Daniel Lovano

dlovano@elpopular.com.ar

Ana recibió su primer nombre de la abuela paterna nacida hace un par de siglos en Escocia, que llegó al país para trabajar en la crianza de ovejas en un campo vecino a la Estación Paragüil, partido de Laprida, y su segundo nombre Manuela por la abuela materna originaria de la ciudad española de Zamora, muy cerca de la frontera con Portugal.

Entre los 14 y los 15 años, con dos materias "colgadas" para marzo, le salió un trabajo y debió dejar el colegio. "Vio como son las cosas; eran tiempos difíciles y había que dar una mano en la casa" comentó Anita, como le gusta que la llamen.

A los 20 años Ana Manuela Torry se casó, después llegaron sus cinco hijos y esa deuda fue quedando pendiente. Nunca archivada.

Tiempo atrás, cuando falleció su esposo, pensó en retomar los estudios y terminarlos "para tener ocupada mi cabeza", pero no se dio.

Ese día llegó el martes de la semana pasada, y Anita fue la encargada de leer el discurso a nombre de los egresados de la Promoción 2021, en el acto de fin de curso del CENS 451 "Héroes de Malvinas", correspondiente al Plan FinEs, celebrado en el Club Pueblo Nuevo.

Agradeció a los profesores, a sus compañeras "a pesar de que compartimos sólo un año de cursada normal"; resaltó el sacrificio de las compañeras que asistían al aula "con sus pancitas" o pedían permiso porque debían retirar a sus hijos de la escuela o del jardín.

Hizo un párrafo especial para su amiga Amelia, sus hijas y nietos que la asistieron tras un duro escollo que tampoco la hizo claudicar, y aconsejó "seguir estudiando, porque el estudio nos abre la mente, abre puertas y el conocimiento nos da libertad, independencia y seguridad para enfrentar la vida en el futuro".

El dato insoslayable de este relato es que Anita recibió el título de "Bachiller con orientación en producción de bienes y servicios especializados en la conservación de alimentos" a sus jóvenes y radiantes 83 años.

"Cuando era jovencita yo fui hasta segundo año en la Escuela Nacional de Comercio y como ese verano conseguí empleo y eran épocas difíciles tomé el empleó y dejé el estudio. Me hice de novia... a los 20 años me casé, pero me quedó como una cosa. Me daba lástima que no había terminado el secundario" apuntó Anita.


"Yo estaba en la comisión de los Jubilados de la calle 9 de Julio y habían ido a pedir el lugar para que funcionara un secundario para adultos. Hice todos los trámites, pero resulta que después no se arreglaron porque la Asociación tenía muchos talleres y no podía alquilar las instalaciones" recordó.

Lo que había a disposición le quedaba lejos o el horario nocturno tampoco le cerraba, pero Anita no perdía la esperanza, ni le cerraba definitivamente las puertas a ese gran desafío que iba con ella desde casi 7 décadas.

Hace tres años, entregando las bolsas en la Asociación fue una asistente social del CENS 451 para invitar a terminar sus estudios primarios a jubilados que retiraban la bolsa.

Charlando, Anita le contó sobre su asignatura pendiente, salió que hace más de 60 años vive sobre la avenida Trabajadores y como respuesta obtuvo que un curso funcionaba en la Escuela Nº 22, a sólo un par de cuadras de su casa, exclusivo para mujeres, con tres días de clases presenciales por semana, de 13.10 a 17.15.

"Me gustó porque me coincidía todo" afirmó y mencionó que "el primer año iba y venía caminando a la escuela, después vino la pandemia y seguimos en forma virtual".

"Me costó un poco más. Se imagina que en mi etapa anterior yo estudié mecanografía" comparó, y largó una carcajada antes de poder terminar la frase.

Ahí apareció la asistencia de sus dos hijas mujeres (Karina y Ana María), su nieta Lucía, que se pusieron codo con codo al lado de la compu.

"Escribo bien, tengo buena letra, no tengo errores de ortografía, pero para la computación nada" reconoció.

El paso del tiempo no pudo desvanecer su meta; ni los obstáculos burocráticos; la pandemia fue un dato sanitario, nada más... y cuando estaba cursando el último año se atravesó una fractura de fémur que lastimó una de sus piernas, pero tampoco hizo mella en su espíritu.

"Estaba medio con ganas de abandonar, pero después de que me operaron y volví a casa venían mis hijas un día cada una y así me fueron dando una manito" agradeció.

Compañeras en estos tres años de cursada tuvo de un amplio abanico etario, una muy especial: "En el discurso del acto hice un agradecimiento especial para Amelia, que es bastante menor que yo, pero éramos las dos más mayores. Ella después del accidente venía a casa, me sacaba los trabajos en la fotocopiadora y los resolvíamos entre las dos".

"Al no tener familiaridad con el teléfono, ni con la computadora Amelia fue de una gran ayuda para mí. Soy media porfiada para esas cosas, así que no sé si me voy a poder acostumbrar" bromeó.

Sus últimos trabajos los entregó a fines de noviembre y en el balance de la cursada no se permitió elegir un profe en especial.

"Fueron todos muy buenos, muy accesibles. Si tuviera que nombrar alguno quedaría mal con los otros y la verdad es que todos fueron muy razonables, porque en el aula había chicas jóvenes, mujeres embarazadas que después iban con el bebé, otras iban con sus nenes en cochecitos y fueron muy tolerantes con ellas, porque al fin era todo para damas y adultas. Igual, fue un sacrificio doble para todas esas chicas ¿no?" destacó Anita.

Luego de la graduación nadie se atrevió a celebrar con huevo o harina sobre su cabellera ("soy muy anticuada en algunas cosas, no en otras, je"); tampoco hubo juntada por este asunto de la pandemia; faltó su hija menor (Karina) por cuestiones laborales, pero sus otros cuatro hijos y varios nietos asistieron al acto en el colmado salón del Club Pueblo Nuevo donde Ana -por supuesto- fue el epicentro de la ceremonia.

No tuvo dificultad para recuperar sus sentimientos en ese momento.

"Estaba muy feliz; por suerte no me emocioné, ni lloré (risas). No fue difícil, estaba tranquila y pedí leer el discurso de despedida porque era la mayor de todas" enunció Anita.

También confesó que, diploma en mano, una de sus hijas le reveló que se había llevado la mayor ovación de la tarde, algo que sus sentidos no alcanzaron a percibir por la fuerza de ese instante que había perseguido durante 70 años.

La nota completa en:La edición Impresa