Hace diez años, en la madrugada del 8 de octubre, el centro de Olavarría se llenó de extraños acentos… más de un centenar de adolescentes y adultos, provenientes de casi 20 países de todo el mundo, se instalaron en la ciudad para participar, durante una intensa semana, del evento internacional más importante de la disciplina.

Naturalmente, el proceso no se había iniciado ese día. Todo comenzó el año anterior, cuando el terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011, interrumpieron dramáticamente el curso de su realización en Japón. Hubo que salir a buscar nueva sede de modo casi desesperado, y allí surgió la posibilidad de realizarlas en la Argentina. Sin embargo, luego del éxito inicial, los vaivenes políticos y económicos que nos caracterizan hicieron que lo que había comenzado como un proyecto sencillo en su financiamiento y desarrollo se convirtiera casi en una pesadilla. Pero la buena voluntad y la capacidad para colaborar, que también nos caracterizan, hicieron que, a pesar de todo, el evento pudiera concretarse y los contingentes que fueron llegando el día 7 a Ezeiza llegaran a Olavarría con el alba del lunes 8, con tiempo suficiente apenas como para tomar una ligera ducha, desayunar y vestirse para la ceremonia inaugural.

A la apertura, magníficamente coronada por la actuación del ballet local de tango y folclore, le siguieron cinco días de muy intenso trabajo: participación en los exámenes teóricos y prácticos, investigación ambiental en el curso del Tapalqué, realización de los informes del trabajo grupal, preparación de las presentaciones finales… pero también de experiencias gratas: visitas a museos y escuelas (como no recordar la afectuosísima recepción brindada en Sierra Chica) y también a las fábricas y canteras de la zona, una experiencia particularmente asociada al tema de la Olimpiada. Y si el trabajo de los jóvenes fue arduo, no fue menor el de los adultos: discutir las preguntas de los exámenes teóricos, preparar los exámenes prácticos, evaluar, corregir, discutir los puntajes… y, además, contener a sus jóvenes y nerviosos estudiantes.

La rapidez con que pasó la semana fue directamente proporcional a la cantidad de experiencias vividas y, casi de improviso, llegó el viernes 12. Por la tarde tuvo lugar el acto de cierre, que se inició con una conferencia sobre la participación de la mujer en las investigaciones antárticas, a cargo de una geóloga con muchas campañas a cuestas, Andrea Concheyro, cuya exposición fue seguida con particular interés por las jóvenes estudiantes, según comentaron luego. Luego llegó el plato fuerte, la entrega de medallas. Tarea ardua la de los jurados, establecer el orden de méritos y determinar la distribución de cada conjunto de premios. Nervios en los estudiantes que, revolviéndose en sus asientos de la platea, se preguntaban cuán bueno habría sido su desempeño en relación con el de los demás. Nervios en los profesores responsables de los grupos, ansiosos por volver a sus países de origen ostentando la mayor cantidad de medallas posibles. Los diplomas y las medallas de bronce, plata y oro (simbólicamente…, porque el presupuesto no dio para tan preciosos metales) fueron entregados y, naturalmente, hubo momentos de gran alegría y de abrazos compartidos, pero también algunos llantos de quienes no habían logrado la meta que se habían propuesto.

Pero también esos llantos pasaron. Las autoridades locales, los organizadores, los participantes todos, reunidos en el salón del Palacio Municipal, una vez entregadas las medallas y diplomas, participaron de las exhibiciones artísticas de cada grupo de estudiantes y luego, "pizza party mediante", de un cierre de Olimpíada relajado y festivo. Ya pasada la medianoche, la tarea de separar a esos jóvenes que habían compartido cinco días de ansiedades, descubrimientos y alegrías y que, provenientes de todos los puntos cardinales, no cesaban de abrazarse y despedirse fue una tarea dura… pero me toco ser duro y casi prácticamente empujarlos hasta los micros que debían partir cuanto antes para llegar a tiempo a Ezeiza en la mañana del sábado. 

Imposible recordar esos momentos sin emocionarse… Las Olimpíadas de Ciencias de la Tierra tienen como objetivo no sólo premiar a los mejores estudiantes de la disciplina sino también, y de modo particularmente importante, contribuir a que los estudiantes de diferentes países del mundo compartan experiencias e ilusiones en una semana intensa que, siempre, deja lazos duraderos entre sus protagonistas. Es habitual que los alumnos participantes en un año, en los siguientes se incorporen como colaboradores para, de un modo u otro, seguir disfrutando de ese sabor incomparable que acompaña la mezcla de actividades de competición y de camaradería.

Finalmente. ¡Cómo olvidar todo el apoyo recibido! Desde las más altas autoridades hasta el personal del municipio que colaboró en la organización de los actos; los docentes y alumnos del Departamento de Geología de la UBA que nos acompañaron en la organización y el desarrollo; el personal de los hoteles que tuvo que lidiar con actividades extraordinarias y grupos de jóvenes y adultos siempre "al borde de un ataque de nervios" (Ana y Mauro, gracias muy especiales para ustedes); los docentes y alumnos de la escuela Nuestra Señora del Rosario que se sumaron entusiastamente a apoyar al evento; la gente de los medios que cubrió los distintos episodios; las instituciones y empresas que contribuyeron a aliviar a los costos o que abrieron sus puertas a las visitas; los amigos de siempre que se sumaron a ayudar… Todos y cada uno de ellos, de modo generoso y anónimo, colaboraron para que, una misión que parecía imposible pocos meses antes, se desarrollara, de manera exitosa. Estarán siempre presentes en nuestro recuerdo. Tres nombres que merecen, desde lo personal, mi más profundo agradecimiento: Cecilia Alves, en ese momento a cargo de Turismo; Graciela Rastellino y María Carmen Calautti, dos amigas personales que se pusieron al hombro todas las tareas de la secretaria. Sin ellas tres nada hubiera sido igual.