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Fue a mediados de los ochenta cuando tuve el dudoso privilegio de que un número indeterminado de pastores evangélicos me hicieran blanco de indignados sermones en supuesta defensa propia. Sin ninguna intención los había ofendido en un par de artículos sobre la proliferación de cultos evangélicos y el impulso que pretendía dar a este fenómeno un grupo de cerebros patrocinado por la CIA que había elaborado un documento que pasó a ser la plataforma electoral del republicano Ronald Reagan.

El llamado Documento de Santa Fe, por la ciudad donde fue redactado, proponía que "la política exterior de Estados Unidos debe empezar a contrarrestar (no a reaccionar en contra) la Teología de la Liberación, tal como es utilizada en América Latina por el clero a ella vinculado".

Para ello aconsejaba impulsar los cultos evangélicos fundamentalistas, tan populares en los Estados Unidos, en todo el subcontinente, considerando que "el papel de la iglesia en América Latina es vital para el concepto de libertad política. Desafortunadamente, las fuerzas marxistas-leninistas han utilizado a la iglesia como un arma política en contra de la propiedad privada y del capitalismo productivo, infiltrando la comunidad religiosa con ideas que son menos cristianas que comunistas".

Informando sobre esos aspectos de la política norteamericana para Latinoamérica y sobre las características principales de esos cultos, especialmente los pentecostales, en todo el país y no específicamente Olavarría, escribí un par de artículos que fueron publicados en EL POPULAR.

Nunca hubiera esperado la reacción de los pastores. Nada había que hiciera suponer que detrás del templo del barrio se escondiera un espía de la CIA o qu al pastor Fulanito lo financiara el Pentágono.

Por otra parte, los Documentos de Santa Fe -al primero le sucedieron otros- eran públicos, aunque en aquellos tiempos sin Internet no estaban tan al alcance de la mano.

Pero nada tranquilizaba a los religiosos ofendidos y enardecidos.

Todo eso lo reviví en estos días con la polémica en torno de la miniserie "El Reino" y las acusaciones de una organización evangélica contra Claudia Piñeyro, además de la excelente nota de Claudia Rafael publicada un par de domingos atrás en este diario.

En esos tiempos me había habituado bastante a granjearme el rencor de unos cuantos de los personajes materia de mis trabajos periodísticos, ya que como trabajador de prensa free lance me había ocupado de parapsicólogos, curanderos, manosantas y oficios de ese tipo y, en general, no quedaban conformes con mis investigaciones y conclusiones.

Pero la actitud de los pastores superó todo cuanto hubiera podido esperar, especialmente porque nada se refería a ellos, salvo que hubieran recibido fondos de las fundaciones norteamericanas dedicadas a cumplir con los consejos de Santa Fe.

Incluso hubo pastores que, quizá con la secreta aspiración de recobrar un alma que parecía irremisiblemente perdida, me buscaron para hablarme personalmente y tratar de sacarme de un error que yo no comprendía muy bien qué era.

Eso me llevó a la buena experiencia de conocer al pastor Jorge Videla, sin duda una de las mejores personas con las que alguien puede cruzarse en Olavarría. Jorge presidía la organización que agrupaba a las iglesias evangélicas locales, Federación creo que se llamaba y se sintió obligado a reunirse conmigo para defender a los evangélicos.

Con otros pastores me había cruzado con cierta dureza, a alguno que me aseguraba que había que seguir la Biblia a rajatabla le lancé una chicana al preguntarle cómo matábamos entonces a una parapsicóloga o algo así que publicitaba en el diario si el Antiguo Testamento dice que "no dejarás con vida a la hechicera".

Con Jorge Videla discutí con más seriedad porque me pareció más inteligente y más sincero. Con el paso de los años descubriría que estaba lejos de ser un derechista recalcitrante como otros pastores, financiados o no por el Pentágono, que su convicción religiosa era firme y que estaba comprometido con su fe y con su prójimo, como demostró cuando quedó prácticamente en la ruina persiguiendo el sueño de construir viviendas para quienes las necesitaban, con el proyecto Habitat.

Antes de Videla había tenido una relación casi de afecto y respeto con el pastor Reyes, en los años difíciles inmediatamente después de la dictadura, cuando militamos juntos en la lucha incipiente por los derechos humanos.

Bien poco entonces para saber qué clase de personas eran estos evangélicos que tan enojados estaban conmigo.

Entre intrigado y furioso por esas reacciones que consideraba injustificadas y un tanto paranoicas por parte de los pastores decidí investigar un poco más.

Y la mayor parte de lo que descubrí quedó para siempre en el tintero, unas poquísimas cosas porque no podía probarlas y ya entraban de lleno en el terreno del derecho penal y otras porque en última instancia pertenecían a la órbita privada.

El primer caso con el que topé fue el de un pastor que había convencido a una anciana de transferirle un inmueble a precio vil. Después supe de charlatanes que habían montado un templo sin ninguna preparación teológica ni aval de organización religiosa alguna y cuyo único objetivo de pastor de almas era el de esquilar prolijamente a sus ovejas.

Por supuesto que la mayoría eran creyentes sinceros y ejercían su ministerio con honestidad. Pero eso sí, todos parecían muy convencidos de que "si vienen por uno de nosotros vienen por todos", aunque algunos formaran parte de iglesias con una trayectoria de décadas y otros fueran miembros de una creada al día anterior por desconocidos.

Además de encontrarme con algunos pequeños estafadores comprobé el efecto benéfico de algunas comunidades barriales formadas en torno a humildes templos. A veces personas cacheteadas con dureza por la vida se integraban a una de esas iglesias y enseguida notaba que las cosas empezaban a mejorar.

Inevitablemente, atribuía esos vientos más favorables al Dios recién descubierto, sin reparar que era de la misma comunidad de donde provenía la mejor fortuna, ya que los miembros, consciente o inconscientemente, tendían a protegerse entre sí.

Bueno, si uno tiene fe bien puede atribuir esa solidaridad a Dios. Lo cierto es que en aquellos lejanos días me hice una idea más completa de ese fenómeno religioso más allá de sus aristas políticas. Años después EL POPULAR volvió a ocuparse de un culto novedoso con una mirada crítica.

Fue a través precisamente de Claudia Rafael, quien se ocupó de la sede local de la Iglesia Universal del Reino de Dios informando sobre los múltiples mecanismos de recaudación que utilizaba. Hubo amenazas de juicio, se les ofreció dar su versión y las cosas no pasaron a mayores.

Hoy la IURD es una organización de singular potencia económica con gran influencia política en Brasil, donde es uno de los principales sostenedores de Jair Bolsonaro.

La fuerza política de los evangélicos en Brasil es mucho mayor que en la Argentina, aunque aquí también sigue creciendo.

En general en toda Latinoamérica los movimientos pentecostales, que son amplia mayoría, siguen los cánones norteamericanos y se muestran férreamente conservadores, aunque hay excepciones. Lo que sí está fuera de duda es que poco a poco van conformando un sector político fuerte al que comienzan a acercarse las dirigencias tradicionales, siempre listas para captar votos de donde se pueda.