Daniel Puertas

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En aquellos años los parques públicos de Olavarría no habían sido descubiertos por la gente, salvo el Balneario Municipal. En el verano se poblaban los parques privados de Racing y Estudiantes, pero el que se extendía a orillas del arroyo sólo era atravesado por paseantes que pocas veces se sentaban en algún sitio adecuado y nunca lo hacían sobre el pasto.

Esa era una de las singularidades de la Olavarría de fines de los sesenta y principios de los setenta, cuando los primeros rockeros locales -aunque por entonces no se llamaban así- solían, ellos sí, sentarse en el césped del Parque Mitre con sus guitarras mientras los transeúntes los miraban con curiosidad y alguno con cierta alarma.

La grieta musical de aquellos años estaba representada por una minoría amante de la música juvenil definida por entonces como "progresiva", que pretendía ser conceptual y una mayoría de cultores de la música juvenil "complaciente", exclusivamente bailable.

En Olavarría hubo algunos músicos que siguieron el camino abierto por Los Gatos, Almendra, Manal, Moris y pasearon sus largas cabelleras por las calles ciudadanas ante la estupefacción, cuando no la ira, de los buenos caballeros y damas de la sociedad local.

Primero fueron Las Sombras, grupo formado por Miguel Angel Pey, Roberto Carabajal, Elmiro Díaz y Roberto Peyrano. Unos pocos años más tarde surgió Perros en la Lluvia, con Tito Catani, Héctor González y bajistas que variaron y enseguida Fuego de Vida, integrado por Quique De Olaso, Sergio Petacco, Pelusa Lorenzo, Mario Forte y Facha Zubiría, quien luego pasaría a Perros en la Lluvia.

Fue reemplazado por Angel Attadía mientras que Forte dejó su lugar en la batería a Aldo Gelso.

Hubo algunos recitales, se reunieron varios pibes y crearon un casi insólito Club Olavarriense de Música Progresiva (COMP) de vida efímera. En torno de Fuego de Vida se fueron agrupando algunos jóvenes atraídos tanto por el "movimiento" como por las canciones compuestas por Quique, Pelusa o Sergio.

Los años fueron pasando, la ciudad creció y cambió, aunque eso parecía imperceptible, se sufrieron o se disfrutaron los avatares del país y los adolescentes se convirtieron en jóvenes.

Ya mediados de los setenta el Fuego de Vida original había desaparecido pero sus viejos integrantes seguían cercanos entre sí y había un crecimiento musical notorio en cada uno de ellos, cada uno en su estilo.

La Facultad de Bellas Artes había acentuado el rigor académico de Quique, tanto en la composición musical como en la poesía; Sergio había profundizado su carácter de melodista excepcional y Pelusa había crecido en las baladas a las que siempre fue fiel.

Quique formó Melosofal Sur Electroensamble, grupo de fusión que en un par de recitales sorprendió mucho a un público ciertamente reducido y a muchos músicos, como el saladillense Alberto Artola, estudiante del Instituto de Educación Física y que contaba con un breve paso como bajista de La Cofradía de la Flor Solar mientras estudiaba en La Plata.

Meses después, Beto Artola se sumaría a Melosofal junto a sus coterráneos Chiquitín García, pianista, y "La Pocha". Enseguida resurgió el viejo sueño de juntar varias bandas, armar una sala de ensayo que terminara derivando en una discográfica que evitara que para grabar discos hubiera que trasladarse a Buenos Aires.

Finalmente, se terminó en la vieja casa heredada de sus padres por un amigo, Andrés Ramognino, en plena crisis económica y plena dictadura militar, con músicos que se habían instalado en Olavarría seducidos por la posibilidad de participar de un grupo de altísima calidad y perseguir un sueño imposible.

Algunos pasaron hambre, mucho. Pero las música compensaba todo. En torno de esa pequeña sala de ensayos que jamás se terminó de construir se agruparon las bandas Tifereth, liderada por Edgardo Torres, Gea, formada por cuatro estudiantes de la Escuela Normal, Puli Larregle, Amparo Rocha, Maité Destrez y Susana Segurel, Selena, creada y dirigida por Pelusa Lorenzo y, lógicamente, Melosofal Sur Electroensamble.

La pobreza no frenaba la creatividad. Una excepcional cosecha de papas en Balcarce derrumbó los precios del producto y quizá eso salvó la vida de más de un músico. El aviso de que ya estaban hervidas las papas, o cocidas en el horno, o fritas en el aceite robado por alguien de la alacena familiar interrumpía abruptamente ensayos.

Un adolescente Claudio Pedreira llegó a ese lugar para acompañar con su bajo a Gea. Después pasaría a Melosofal cuando Artola se trasladó a Buenos Aires. Mónica Badoglio, Adriana Saravia, Pino Cuadrado eran otros adolescentes que se integraban a ese extraño grupo de jóvenes que estaban a mediados de la veintena y escribían canciones a un ritmo alucinante.

Descubrir que las viejas canciones habían quedado reducidas a retazos de melodías, jirones de acordes, fraseos atados indisolublemente a quiénes podían conservar grabaciones de ensayos o conciertos. En pocos días descubrieron que las grabaciones eran escasas, incompletas, inservibles.

Las viejas canciones eran apenas sombras de recuerdos.

Resurrección de la alegría

Claudio Pedreira propuso resucitar algunas de las canciones que lo habían conmovido en su adolescencia. El es uno de los músicos que iniciaron su carrera en Olavarría poco antes o poco después del comienzo de la década del ochenta.

Para entonces, los primeros rockeros olavarrienses ya transitaban por la línea media de los veinte años o se acercaban a la treintena. Para Claudio Pedreira y otros músicos eran ya una vieja generación.

Quien se entusiasmó enseguida con la idea de grabar aquellas canciones fue Leandro Chiappe, otro músico anécdotas entrañables fue más una sorpresa que una desilusión.

Si la memoria no daba para reconstruir esos temas que jamás habían temido olvidar sí servía para recordar olavarriense que vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires y que al igual que Claudio dio sus primeros pasos en la música cerca de las sombras protectoras de los músicos de la generación anterior.

Uno de esos músicos veteranos, Sergio Petacco, se enganchó rápidamente, se lo propuso a Quique De Olaso y quedó armado el cuarteto que se abocó a una tarea casi arqueológica para devolverle la vida a aquellas canciones.

Entre los cuatro seleccionaron varios de aquellos temas venerables y a veces juntos y otras cada uno por su lado fueron descubriendo que las viejas canciones ya no existían, que nadie recordaba ni versos ni notas y que nadie guardaba grabaciones.

Solo "Bajemos al río", canción que siempre alguien siguió tocando a lo largo de más de cuarenta años se conservaba intacta. "La rosa de los vientos" sólo requirió de un retoque y el ejercicio esforzado de la memoria para reconstruirse.

Todos los demás habían sido arrastrados sin misericordia por los vientos invencibles del carajo hacia el olvido, hacia la nada.

Leyendas módicas

Claudio y Leandro son dos de los músicos convencidos que esos primeros rockeros locales entre los que se contaban Sergio y Quique eran artistas con un talento superior. A otros músicos de la misma generación de Claudio y Leandro se les ha escuchado decir que en Olavarría no volvió a repetirse una explosión de talento musical como la de esos años entre los setenta y principios de los ochenta.

Alguna ha dicho, con evidente desmesura, que algunas de las canciones locales de aquellos años podrían formar parte hoy de la corta lista de temas fundacionales del rock nacional. Lo cierto es que más allá de las exageraciones de la nostalgia, unas cuantas de esas canciones acunaron sueños y se grabaron con fuerza en mentes y corazones juveniles.

Hasta ahora se reconstruyeron tres o cuatro temas. A Claudio, Sergio, Leandro y Quique se sumó Roberto Roselló y Beto Artola. Otros músicos y cantantes comprometieron su aporte. Tal vez haya un concierto para resucitar esas canciones y acompañarlas de otras que se están componiendo aceleradamente.

Las notas que se forman entre las ramas de árboles del Parque Mitre o en las bocas de los desagües con el agua de lluvia; o en la fusión del alboroto de los gorriones con el trino del canario familiar arrastradas por el viento del Sur tienen algo de esas canciones.

Quizá por esos azares de la vida puedan rearmarse. Quizá.