La irrupción de un hecho luctuoso, como el de la semana pasada en el barrio porteño de la Recoleta, en Olavarría a los que han vivido unas cuántas décadas le vuelve a la memoria aquel infierno en las vísperas de la navidad de 1986, que probablemente los de menor edad ni siquiera tengan en sus registros. 

El mismo día del comienzo del verano, ese 21 de diciembre, ardía la estación de servicio ubicada en Moreno y Belgrano, al lado de un edificio multifamiliar, frente a otro y cruzando la calle con uno de los hoteles icónicos de la Ciudad.

"Voraz incendio destruyó una estación de servicio" consignaba EL POPULAR al día siguiente en tapa, y entre los pocos detalles conocidos en las horas posteriores daba cuenta de que se declaró apenas pasadas las 16.

Una alta y densa columna de humo negro no tardó en divisarse desde los puntos más lejanos del casco urbano, cuya figura amorfa alzándose al cielo de inmediato hizo acordar a una de las jornadas más tristes de la historia olavarriense. 

Aquel 15 de noviembre de 1970, cuando detrás del Minigimnasio del Parque Carlos Guerrero fue incendiado el micro visitante en ocasión de un partido entre Olavarría y Mar del Plata por el campeonato Argentino de selecciones de Ligas.

"No se determinaron las causas" decía el Diario; sí en cambio que "el fuego afectó al edificio de departamentos lindero, donde sufrieron daños de consideración todos los departamentos de las seis plantas que dan a la gasolinera". 

"Lo que parecía una catástrofe incontenible, con las llamas superando la altura del edificio vecino, sumado al temor de que estallaran los tanques de combustible, pudo ser controlado por los Bomberos Voluntarios al mando de Héctor O. Salvador" destacaba EL POPULAR en el copete de la crónica. 

En el mismo párrafo informaba que "sus hombres, sus autobombas, sus tanques de agua y su equipo de polvo presurizado fueron convergiendo en el lugar, acompañados por el patético ulular de las sirenas y abriéndose paso entre la irresponsable multitud que se congregó en las calles aledañas, mientras efectivos policiales tendían cerco para contenerla".

"El fuego penetraba en el edificio vecino a través de las ventanillas que dan luz a la escalera. Bajo el enorme tinglado de la estación de servicio entraron en combustión tarros de aceite y todos los elementos allí existentes, entre ellos cuatro automóviles" mencionaba el informe. 

Merced al profesionalismo y al arrojo de los bomberos voluntarios el siniestro fue controlado en algo así como media hora.

Sin embargo, los daños estructurales provocados por el fuego fueron de tal magnitud que el enorme tinglado de la estación de servicio terminó desplomándose. 

"La pared del edificio lindero quedó seriamente afectada. Felizmente no hubo que lamentar víctimas personales, sólo lesiones menores que sufrió una señora" precisaba este Diario. 

Se trataba de Elena Arocena de Beitía, quien habitaba en el edificio lindero y en la desesperación por el avance de las llamas se arrojó desde su departamento del tercer piso sobre el techo de la cochera de la Estación de Servicio que estaba ardiendo. 

Ingresada en el Hospital Municipal, que por entonces se llamaba "Coronel Olavarría", no se constataron heridas de gravedad y su evolución fue positiva. 

Por otra parte Héctor González, integrante de la firma propietaria de la estación de servicio, resultó con quemaduras de segundo grado en el rostro, brazos y piernas. 

En cuanto a los orígenes del incendio, en su testimonio a EL POPULAR un empleado de la firma "con su cabellera chamuscada por el fuego", relató en el lugar: "Estaba yo sacando una pequeña cantidad de nafta en un tarrito cuando me vi rodeado por las llamas, sin saber de dónde provenían". 

El recuerdo de aquel incendio de inmediato invoca a una reflexión: las tragedias no avisan tiempo, lugar, ni modo. 

Por el incumplimiento de las normas o falta de la actualización de las mismas, por carencia de controles del Estado pueden estar esperando a la vuelta de cualquier esquina.

Daniel Lovano / daniellovano@elpopular.com.ar