Claudia Rafael // crafael@elpopular.com.ar

En Olavarría, desde el 2001 y hasta la actualidad hubo 18 femicidios, 2 travesticidios, 3 femicidios vinculados, un suicidio derivado de una victimización sexual y más de 36 hijos que quedaron sin su madre producto del femicidio.

Los iceberg y sus profundidades

Las historias de cada una de esas chicas y mujeres son la punta del iceberg de una realidad que persiste con una cotidianeidad sombría. Y despliegan una cruel creatividad metodológica que no será descripta en esta nota por una clara responsabilidad periodística: está más que fundado que la difusión de las mecánicas femicidas alienta a la repetición sin límite.

Recorrer los archivos periodísticos recientes en la ciudad permite vislumbrar la base de ese iceberg. "Detenido por una causa de violencia de género", "Detenido por violencia familiar", "Amenazó a su pareja e hijo y fue demorado por la policía", "Tenía arresto domiciliario y estaba en la vía pública: volvió a la cárcel", "Retenido por herir a su ex pareja con un cuchillo", "Retenido en Hinojo por desobediencia" (de la restricción de acercamiento); "Pidieron la detención para un acusado de golpear a su pareja", son apenas algunos de los títulos que reflejan historias dolorosas que saltaron a los medios. Después están las otras: las que fueron denunciadas pero no se reflejaron en la prensa y las que no fueron denunciadas jamás. Todo esto constituye una pintura atroz de una realidad que no es afrontada desde los estados con la fuerza que su magnitud requiere.

Olavarría ha tenido un largo historial de femicidios y de travesticidios -fuesen o no caratulados legalmente como tales- que evidenciaron que no hay clase social, edad o género que quede a salvo de los crímenes de odio. Es que la base de estos crímenes está enraizada en la cultura patriarcal y en el histórico modelo de la propiedad privada. Aquello que el psiquiatra Alfredo Grande define al decir que "la mujer considerada como medio de producción de hijos y de placer es usada, abusada, explotada y destruida por su propietario".

Pero además -y aquí sí hay que sondear en las prácticas escolares que "olvidan" aplicar la ESI (Educación Sexual Integral) o bien la tergiversan- sigue rigiendo "el mandato del enamoramiento, la búsqueda alucinatoria de un príncipe azul, el delirio sistematizado del ´hogar, dulce hogar´ que han dejado indefensas y anestésicas a miles de mujeres".

En estos días los rostros de Cielo López, de 18 años y de Navila Garay, de 15 se han multiplicado en los medios y en algún caso -la publicación de Clarín en relación a Navila- repitió aquello que se había plasmado tras el femicidio de Melina Romero. Hacer eje en que era "una fanática de los boliches que abandonó la escuela secundaria" y no en las raíces de este tipo de crímenes. Una vez más: revictimizar a la víctima tantas veces como sea necesario. Más allá de esa crítica imprescindible al rol de los medios de comunicación en la cobertura de estas temáticas hay un dato objetivo: inciden por ser formadores de opinión. Y debe ser necesariamente cuestionado ese tipo de análisis. Pero detrás de los medios, que no son neutrales (todo lo contrario) hay miradas ideológicas que responden a esa cultura represora que ubica a la mujer y a las disidencias sexuales varios escalones abajo en la pirámide del poder patriarcal.

Historias locales

De la larga historia de ataques femicidas, si bien no fue esa la figura penal con que se estableció la condena, el último caso que llegó a juicio fue el de Natalia Bustos, cometido el 23 de marzo de 2017. Los únicos agravantes tenidos en cuenta, según se lee en los fundamentos del fallo, fueron "la modalidad" porque se consideró que Cristian Alejandro Maiz (padre) "atacó a la víctima amparándose en las horas de la noche para no ser visto por terceros, sorpresivamente, abusando de la confianza que existía entre ambos y de su mayor porte, la cantidad de golpes que le propinó (al menos 6) y la circunstancia de que dejó a sus hijos menores sin madre, todo lo que revela su desprecio por la vida humana". Seis hijos quedaron sin su mamá.

Si bien la lista es mucho más larga en el tiempo, este siglo arrancó con una historia que sacudió a toda la ciudad y que tuvo impacto a nivel nacional. Yenifer Falcón tenía 7 años cuando fue abusada y asesinada el 20 de febrero de 2001.

Apenas unos meses más tarde, en octubre del año siguiente Karina Mairani, de 26 años, era asesinada y también su hijo más pequeño, Marcelo Nahuel, de dos años y diez meses.

Olga Yapour, de 27 años, fue asesinada el 5 de marzo de 2004. Tenía, al igual que Natalia Bustos, seis hijos.

Siete meses después desaparecía Mara Navarro. Su vida se esfumó en la nada el 28 de octubre de 2004, con apenas 17 años. Era travesti. Su cuerpo sería encontrado en abril del año siguiente en las cercanías de lo que luego sería el bingo.

Andrea Trinchero, de 35 años, desapareció el 31 de diciembre de 2005. Sus dos hijos se quedaron esperándola en el hotel de Necochea y 9 de Julio en que vivían. Sus restos fueron hallados tres años más tarde.

Dana Pecci, de 20 años, fue asesinada el 19 de noviembre de 2007. Tenía una hija. Valeria Cazola, de 24 años, fue víctima de femicidio el 12 de junio de 2008. Tenía dos hijos.

Magali Giangrecco, de 17 años, desapareció el 28 de febrero de 2009. Sus restos fueron encontrados algunos días más tarde.

Al año siguiente, Mairel Mora, de 30 años fue asesinada un 24 de octubre. Tenía tres hijos que vivían en República Dominicana.

Apenas cinco meses después fue asesinada María Aurora Rodríguez, de 42 años. Era el 5 de marzo de 2011. Ese mismo año, siete meses después, fue asesinada Olga Serantes a los 56 años. Tenía varios hijos. No transcurrieron más que tres meses hasta que la nueva víctima fue Nelly Garisoain. Tenía 87 años y era 17 de enero de 2012.

El mismo año, pero en los primeros días de diciembre la víctima fue Tamara Bravo. Tenía dos pequeños hijos que presenciaron el femicidio y otros dos adultos. No pasó más que un mes hasta que se conoció el femicidio de Graciela Tirador, de 63 años. Era el 13 de enero de 2013. Tres hijos quedaron sin su mamá y varios nietos sin su abuela.

Al año, Silvia Marchesi, de 53 años, fue asesinada en la puerta del bingo. Tenía tres hijos. Y dos semanas más tarde y sin que jamás se conociera su identidad, otra travesti fue asesinada. Fue en la terminal el 26 de febrero de 2014. Sólo se conoció una imagen borrosa producto de las cámaras de seguridad.

Dos años después la víctima fue Lorena Huaiquimil. Era el 18 de enero de 2016. Y al año, en marzo de 2017, fue asesinada Natalia Bustos, mamá de seis hijos.

Dos años más tarde, Verónica Montenegro, de 31 años y sus dos hijos fueron asesinados en un crimen que intentó ocultarse bajo la forma de un incendio por el victimario, el 6 de abril de 2018. El asesino era el papá de los niños y murió también.

Un mes más tarde la víctima fue María Luján Riva de Neira, de 44 años. Era el 10 de mayo de 2018. Tenía cuatro hijos.

La organización Frente Ni una Menos Olavarría incluye además en el listado a Fernando Fuccila, que pocos días antes de suicidarse había denunciado por violación a sus compañeros de trabajo. La historia se asemeja, en algunos de sus ribetes, a la de la chica misionera mencionada al inicio de la nota.

Hubo -más allá de las calificaciones penales- 18 femicidios, dos travesticidios y cuatro femicidios vinculados. Es decir, personas que fueron asesinadas por el femicida, al intentar impedir el crimen (tal sería el caso de Matías Gallastegui, de 20 años, asesinado por el penitenciario Jesús Recovsky cuando trataba de matar a su ex esposa en Sierra Chica). O bien, personas del entorno familiar o afectivo de la víctima como Marcelo Nahuel Mairani, hijo de Karina Mairani y Ezequiel y Jazmín Ríos, hijos de Verónica Montenegro.

En tanto, los hijos e hijas que a partir de los femicidios quedaron sin su madre fueron alrededor de 36.

Las estadísticas sirven en tanto deriven en políticas destinadas a intervenir sobre los hechos. Aunque también debieran implicar un baño de realidad para la sociedad que, no siempre, logra dimensionar la gravedad de historias que se repiten una y otra vez porque no se atacan desde las raíces prácticas estereotipadas y patriarcales.