dpuertas@elpopular.com.ar

Ciertos métodos de acción política popularizados en la Argentina desde hace más de una década parecen haber arraigado firmemente a punto tal que hay quienes basan toda su actividad proselitista en ellos, indiferentes al daño que, no pueden ignorar, causan a una democracia que está lejos de haber alcanzado la estabilidad.

Se trata de las tácticas ideadas por el politólogo estadounidense Gene Sharp, perfeccionadas luego por los jóvenes yugoslavos que luchaban contra el sangriento dictador Slobodan Milosevic con el inestimable apoyo intelectual y económico de la CIA, que comprendió rápidamente el potencial de los estudiantes libertarios y su Optor (resistencia).

Si las teorías de Sharpe tenían el objetivo loable de derrocar dictaduras e instaurar democracias la CIA las usó para desestabilizar a cualquier gobierno que no le gustara, democrático o no.

La Primavera Arabe, las revoluciones de colores en la Europa del Este, los embates, a veces fallidos, a veces no, en América latina se originaron en esas novedosas técnicas políticas. Quizá el personaje más destacado en toda Latinoamérica en el uso del manual Otpor sea la inefable Elisa Carrió, que quizá en un rapto de sinceridad dijo después de perder una elección en forma aplastante dijo que pasaba a "la resistencia".

Desde entonces para saber qué aconseja el manual Optor no hay más que seguir la trayectoria de la creadora del ARI. La desestabilización a través de las redes sociales, el invento de rumores y su difusión, las falsas acusaciones, el uso permanente de la mentira disfrazada de cualquier manera.

Si alguien tiene alguna duda, basta recordar cuando con la ayuda inestimable de algunos periodistas vincularon a Aníbal Fernández con el narcotráfico asegurando que era el capo identificado como "la Morsa" o la denuncia penal que presentó contra el Gobierno por "envenenamiento" por el uso de la vacuna rusa contra el Covid 19.

Pero si Carrió hizo uso y abuso del manual Optor y con él mantuvo su carrera política lo cierto es que en los últimos tiempos parece haber conseguido múltiples seguidores, no tanto de sus posiciones políticas como de sus métodos.

La desobediencia civil, las manifestaciones públicas, son otras herramientas aconsejadas por Sharpe y sus seguidores, además de los pronósticos apocalípticos y cualquier otro método para generar temor en la población.

Aunque Joe Biden haya reemplazado a Donald Trump en la Casa Blanca eso no significa que el actual gobierno argentino sea bien visto en Washington. Ningún presidente que se atreva a cuestionar el capitalismo en un foro internacional como hizo Alberto Fernández será querido por el establishment norteamericano, mucho menos si encima critica a la OEA, le salva la vida a Evo Morales y es renuente a condenar a Cuba y Venezuela.

Por eso no es de extrañar que desde la Embajada se apoye cualquier intento de esmerilar al ocupante de la Casa Rosada. Pero no es tan comprensible y mucho menos admisible que buena parte de la dirigencia política se pliegue a las tácticas de desestabilización más evidentes y mucho menos que de la misma forma actúe una sorprendente cantidad de periodistas, los que por el mero desempeño del oficio, deberían conocer, aunque más no fuera de oídas, las tácticas políticas que se extendieron por el mundo en los últimos años.

Y si las conocen y se pliegan a ellas están, simplemente, traicionando una profesión a la que alguna vez se consideró noble. Lo curioso es que la mentira, las acusaciones sin sustento, los análisis políticos disparatados que sólo persiguen el objetivo de limar la imagen del oficialismo evitan que se les formulen críticas fundamentadas.

La polémica en torno de la vacuna Pfizer es una de las mejores pruebas. La acusación delirante de que miles de argentinos murieron por no haber aceptado las condiciones de Pfizer se queda sin sustento apenas se compara la situación del país con el resto del mundo.

Además, algo de tamaña gravedad merecería algo más que simples denuncias mediáticas. Este es uno de los mejores ejemplos de las herramientas aconsejadas por Sharpe y el Optor: una acusación grandiosa e inverosímil y por eso mismo imposible de desmentir, por lo que si alguien quiere creerla, simplemente la cree prescindiendo de toda molesta razón.

Patricia Bullrich fue un poco más allá cuando se le ocurrió sumarle la acusación de un presunto soborno, aunque luego desmintió haber dicho lo que unos cuantos miles de personas escucharon.

La democracia permite que con el transcurrir del tiempo los sectores con intereses contradictorios vayan construyendo los consensos necesarios para convivir sin conflictos destructivos. Para los países periféricos como la Argentina existe la dificultad extra de no despertar la ira de la superpotencia dominante y preservar al mismo tiempo los intereses propios.

Si a esos obstáculos se le suman ataques a la democracia con el uso de herramientas pensadas originalmente para desestabilizar dictaduras el panorama se torna sombrío, demasiado sombrío.