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Mucha agua corrió bajo el puente en estos últimos días. Entre argumentos y contraargumentos, ya no caben dudas de que el cierre de las exportaciones de carne ha sido un grave error. Error político para el gobierno, error de timming estratégico, en momentos en los que el mundo comienza a despertar tras la larga agonía a la que indujo la pandemia, pero fundamentalmente, error conceptual, al intentar contener la suba de precios de un producto, vedando la comercialización de otro.

Sabemos que solo el 30% de la carne que se produce en la Argentina se exporta. Pero también sabemos que más del 75% de la carne que exportamos tiene por destino China, un destino que compra básicamente vaca manufactura y algo de toro, mercadería que los argentinos no llevamos a nuestra mesa. De hecho, a este destino también nos permite poner en valor más de 50.000 toneladas de carne con hueso anuales, que durante el último año nos reportó unos 116 millones de dólares adicionales, de algo que antes sólo se valuaba como desperdicio. El resto de los mercados se abastecen de novillos intermedios a pesados, con menor nivel de engrasamiento, donde también existe una muy fuerte complementariedad, puesto que los cortes de mayor valor provenientes del lomo y de los cuartos se exporta, quedando para el mercado interno gran parte del asado, vacío, paleta, matambre y colita de cuadril.

Ahora bien, el 70% restante se produce para abastecer el mercado interno. Como también sabemos, el consumidor argentino tiene predilección por un animal más joven, de menor kilaje, con otro tipo de engrasamiento y preferentemente terminado a grano.

Es por ello que al mercado doméstico se vuelca todo el novillito, la vaquillona, el novillo liviano y cortes del novillo pesado que no salen para exportación. Solo una escasa proporción de vaca gorda, de buena terminación, llega a carnicerías locales, pero sin llegar a ser el producto principal.

En definitiva, es el precio de este 70% de la producción el que verdaderamente debe procurar contener el gobierno, no con prohibiciones sino como medidas que tiendan a reducir el pesado costo que debe afrontar la cadena en su conjunto.

Un reciente estudio de FADA (Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina) muestra muy claramente que de los $ 531 promedio que cuesta 1 kilogramo de carne vacuna, la cría representa $ 158 (30%), el feedlot $ 141 (27%), el frigorífico $ 35 (6%) y la carnicería $47 (9%). Es decir, en conjunto, el sector productivo y comercial representa el 72% del valor del producto en mostradores mientras que el 28% restante ($ 149) responde a impuestos. Esto muestra de manera muy elocuente que sí existen eslabones donde corregir de manera inmediata y contundente para reducir el precio interno de la carne, tal como demanda el consumidor local.

Intervenir la exportación es intervenir directamente al criador y en uno de los momentos más cruciales. Estacionalmente, durante los meses de mayo a agosto es donde se produce la mayor salida de vacas, asociado a un proceso de descarte o limpieza que naturalmente se da luego de los destetes. Es así como el productor se desprende de toda esa vaca de poco diente, vaca que no logró preñarse durante el otoño, de poca leche, la vaca ‘problema’ en general. Por otro lado, esa liberación le resulta crucial para poder enfrentar los meses de invierno donde la oferta forrajera cae drásticamente.

Por lo tanto, esta medida que, en principio, tendría una vigencia de 30 días, no resulta inocua para el momento en el cual nos encontramos, más aun sabiendo que una vez ‘rehabilitada’ la exportación -asumiendo que esto ocurrirá vencido el plazo vigente-, el mercado va a tardar en retornar a los valores previos. En tan solo dos días, tras conocerse la noticia, el mercado ajustó más de un 10% su valor. ¿Cuál es el piso? No lo sabemos.

En los últimos años, gracias a haber podido encontrar un mercado de volumen para esa vaca conserva el criador, el tambero, el pequeño productor pudo dar valor a una mercadería de refugio que, por mucho tiempo, precisamente por no tener un adecuado valor comercial, quedaba en el campo, de manera improductiva, elevando los costos y bajando la eficiencia de toda la explotación.

En definitiva, esto viene a romper con lo que se había convertido en un gran circuito virtuoso para el sector, en el cual ganaba el criador al mejorar el margen y limpiando todo aquello no productivo, ganaba el invernador al hacerse de una mejor calidad de terneros, ganaba la industria al conseguir mayor volumen y licuar los pesados costos de estructura que suponen este tipo de operaciones, ganaba toda la cadena al generar reinversión dentro del sector.

Lamentablemente, mientras el gobierno restringe la salida de un producto crucial para el productor en estos momentos, la carne sigue subiendo en los mostradores argentinos, puesto que los pesados costos internos que integran el valor de este producto siguen sin ajustar.

Sin dudas, un error conceptual que terminará costando mucho más caro de lo que hoy se puede apreciar.