Cacho Fernández - cfernandez@elpopular.com.ar

Las elecciones legislativas de ayer una paulatina pero progresiva mengua en el país. La identidad gobernante ha quedado como ganadora solamente radicada en provincias del noroeste y noreste del país, y perdedora en el resto del territorio nacional, con el agravante que va quedando relegada en los territorios más populosos del país excepto en el Conurbano.

El resultado de ello es que hoy por hoy el kirchnerismo, tomado como la línea política de este siglo va languideciendo progresivamente a solo quince años de vida.

Tanto es así que el kirchnerismo sacó 5 millones de votos menos en todo el país con respecto al 2019 y 2.400.000 votos menos en la Provincia, su territorio preferencial. Esto confirma cuantitativamente su mengua en apenas unos meses.

Un dato extremadamente llamativo: de 135 municipios que tiene la provincia de Buenos Aires, la oposición triunfo en 126 pero el oficialismo nacional empardó esta derrota con los 9 restantes. Lo que evidencia claramente que el kirchnerismo es solo un partido del Conurbano y más aún, de la Tercera Sección Electoral. Así de desigual es la densidad demográfica y por ello política del país.

Lo preocupante para los kirchneristas es que hoy por hoy, y por su complexión ideológica, tiene pocas posibilidades de modificar su propio paradigma, adaptarse a los nuevos tiempos y recuperar su fuerza original.

Es cierto que el oficialismo logró remontar un poco el resultado de las Paso, pero igualmente perdió por 8 puntos y con esos porcenetajes estaría apenas a un punto y medio de ganar en primera vuelta en una elección presidencial. Y ese es un dato para preocuparse. A estas horas, sus posibles candidatos para 2023 deben estar mirando y analizando detenidamente esos números como antecedentes de lo que podría ocurrir dentro de dos años.

Títeres conflictivos

Además de perder su quorum propio en el Senado, la Vicepresidenta perdió también la base de su poder institucional y el leit motiv de su gestión puesto que ya no tiene toda la potestad para influir en la elección de los jueces y en la reforma de la Justicia, algo que a ella le quita notablemente el sueño.

Cristina Kirchner confirmó ayer su pérdida de poder político y ni siquiera podría decirse que mantiene el que ostenta sobre el Presidente sobre quien se ha dicho que es un títere suyo, aunque no parece serlo ya que los hilos que los vinculan son más conflictivos que lo que se podría suponer. Y los títeres no se rebelan.

Existe en Alberto una cierta resistencia contra su presunta titiritera y lo demuestra las reacciones de Cristina toda vez que el Presidente toma una decisión indigerible para ella. Más aún, todavía no se sabe si lo que anunció ayer sobre un supuesto acuerdo con el FMI fue acordado con su compañera de Gobierno.

Podría haber un manejo tiriteril (por decirlo así) pero o no lo es tanto o si existe esa relación es demasiado conflictiva para interpretar que el vínculo es de sumisión total. Y, cuanto más le saque Cristina el cuerpo a las situaciones adversas, más le confieere al famoso "títere", la posibilidad de desvincularse. En todo caso, si el tiriretero se niega a actuar, el títere tampoco se mueve y la relación es de una paralisis total.

Sin el poder absoluto del Senado, Cristina corre el riesgo de transformarse en un mero poder formal. Y ese vacío, por ese horror vacui (horror al vacío) que suele haber en la política, los espacios que Cristina puede dejar vacíos, serían cubiertos por su compañero. A Cristina solo le podría quedar la Tercera Sección Electoral pero algo loteada. Por eso, los caprichos de Cristina y sus reacciones impulsivas pueden llegar a ser play with fire, como dicen los Rolling Stone.

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