Eso mismo pudo haber hecho el Presidente ante la amenaza institucional de su Vicepresidenta al promover la renuncia de más de medio gabinete para desestabilizarlo o empujarlo a que Alberto F. tomara las decisiones que ella quería y pretendía imponer.

Jaqueado por Cristina, Alberto solo atinó a resistir quedándose como si nada ocurriese y pensando quizás que quien se estaba exponiendo era su compañera de gobierno y no él, que solo había perdido, aunque brutalmente, una elección, con un resultado casi decisivo.

De inmediato, Alberto, como poder institucional, comenzó a cosechar apoyos de gobernadores, de la CGT y de los movimientos sociales. Es decir, a Cristina solo le quedaba su núcleo duro y diputadas ligeras de boca que expresaban lo que toda la facción venía pensando y pensaba mucho más aún después del domingo.

Alberto F. debió enfrentar una coyuntura parecida a la del primer ministro inglés en "las horas más oscuras". Pero también estaba Sergio Massa, un moderado dialoguista que sabía esta vez que debía respaldar la institucionalidad. Y, como ocurrió en otros conflictos de la historia universal, a la corta o a la larga triunfan los moderados y la moderación. Las cosas comienzan a fugar de los extremos y buscan el centro en donde está el equilibrio.

Cristina y su obsesión aceleró los acontecimientos. Alberto se cansó de lamerle la mano y dijo que su gobierno seguirá "como yo lo estimé", y por fin se asumió como Presidente. "Para eso fui elegido", culminó la frase de Alberto.

En ese contexto surgió un audio de una diputada ultra K que solo habló para degradarse y dejar muy mal parada a su propio sector, y alguien lo filtró. Como en las películas policiales, habría que ver quién se benefició para poder deducir quién lo hizo. Nada más que eso.

Audios, diatribas y filtraciones

Pero de esta coyuntura tan conflictiva queda una conclusión, que aunque provisoria, podría determinar como se resuelve este conflicto que de pronto se disparó por un mal cálculo de los tiempos y las consecuencias. Es que ante la terrible derrota del domingo, Cristina le reclamó al Presidente un cambio de ministros y vaya uno a saber cómo lo hizo, si el trato fue el mismo que ella implementaba con Oscar Parrilli o fue uno menos bizarro. Alberto se resistió y consideró que ese cambio lo haría después de noviembre. Pero la Vice, quien parece estar imposibilitada para llevar a cabo relaciones horizontales, se obstinó que debía hacerlo ahora y por ello presionó hasta la asfixia promoviendo la renuncia de sus ministros.

El Presidente, aconsejado por sus amigos, se limitó a esperar y a no mover ninguna pieza ante el tsunami desatado por Cristina. Solo dijo que no haría nada y que no iría aceptar ninguna renuncia. Nada más, y solo había que hacer eso. Algo así como la oración o la autorregulación de los acontecimientos que pedía Churchill ante la amenaza nazi a Gran Bretaña.

En tanto, Sergio Massa comenzó a moverse para activar una negociación con los sectores moderados y hasta con parte de la oposición para dejar a salvo la institucionalidad que podía estar en grave peligro. El fantasma de 2001 después de la renuncia de "Chacho" Alvarez se presentaba nuevamente y volvía a cernirse en el país el temor a un golpe institucional. Cristina había puesto en marcha una suerte de "gran Chacho" y el país se disponía a vivir otras jornadas aciagas como las de aquel diciembre de principios de siglo. Argentina se preparaba para repetir aquel país de 1820, tras la batalla de Cepeda. Solo faltaba que "Pancho" Ramírez y Estanislao López ataran sus caballos en las verjas de la Pirámide de Mayo tal como se cuenta.

Sin quererlo, Cristina había acelerado la resolución de una interna que ya no soportaba nadie. Por eso todos los hechos son productos de sucesivos errores de cálculo y de consecuencias: Alberto Fernández no imaginó que la reacción de Cristina podía ser esa luego de su negativa a cambiar el gabinete y ella tampoco tuvo en cuenta lo que devino de su orden de renunciar a sus ministros más obedientes.

Rápidamente las piezas se fueron ordenando de otra manera y se alinearon con el poder institucional que es el que tiene Alberto. Cristina se tendrá que conformar con sus votos que hoy no le sirven de mucho. Pero le quedan las cajas a través de La Cámpora. Igualmente, Alberto se habría animado a mover sus piezas aceptando algunas renuncias como la Wado de Pedro, la pieza mayor de Cristina, aunque todo es muy confuso todavía, y estaría dispuesto a ofrecerle el cargo al tucumano Juan Manzur. No hay nada oficial de esto, pero ¿por qué no pensar que el Presidente pueda aprovechar la coyuntura para rodearse de los gobernadores peronistas?

En tanto, el massismo busca rearmar su fuerza y sumarle la mayor cantidad de gente posible para fortalecer al Presidente, quien de pronto, de ser responsable de la derrota del domingo, ahora se ha transformado en una víctima central de las maniobras palaciegas de la Vicepresidenta. Solo Cristina y sus obsesiones podían producir semejante milagro.

La Vice podría apelar ahora a un supuesto "error político" para enmendar el suyo si es que, vaya paradoja, no quiere terminar exiliada como Julio Cobos en su propio gobierno luego de la votación de la resolución 125.