Miguel Pichetto, Sergio Massa y Alberto Fernández son las estrellas exclusivas de este tiempo político argentino. El elenco preelectoral deja en claro, casi sin dudas, de qué van estos días. Hacia dónde caminan los proyectos de país. No existe una alternativa popular seria y profunda, sin que esté contaminada de los intereses sectoriales y personales que alientan el salto de una estructura partidaria -o algo que se le parezca- a la otra. Tanta gente que debería condenar o al menos señalar ciertas movidas en pos de la coherencia -si es que se la considera aún un valor- destrozará esta columna hablando de las necesidades de la política, de las construcciones anti y de que las casas también se alzan con cimientos de bosta, como supo formatear el General. Sin embargo, la derecha es contante, sonante, desnuda y descarada en la fórmula Macri – Pichetto. Una muestra gratis de la sinceridad brutal. La derecha es adquirida por necesidad y exhibida ya sin ambages en la fórmula Fernández – Fernández. Que, a pesar de este rumbo, es la única que sigue encendiendo épicas y que podría sostener algunos derechos adquiridos de la era K que hoy están en pleno derrumbe. Y la derecha es arrogante y soberbia en la fórmula Lavagna – Urtubey.

Nada existe del otro lado, donde la izquierda se une a medias para participar electoralmente de un sistema en el que no cree. Y se transforma en el blanco perfecto para culparla de todos los males propinados por una derecha que, guste o no, era y es la única opción. Eso sí, con un componente peronista en cada canasta. Porque, a pesar de que renieguen de los 70 años, a pesar de que hayan llegado, tanto Néstor como Mauricio, con la expectativa de terminar con la movida eterna del General, a pesar de que aquel Helios Eseverri se subió al tren K de la victoria pensando que iba a formar parte de ese histórico QEPD, hay apenas una seguridad orgullosa de décimo mundo: si Bill Clinton se tomara un café en una YPF de la ruta 3 sonreiría "es el peronismo, estúpido". Y aspiraría un puro con las piernas cruzadas.

Machirulismos

En tiempos de protagonismo luminoso de las mujeres, las fórmulas machirulas están en pie, más que nunca. Macri - Pichetto es el símbolo de lo que se creía que ya no podía suceder. Ambos exhiben un machismo medular y desde su propia naturaleza. Y es verdad que la fórmula no sería menos viril si estuviera Patricia Bullrich, por dar un ejemplo. O Gabriela Michetti.

Fernández – Fernández sigue siendo una alquimia rara. Donde la mujer más estelar de la política argentina en lo que va del milenio y desde bastante antes, quedó en un rol secundario, de escritora famosa, de vice con perfil bajo. El hombre es Alberto. Sólo un protagonismo más firme de la segunda Fernández -la que genera una épica popular que no inflama ningún otro- podría colocar lentejuelas en tanta vestidura gris.

Lavagna – Urtubey es otro derroche de andrógenos en el país de #ahoraquesínosven. Lavagna, desde una generación que no atiende el fenómeno liberador de las mujeres. Urtubey, desde un catolicismo ultramontano, con la ESI combatida en su provincia, las niñas violadas y madres negadas a una ILE y casado con una bella Isabel Macedo. Juntos muestran mansión, verde, perros golden y niño de primer mundo.

María Eugenia Vidal es la única mujer que queda, atrincherada en Buenos Aires, la provincia "ingobernable e hipertrofiada" (Andrés Malamud), con un gabinete hipermasculinizado y única esperanza del Cambiemos que dejó de ser Cambiemos para transmutar en Juntos por el Cambio porque ahora está Pichetto y la multitud peronista que se viene, aunque todavía no se vea a nadie en el horizonte.

En Olavarría son tres los que se reparten los tres tercios ya célebres y entre los que asomará el próximo intendente. Que será el mismo (Galli), un retorno (Eseverri) o una experiencia joven y peronista, distinta (Aguilera). Otra vez la ciudad conserva su virginidad con candado y triple llave a la hora de intentar un ensayo de feminidad ejecutiva. Tal vez las más recientes y cercanas fueron Silly Cura (2007) y Liliana Schwindt (2015). Hoy no existe alternativa, más que alguna testimonial que llegue desde la izquierda.

Peronismo explícito

Sin embargo, a pesar de que todos querían terminar con 70 años de peronismo en realidad acabaron con 120 años de radicalismo. Que eligió rebajarse a lo que estaba claramente planteado como una coalición electoral pero no gobernante. Es decir: vos poné los votos pero acá mando yo. El Pro actuó con el radicalismo como el patrón con el obrero. Y la UCR no pudo generar un mísero sindicato para defenderse.

Entonces, cuando el vice podía ser Martín Lousteau pero es muy díscolo, la aguja dio una vuelta y apuntó a Miguel Pichetto. Que era presidente del bloque del PJ... es decir, del bloque opositor. Hay que tener espalda y carecer de escrúpulos para dar un salto semejante. Pichetto lo dio. Y estalló la fiesta: cayó el dólar, se derrumbó el riesgo país, subió la bolsa y el peronismo Pro se juntó con el neardental estelar y puso la Marcha Peronista para regocijo del público. Que sólo se retorció un poco -el neardental y el público- cuando Hugo del Carril silabeaba hacia el grave "combatiendo al capital". Justo cuando Pichetto había aclarado que se venía al Pro porque había un proyecto capitalista, como si hubiera alguno que no lo fuera. Pichetto puso sobre la mesa, asombrosamente, la discusión sobre el capitalismo. (Que sería maravilloso dar, de una vez por todas).

En el medio de los pitos y matracas, la estrella no tiene carisma, no tiene territorio ni votos propios. Y tampoco provocó una estampida de gobernadores peronistas en apoyo. Como sí sucedió luego del anuncio de la extraña fórmula Fernández – Fernández.

La apertura hacia el peronismo sucedió por descarte: cuando Sanz dijo no, fueron a Urtubey. Que es bonito, católico y se casó con Isabel Macedo. Cuando Urtubey dijo no, echaron mano a Pichetto. Al que le encantan las políticas de ultraseguridad, le molestan los senegaleses y lo fastidian los inmigrantes de países vecinos. En realidad, la mejor fórmula hubiera sido Pichetto – Bullrich (Patricia) o Bullrich (Patricia) – Pichetto, en tiempos de lucha de géneros. Pero Mauricio prefirió el binomio machirulo peinado con glostora. Una oferta que, humildemente, perderá votos femeninos y jóvenes.

Pero no sólo: cuando se escucha a Mirtha Legrand decir "Yo voté a Macri para que no vuelva el peronismo" mientras asoma uno de los representantes más conspicuos de la vieja política por bambalinas, algo está funcionando mal. Es que Miguel ha sido "leal con todos", según lo dijo abiertamente. Fue menemista con Menem, duhaldista con Duhalde, kirchnerista con Néstor y Cristina y macrista con Macri. El amor indiscriminado es un valor de la cristiandad.

Una firma en la arena

"¿Alguien sabe cómo hacer para no votar a un candidato peronista?", dicen los memes en las redes. Y ya no hay respuesta. Peronistas somos todos, dijo Perón y la historia le sigue dando la razón.

Los constructores meticulosos e ingenieriles de la política destrozarán esta columna porque la política se construye así. Con coaliciones y juntas y volteretas porque la ideología no existe más y todos piensan más o menos lo mismo, según cómo se amuchen. Lo que Sergio Massa le dijo a la embajada norteamericana sobre los Kirchner (wikileaks, 2010, Néstor "es un psicópata") ya se olvidó. La calificación de "traidor" desde el kirchnerismo, se licuó. La palabra en la Argentina tiene la permanencia de una firma en la arena. Las ideas, a veces, también.

Hoy el peronismo está puesto, como las fichas de un jugador avezado, en todos los números. Lavagna se convierte en el tercero en discordia que le succionará votos al macrismo. Y es consagrado por la hegemonía mediática con el título brillante de "el mejor aliado del kirchnerismo". La propia justicia lo citó para que hable de la supuesta oferta de una cifra equis para que abdique su candidatura.

Mientras tanto, por abajo, circula la realidad. Siete millones y medio de niños en la pobreza, hambre y pésima nutrición, tarifas imposibles de pagar, el frío que mata por monóxido de carbono, el futuro mutilado y el país a heredar endeudado a cien años.

Pero desde la Casa Rosada se festeja una inflación de 3,1%. Y una interanual que supera el 57%.