La estancia de Wassermann, un sitio exótico con aires de Hollywood y sospechas nazis
En la Isla del jabalí, en la bahía San Blas, se levanta un lugar misterioso que enciende la imaginación. Años de esplendor y una abrupta caída.
Separada por un puente angosto del continente, la isla del Jabalí está dentro del partido de Carmen de Patagones, y su orilla que baña el mar, la ocupan en forma habitual pescadores provenientes de todo el país. Por algo es conocido como el "Paraíso del Pescador", fama que se ganó no sólo por el habitual "pique" sino también antiguamente el destino se caracterizó por la captura de tiburones, ofreciendo ejemplares de hasta tres metros de largo y 180 kilogramos de peso.
En esta parte del sur bonaerense, el apellido Wassermann cruza cada calle, cada rincón, cada historia. La familia, al mando de John Bruno Wassermann, judío alemán nacido en Hamburgo, llegó a esas latitudes hacia 1926. Una deuda que tenían con él, le permitió hacerse de esas tierras a las que le dio un fuerte impulso.
El dueño hasta entonces era Eduardo Mulhall, cuyo padre había adquirido en 1881 las tierras donde hoy se levanta San Blas. Eran 68 mil hectáreas. Editor del periódico La Argentina, el negocio entró en declive y su pasivo se tornó incontrolable. Y fue allí cuando entró en escena Wasserman, importador de papel, y principal acreedor. Recibió, como parte de pago, las tierras que conforman la isla y la estancia que allí se levantaba.
Además de poblar con animales esos campos, John trazó las calles, construyó una iglesia y hasta hizo un puente sobre un brazo del mar, en el año 1928, lo que terminó con el aislamiento de la península y le dio la bienvenida al progreso. Sin embargo, su mujer, Berta, murió en 1932 y eso fue un duro golpe. Más allá de eso, rehízo su vida en pareja con su enfermera, la alemana Ría Hess, de quien se decía era hermana del jerarca nazi Rudolf Hess, según recuerda la guía de Turismo Noelia Sensini. Sin embargo, eso nunca se terminó de comprobar, aunque allí empezó a sobrevolar el supuesto vínculo con la Alemania de Hitler.
En 1940 John consumió cianuro y murió. Sus tres hijos, Elwing, Kurt y Mario pasaron a controlar todas las propiedades. Sin embargo, quien se destacó en el pueblo fue el mayor grande de ellos, Elwing, conocido como "Bubby". Aficionado al turf, montó un haras en la estancia con pura sangre costosísimos. Hasta, cuentan, tenía una pista de carrera como la del hipódromo de La Plata. Lo cierto es que se convirtió en un excéntrico magnate, que hacía ampulosas fiestas en la casona y daba trabajo a decenas de familias. Se decía, por esos años, que casi todo san Blas trabajaba para él.
"Manteca al techo"
En esos primeros años, "Bubby" gastaba sin mirar mucho las cuentas. San Blas conoció lo que era el esplendor y hasta allí llegaron a refugiarse personajes como los ex presidentes José María Guido y Arturo Frondizi, importantes empresarios norteamericanos, y artistas nacionales como Florencio Molina Campos e internacionales, como Orson Welles y la actriz Joan Crawford, ganadora de un Oscar en 1945.
Según relata Marcelo García, quien escribió el libro "La agente nazi Eva Perón y el tesoro de Hitler", hacia los años 30 a la zona llegaban agentes nazis, dada la conexión con importantes e influyentes familias de origen alemán. De hecho, circula una foto que supuestamente fue tomada en las puertas del viejo "Hotel Wassermann" por el agente nazi Wilhelm Engeland, uno de los tantos seguidos de cerca por la Comisión Investigadora de Actividades Antiargentinas en el Congreso Nacional desde 1941.
La abundancia llevó a Elwing a producir en 1942 una película de indios y soldados en sus tierras. La inversión millonaria, que contó con la actuación de los entonces jóvenes Fernando Lamas y Diana Maggi, tuvo como título "Frontera Sur". Un terrible fracaso de taquilla que empezó a marcar el camino del endeudamiento para una familia que años más tarde no supo cómo salir de eso. Es que el negocio del papel ya no era lo de antes y eso fue golpeando en la salud de "Bubby", quien murió en la ruina a mediados de 1966, en Buenos Aires.
La estancia y su casona, golpeada por el abandono y el paso del tiempo, está rodeada hoy de una amplia vegetación. Aunque detrás de esos verdores se esconden aún muchos secretos de tiempos en los que la fastuosidad supo ser moneda corriente. DIB