Karina Gastón

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Es lunes y la mesa está servida. Lo que sobresale es la fuente con los bocadillos de acelga que cocinó Facundo, directo de su huerta. "Ahora estoy preparando un terreno para el zapallo calabaza", apunta con tono de experto el pequeño productor. Vive en el medio del campo, a 25 kilómetros de Espigas y cursa el primer año del secundario. Sabe que esa cosecha será con nota conceptual porque así lo establece el Centro de Educación para la Producción Total (CEPT) Nº 8 como parte de los aprendizajes que la pandemia no detuvo. Con Pdf, documentos de Word, cuadernillos y hasta videollamadas estudió cada paso y cada detalle. Los docentes ayudaron y la experiencia familiar también.

"Costó bastante enganchar esa onda de regar, sacar los yuyos y cuidar lo que se cultiva. Fede ya lo había hecho pero ahora está en sexto y este año le toca a Facu. Le dio trabajo pero lo consiguió", comenta Gisela, con orgullo de madre.

Ambos adolescentes son parte de una matrícula de 97 alumnos que transitan el secundario sin salir de sus parajes rurales y prácticamente sin haber pisado el pueblo en todo el año. Lo hacen como pueden y cuando pueden. En algunos casos, asoman recién a las seis o siete de la tarde, cuando el motor eléctrico da luz y habilita las consultas vía WhatsApp. Del otro lado, habrá respuesta inmediata de profesores que dieron vuelta sus días y enseñan a la tardecita en nombre del covid.

Qué cambió y qué no

El aislamiento social puso en pausa la cursada de pedagogía de alternancia que consiste en vivir una semana en el CEPT 8 y luego estar quince días estudiando y desarrollando actividades en su casa rural. En ese contexto, la conectividad ha sido un problema y condiciona la continuidad educativa. Pocos cuentan con computadora y casi todos deben hacer posta para compartir un único celular con padres y hermanos. Sin embargo responden, cumplen, están. Los cuadernillos o el material que reciben por WhatsApp más las llamadas son claves y así lo refleja cada semana el "Cuaderno de Ida y Vuelta".

Hay 35 CEPT en toda la Provincia. El de Espigas se creó en 1992 y en la era precovid, la semana que se instalaban en la institución era intensa. "Los contenidos que ven de lunes a viernes acá, en otras escuelas se dan en 20 días", compara la directora Marina Schwerd.

Se amanecía a las 6.30 y tras el desayuno, de 8 a 20 tenían clases o actividades mediadas por recreos, almuerzo y merienda hasta finalmente cenar a las 21 y cerrar cada jornada cerca de las 23. Lo hacían más allá de la cuatro paredes del aula: "están en los entornos formativos, igual que las escuelas agrarias. Tenemos un predio de doce hectáreas con vacas y toros que nos presta la Chacra Experimental de Blanca Grande. También hay cerdos de alta genética en un plan para que las familias mejoren su producción, además tenemos pollitos, ponedoras, huerta e invernáculo", explica la docente. A eso se le anexaba la elaboración de conservas, dulce de leche, mermeladas y el monitoreo de emprendimientos económicamente viables o no.

Históricamente han funcionado como un grupo de convivencia donde "todos aportan en las tareas comunes como si estuvieran en sus casas: tienden la cama, limpian el baño, son mozos y limpian las aulas. Después de cenar, nos sentamos en círculo a reflexionar y evaluamos cómo estuvo el día. Cada aluno puede expresar cómo se sintió y qué hay para mejorar", relata con nostalgia la directora de esa escuela atípica cuyas puertas hoy se abren sólo una vez por semana y para cuestiones puntuales.

"Se construye un vínculo muy familiar. Cuentan sus miedos, alegrías, situaciones y así nos conocemos y conocemos a las familias" de esos casi cien alumnos que cursan de 1º a 7º año y se reciben de técnicos en educación agraria.

Con la pandemia extrañan el cara a cara y las recorridas campo por campo que incluían al menos cinco visitas semanales por docente, en busca del encuentro con familias dispuestas al mate, las tortas y hablar de esos universos rodeados de alambrados.

"Recorrer campos, abrir tranqueras, transitar caminos, ir entre charcos y barro es un mundo diferente. Es llegar a la familia no solo a corregir una actividad sino compartir, encontrarnos", valora Marina Schwerd, que lleva 3 años como directora y 28 en el CEPT.

"Como equipo estamos acostumbrados a trabajar con las familias y los chicos saben trabajar en el hogar" pero estaba el soporte de "las visitas presenciales que con la pandemia se suspendieron", asume la directora. Aún así, los estudiantes ya tienen el hábito más el respaldo familiar y la responsabilidad de docentes que "están poniendo toda la energía. Cada grupo siguió con el mismo programa como si tuviéramos clases presenciales: además de los contenidos, de 1º a 3º año realizan huerta, otros crían pollos y de 4º a 6º tienen una muestra de forrajetum, una experiencia del área de Producción", destaca.

Hacer y extrañar

"Está pandemia me encontró cursando mi último año de secundaria con tareas de estadía que mis docentes envían por WhatsApp y yo respondo", explica Federico Stele, que es Promo y ya tiene resuelto el 2021 en La Plata, donde estudiará ingeniería agrónoma.

Extraña a sus compañeros y los recreos con amigos. "Mi hermano alcanzó a ir la primera semana de clases donde hizo la adaptación. Yo ingresaba el 21 de marzo pero vino el aislamiento y tuvimos que estudiar desde casa", plantea el adolescente.

A su lado, su hermano Facundo comparte que "estuve cinco días y fue emocionante. Conocí nuevos amigos y profesores pero quedarme en las noches en el CETP sin venir a casa costó, igual que los horarios de acostarse y levantarse". Pero duró poco y todo se definió tranqueras adentro y así se descubrió hortelano. "Tengo perejil, puerros, apio, cebolla de verdeo, acelga y radicheta. La huerta es materia de Producción de este año. Tuve que sacar yuyos. Preparé el terreno, puntié, luego saqué las plantas que estaban muertas y sembré. Hasta ahora va bien", explica con sentido de pertenencia el pequeño de 12 años.

Sus días en el campo incluyen quinta, cabalgata, cría de pollos, de cerdos y vacas. Rodeado de naranjos, limoneros y manzanos sueña con ser contador pero también cocinero. "Me gusta vivir en el campo. Acá tengo muchos amigos y vecinos pero más tengo en el pueblo", comenta mientras llama a Federico y hacer una foto.

"Me ocupe de la cría de pollos para consumo y de chanchos pero es cada vez más complicado vender porque a la gente de la zona cada vez le alcanza menos el dinero, gasta en lo esencial. Yo vendía en Buenos Aires pero este año no he podido ir", dice el joven de 18 años con la ciudad de las diagonales en la mira.

Detrás del barbijo

Unos y otros han resignificado vínculos, con alumnos, familias y docentes entrelazados. Lisardo Llaporta, por ejemplo, es el puestero del CEPT y sigue apostado en la institución igual que Marisol Schwab y Gustavo Serrano, los porteros que "están al pie del cañón" en cada entrega de mercadería con desinfección del edificio y armado de bolsas.

"Seguimos unidos y aprendiendo", sintetiza la directora que está a media hora de ese paraje llamado "Los tiempos cambian" donde viven Facundo y Federico. Sueña con la vuelta a las aulas, cuando disminuyan los riesgos. Hoy le consuela ver cada quince días o un mes a "alguno de nuestros alumnos cuando hacemos entrega de bolsones de alimentos del Consejo Escolar". Los mira a la distancia, con una mesa en la puerta de entrada de por medio que se interpone y aleja los abrazos. Le parece "increíble cómo van cambiando, creciendo. Verlos así, con la mitad de su carita tapada con el barbijo...", describe y se le anuda la voz, mientras espera que llegue la hora del reencuentro.