A los doce años mostraba la seguridad conceptual de un veterano, virtud que mantuvo a lo largo de toda su carrera. Y la que parece haber volcado también en su rol de maestro. Es sin dudas, sinónimo de ajedrez en nuestra ciudad. Por su huella, por sus logros y su hacer escuela. Una historia que comenzó cuando era muy pequeño y los Reyes Magos despejaron el camino con un tablero de ajedrez.

Una historia que comenzó cuando su mamá Elvira, decidió incluir entre los regalos de Reyes, un tablero de ajedrez, a pesar de que en la familia, nadie lo sabía jugar. Pero por alguna razón, su papá Juan, decidió aprender y metió a su hijo Sergio, en un mundo del que ya no saldría jamás.

Sergio dividió su actividad ajedrecística entre la competencia y la enseñanza. En materia de competencia consiguió convertirse en maestro FIDE, el grado de la Federación Internacional de Ajedrez inmediatamente anterior a la de maestro internacional. Ese grado lo alcanzan los jugadores que llegan a tener 2300 puntos ELO -gradación internacional- durante una cantidad determinada de partidas.

En Olavarría se jugaron algunos magistrales de alto nivel y en uno de ellos Sergio terminó invicto aunque entre los participantes había varios de los mejores jugadores del país. En Mar del Plata, uno de sus torneos favoritos tuvo otras buenas actuaciones.

Defendió varias veces su título olavarriense, alguna vez lo perdió y volvió a recuperarlo. En más de veinte oportunidades fue campeón de Primera División en Olavarría. 

Fue una persona que no sólo logró innumerables triunfos en la disciplina a la que se dedicó con especial empeño, sino que también fue consciente de la importancia de la enseñanza del ajedrez. En ello puso también mucho empeño, con gran compromiso.