Tenía 12 años cuando empezó a trabajar con los relojes, de la mano de su tío. Dice que "por lo menos hasta mis 80 voy a seguir trabajando" y cuenta que ni la pandemia lo frenó. "Vine a trabajar todos los días, no en atención al público pero sí en el taller. Eso me ayudó a subsistir porque fue duro, en el gremio nuestro en Buenos Aires hubo negocios que hacía muchos años que estaban y se fundieron, han cerrado muchos".

De a poco, ahora "se está empezando a mover nuevamente la rueda porque volvieron los cumpleaños por ejemplo. También en aquellas cosas que son para nacimientos o alianzas para recién casados".

Pero el boom en pandemia "fueron los relojes de pared", se ríe Omar mientras define que "de todo acontecimiento suele surgir algo destacable". Y del 2020 lo que destacó es "la gente que ha venido a traer relojes de pared para reparar. El estar en su casa sirvió para que se diera cuenta que tal o cual reloj no andaba, hubo muchos de esos arreglos".

En simultáneo, "han venido pibes con los relojes de sus abuelos, esos que son mecánicos, a cuerda... Es como un renacer de los relojes automáticos también. Son cosas que hoy valen mucho, que cuesta conseguir".

Hoy, alguien que busca comprar un reloj "suele inclinarse hacia marcas medias. Antes por ejemplo, vendíamos Rolex todas las semanas que son relojes que hoy se ubican en los 4 mil dólares o marcas que rondan los 300 mil pesos. Me acuerdo de años donde vendíamos los Seiko automáticos, dos o tres por semana y son relojes que actualmente saldrían unos 100 mil pesos".

La tendencia entonces, es adquirir un reloj de 10 o 15 mil pesos y joyas de plata "que es como si fuera el oro en 2005". Y para aquellos que buscan algo más económico está el acero "que vendría a ser como la ´fantasía’ de antes. Lo bueno es que perdura en el tiempo".

La historia

Era 1973 cuando instaló la joyería y relojería en Vicente López, a metros de Del Valle. Tenía 30 años. "Siempre se llamó Suisse. Yo empecé en septiembre de 1955, con 12 años, cuando un tío me preguntó si quería aprender el oficio. Le dije que si y entonces iba medio día. Estaba en el último año de la primaria, en Normal. Me gustó, recuerda Omar José Amoroso.

Es que, ni bien se sentó en una mesita chiquita que tenía, "sentí que me encantó hacer esto. Terminé arreglando como diez mil relojes despertadores, que eran a cuerda, todos importados, de Alemania, Inglaterra y Francia especialmente. Cuando vi esas herramientas chiquitas, los engranajes, me encantó".

Cuenta que "cuando estaba por terminar el secundario pensaba seguir estudiando profesorado de historia o inglés, pero me gustó tanto la joyería que no terminé. Y me pudo el oficio. Igual fui a aprender contabilidad, por si algún día ponía mi negocio. Con mi tío estuve primeramente con el relojero, después llevaba la contabilidad, también hacía grabados, que antes era un trabajo tremendo porque se hacían muchos en medallas de oro. Se mandaban a Buenos Aires primeramente, no se hacía acá, pero yo me copié las letras entrelazadas de una persona que grababa, y también lo aprendí. Mi tío era cincelador en realidad, él aprendió con Dámaso Arce. Yo aprendí más que nada el oficio de relojero. También fui con Armando Ferreira para aprender a cincelar, y también sabía grabar así que me resultó fácil".

Su propio negocio llegó a sus 30 años. "Empecé con cuatro relojes, pero buenos, con una gran marca suiza que era y es una garantía. Esto no me vino de la nada, trabajé mucho para poder crecer", sentencia.

También abrió su propio taller y adquirió sus propias máquinas de grabar. "Primero tenía una máquina para grabar alianzas, le llevé la tarjeta a todas las joyería y la mayoría me dio trabajo. El Danubio estaba en su esplendor en ese momento, que me llevaba ocho o diez pares de alianzas para grabar, y lo hacía con una maquinita francesa que todavía la tengo. Después me compré un pantógrafo, más grande. Y un día me instalé en este local que se alquilaba, y de a poco fui evolucionando".

Compara que aquella época era diferente, el trabajo que había era espectacular. Venía la gente de campo y se hacía cuchillos enormes, rastras, compraban relojes de oro. Pero el taller siempre me ayudó cuando llegaron los momentos más difíciles". Hoy, "se venden más las líneas que son más económicas y lo que se vende mucho también son las pilas para relojes, para distintos aparatos, para alarmas, audífonos también o controles remotos".

Lo cierto es que con 48 años de trayectoria, Suisse es una marcha registrada en Olavarría. "Hoy vienen los nietos de mis primeros clientes. Creo que la honestidad es un puntal, siempre trabajé de esa manera".