerme a contar mis vivencias, mi historia..." dice. "Con la pandemia, que tuvimos que estar encerrados, un día vino mi nieto más chico y me dijo: ‘Abuela te voy a abrir una página en la computadora, vos te vas a sentar y vas a escribir’. Así empecé"

"El 2 de febrero me senté un día en la computadora y a medida que iba escribiendo me venían cada vez más recuerdos. Entonces cortaba lo que estaba escribiendo. A la noche cuando me acostaba me iba acordando de cosas. Al otro día cuando me levantaba las agregaba donde correspondiera", cuenta. De a poco todo volvía y ella iba recuperando esos momentos claves de su vida.

"Tenía 4 años y lo que recuerdo es cuando salimos del pueblo. Lloraba mucho porque tenía una tía, la hermana más chica de mi madre, que en ese momento tendría 22 años y yo no la quería dejar. Mamá me contaba que desde San Marcos hasta que llegamos a Sant’Agata, que fuimos con un camión con las cosas que llevábamos, me dormí en los brazos de mi mamá llorando y pidiendo por mi tía", repasa.

Luego los esperaba una larga travesía en barco hasta el puerto de Buenos Aires. "Me acuerdo del barco, de los camarotes. Había de hombres y de mujeres, pero como mamá venía con mi hermana de 12 años, mi hermanito de 7 años y yo que tenía 4, todos dormíamos juntos. Eran cuchetas de cuatro. Arriba dormían los más grandes y yo dormía con mamá. Otra señora que viajaba con nosotros, a la que el marido esperaba en Olavarría, dormía en la otra cama. Después a la tarde estábamos en la cubierta jugando. Mamá siempre se acostaba en las reposeras esperando que pasaran los días para llegar a Buenos Aires"

"Cuando llegamos a Buenos Aires, me acuerdo que mi mamá me traía alzada y era un mundo de gente saludando y después mi papá me llevaba por todos lados. Mi mamá tenía un hermano en La Plata que ya se había venido con la señora y los tres chicos. Entonces fuimos para allá. Estuvimos tres días y ya después nos vinimos para Loma Negra porque papá por haber venido un año y medio antes con el trabajo de la fábrica le habían dado una pieza "de soltero". Ahí vivimos tres años" recuerda.

Son varias las veces que Adelina se refiere el pasado de la Villa Alfredo Fortabat. De los tiempos en que todos los vecinos se conocían, eran amigos y a veces pasaban a formar parte de la familia. En "Historias de inmigrantes" ella recupera nombres y lugares, tardes compartidas entre amigos y agradece, siempre agradece.

"De la infancia me acuerdo que los chicos venían, porque nosotros éramos como los bichos raros, y nos decían ‘gringos manjapasta’. A nosotros nos daba una vergüenza terrible, pero eran cosas de chicos", asegura. "Mi hermano enseguida se hice de un grupo de amigos, yo también tuve mi grupo de amigas". Cuando empezó el jardín de infantes rápidamente congenió con los otros chicos. "El idioma a los 4 años, por más que mamá y papá hablaban en italiano, lo aprendí rápido. Al italiano lo fuimos dejando".

Volver al pueblo

En el año 1992 tuvo la oportunidad de poder volver a su pueblo gracias a un programa de las comunas sicilianos. El objetivo era que aquellos que no había podido regresar a su tierra luego de haber emigrado pudieron hacerlo. Ellos se hacían cargo del 70% de los costos del viaje, mientras el 30 % lo abonaba quien viajaba. Así Adelina tuvo la oportunidad de volver a recorrer aquellas calles que habían quedado atrás hacia muchos años.

"Mi pueblo me pareció una belleza. San Marcos está a 540 metros sobre el nivel del mar, bajando en caracol. Vos abrías la ventana y tenías la montaña arriba y abajo el mar del Mediterráneo", describe, y menciona a "las edificaciones, la gente. Allá no sentías un rezongo. El que no canta, chifla. Es otro mundo, Hay problema como hay en todos lados pero la familia se junta. Hasta la séptima generación de primos se siguen llamando primos, no por los nombres."

"Yo vi lo que era Italia, y la potencia que era después de dos guerras, y me cambio la mente al cien por ciento", asegura. "En el 2002, por los problemas económicos del país, nos fuimos a trabajar por un año con mi marido. Cuidaba a una prima hermana de mi mamá de día y mi marido empezó a trabajar con un primo que tenía una empresa de construcción", comenta y agrega que estuvieron "siete meses y nos tuvimos que volver antes porque habíamos dejado a un nieto de 6 años, las mellizas que tenían 2 años y el más chiquito que tenía un año"

"El de 7 al principio una vez por mes, después cada 15 días, después una vez por semana; después todos los días lloraba que quería que volviéramos. Así que nos volvimos y seguimos trabajando acá"

Cuando se jubiló, Adelina volvió a viajar a Italia, pero esta vez su destino fue Milán. Aunque a los tres meses debió volver por un problema de salud de su esposo. Por eso regresó y siguió trabajando en la Villa, y "hasta el día de hoy sigo haciendo pastas en mi casa", asegura.

"Mis padres tuvieron la suerte de volver dos veces al pueblo, pero papá cuando viajó ya no encontró ni a la madre ni al padre. Pero tenía todos mis tíos allá, porque mi papá era el único que estaba acá. Mi mamá las dos veces que fue estuvo con su madre. Ella tenía un sólo hermano en La Plata, los otros habían quedado allá".-

"Historia de inmigrantes" tuvo una buena recepción en los lectores. Tanto así que Adelina encargó una segunda tirada y está muy contenta porque además el libro va a llegar en los próximos días a su pueblo. "Una prima me mandó un audio que me dice que está esperando que le llegue el libro. Lo va a hacer traducir, se va a juntar toda la familia en la quinta a leerlo. Quiero que estés me dijo pero es imposible. Todavía acá sigue la pandemia", cuenta. Pocos días después le llegará la confirmación de que el libro, una vez traducido, será donado a la Comuna de San Marcos.

A sus nietos les gusto mucho el libro. "Ellos ya muchas cosas las sabían. Lo mismo que mi papá y mi mamá, que hablaban mucho con mis hijos y les contaban cosas de la guerra"

"Lo que vivimos nosotros lo vivieron muchos inmigrantes", afirma, y recalca que "todos los inmigrantes pasamos lo mismo". Luego las palabras son "trabajar, trabajar y trabajar".

"Cuando les quise hacer la ciudadanía a mis hijos: Daniel quería, pero Patricia dijo que ella de su país no se va. Pero tengo a mis nietos que se quieren ir", explica, y que le gustaría que ellos "vayan al pueblo, que conozcan las casas donde nacieron sus abuelos, las raíces. A vivir no sé, pero que vayan a ver otras cosas"

"De todo lo vivido no me arrepiento de nada, ni de lo malo, menos de lo bueno, sí tendría que volver a pasar por lo mismo lo haría. Solamente me queda un sueño por cumplir: llevar a mis hijos a mi pueblo, contarles donde vivían mis abuelos, donde vivían mis padres, donde nací, y caminé por esa campaña de mis abuelos, esa planta de rosas blancas que tenía mi abuela en la campaña con ese perfume que aún hoy me parece sentir", dice en otra parte de su libro autobiográfico, un deseo que buscará que en algún momento se haga realidad.