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No había pasado tanto tiempo desde la tragedia de fines de 2001, cuando la democracia argentina a punto estuvo de saltar por los aires; mucho menos de aquel 25 de mayo de 2003 que asumió la primera magistratura del país y prometió que no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada.

Fue un lunes, el 19 de enero de 2004, la primera visita de Néstor Kirchner como presidente de la Nación al centro más central de la provincia de Buenos Aires y fue inolvidable por lo que dijo y por imágenes icónicas que dejó.

Dos por encima de todas: las 7 cuadras que hizo caminando desde una combi hasta el Palacio Municipal, bañado por el afecto de la multitud, y ese abrazo lleno de amor con don Alfredo Pareja y su esposa Angélica, padres de José Alfredo Pareja; "Pepe", el amigo con quien compartía sus sueños juveniles, desaparecido en la última dictadura cívico - militar.

"Ante un fervor y una multitud inusitados, el Presidente encabezó un acto en las escalinatas municipales" y "Néstor Kirchner: no más impunidad ni un país de rodillas" titulaba EL POPULAR en su edición del día siguiente.

El sureño había sorprendido el mismo día de su asunción por su estilo informal y descontracturado, que le costó un flor de golpe en la frente con una cámara fotográfica.

Aquí también se desentendió de todo protocolo: en varias oportunidades se bajó del auto oficial para saludar y al final del camino protagonizó La histórica caminata por el Parque Mitre, donde cientos de vecinos pugnaron por tocarlo, palmearlo, sacarle una palabra o tomarse una foto con él.

"Confiamos en vos, vamos Kirchner, tenés que tener coraje", fue una de las frases más repetidas en aquel momento tan especial por el que atravesaba el país.

La crónica de esa jornada, firmada por Silvana Melo, decía que el avión de la Fuerza Aérea T-10 que trajo a Néstor Kirchner pisó el Aeropuerto a las 19.15, apenas unos minutos después del que conducía al entonces gobernador bonaerense Felipe Solá.

"Y en ese momento comenzó una tarde distinta, impensable, histórica para la ciudad. El Presidente comenzó a tocarse con la gente cuando puso el primer pie en el Aeropuerto. Y no dejó de hacerlo hasta el final, cerca de las diez de la noche, cuando miles de personas se agolpaban para que -antes de irse- colorado y despeinado, les firmara la última banderita, el último gorro, el último papelito hurgado de un bolsillo".

"Salió para la Ciudad en combi, pero terminó caminando las últimas siete cuadras antes de llegar al Palacio, desbordado por un cariño y una esperanza fervorosa que nadie podía haber imaginado unos meses atrás", describía la crónica de este Diario.

En el Palacio San Martín lo recibió el intendente Helios Eseverri.

Conmovido, Néstor Kirchner se encontró y dialogó con Alfredo Pareja y su esposa, Isabel Galbiatti, en quienes reconoció a los padres del militante que había conocido en los 70, "recibió el documento que le presentó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos denunciando la presencia de un presunto ex represor en el gabinete municipal (el "Pájaro" Ferreyra) y se encaminó hacia el estrado construido especialmente para la ocasión en las escalinatas del edificio".

En la calidez de aquella tarde de verano, la plaza Coronel Olavarría estuvo colmada como pocas veces de gente que pugnaba por escucharlo, por arrancarle un autógrafo, un recuerdo, "algo tangible de ese día en el que un hombre lejos de ser bello; grandote y desgarbado, con poco carisma y floja vocalización despertó un fervor quién sabe si visto alguna vez en la historia reciente de una Ciudad sin muchas emociones. Para colmo era un político. Y, encima, el Presidente", escribía Silvana.

El primero en la lista de oradores fue Eseverri, quien obsequió al Presidente una hebilla creada por el orfebre Armando Ferreira, y luego expuso sobre la firma de los convenios por 160 viviendas y para la pavimentación de cuatro secciones de la ruta provincial 51 que habían motivado la visita presidencial.

Le siguió el gobernador Felipe Solá y luego el presidente Néstor Kirchner, no sin antes firmar una bandera tras otra, de acunar a un bebé y apretar "fuerte los puños muchas veces, como queriendo contagiar fuerzas".

Habló y dijo: "Tenemos que construir una nueva Argentina. Se terminó el ajuste en la Argentina. Primero hay que dar sustentabilidad interna, vida interna, inversión interna".

"Tenemos que recuperar la identidad nacional y nuestra autoestima. Los argentinos servimos, somos capaces, honestos, si trabajamos. Que dejen de humillarnos permanentemente. Sabemos y vamos a aplicar la ley a los que mancharon la dignidad del pueblo argentino", exhortó a los presentes.

Habló de la seguridad, de las rutas, de las cooperativas de la FTV y analizó que "para que haya cultura del trabajo, hay que generar que el trabajo llegue adonde tiene que llegar".

"Yo me podré equivocar, pero les juro por mis hijos y por esa tierra patagónica que voy a dejar toda mi argentinidad para dar la batalla. Claro que nos estamos recuperando. Pero todavía estamos en el infierno. Estamos subiendo la escalera, pero estamos peleando con dignidad".

Sobre el final se enfervorizó, decía la cobertura de Silvana: "Nunca más la Argentina de la impunidad, ni la de ayer, cuando barrieron a la generación de jóvenes por el solo hecho de pensar en un país distinto, ni la impunidad de hoy de aquellos que se robaron la patria. Basta de impunidad".

Nadie imaginaba que ese presidente, llegado al gobierno pocos meses antes con el menor respaldo popular en las urnas que se recuerde, iba a dejar su impronta en la historia argentina antes de irse para siempre, de un colapso coronario, el 27 de octubre de 2010.