Juan Carlos Leguizamón / Colaboración

Es notorio que los cambios producidos en la vida familiar han sido sorprendentes, principalmente por su vertiginosidad, en las últimas tres décadas. Si la comparamos con la generación de padres de hoy, varía mucho en su organización y funcionamiento, así como en los valores y autoridad conque se gobierna y educa. ¡Y qué decir si la comparación la aplicamos con los padres o abuelos de estos padres de hoy!

La primera diferencia está en el número del núcleo familiar. Ha disminuido la cantidad de hijos y, por ende, los miembros de la institución familiar doméstica se han reducido.

Hoy el modelo familiar básico es el padre, madre y dos hijos; o sea una familia tipo o casi tipo.

Por otro lado, la maternidad se produce en edades distintas que en el pasado. Si no es por descuido o accidente -pues hoy está, felizmente, en las escuelas la educación sexual- las mujeres no quieren tener hijos antes de los 25 años. Ya sea por estudio, trabajo u otra razón, van postergando la maternidad. Además, otras no conciben hijos por no tener un matrimonio legalmente constituido, sumado también las parejas del mismo sexo.

Todos estos cambios vertiginosos que sufren las sociedades afectan al núcleo familiar y en este grupo, esencialmente, las victimas más sufrientes son los mayores, este es el tema.

La ciencia ha tenido un éxito en la supervivencia, logrando que la expectativa de vida sea superior a los 80 años, por lo que la brecha entre el pasado y el presente se ha reducido. Hoy, un niño de dos o tres años puede compartir una charla con otra persona que tiene casi un siglo de vida. ¿Qué significa esto? Que justamente estos dos extremos del núcleo familiar serán los que van a sufrir más los desequilibrios en esta época, si no actuamos, desde un ente oficial, con acciones para evitar la fragmentación de la familia que ha perdido la estabilidad.

Las parejas casadas o en concubinato con uno o más hijos, luego con nueva pareja, agudiza esta problemática, produciendo prematuramente la disociación de los mayores del círculo familiar, horadando lo afectivo. Esto hace que los chicos no tengan en su crianza, una convivencia con sus propios genes que, de acuerdo a la neurociencia, los niños que se crían con parejas donde uno de ellos no es de su propia sangre, en entorno saludable y propicio para su intelecto, pueden desarrollarse aparentemente con normalidad, pero en algún momento de su vida aparecerá la herencia generacional y recién ahí adquirirá su verdadera personalidad, aunque nunca lo sepa.

Pero los mayores, por el vértigo en que vive la sociedad en su entorno, no pueden subir al tren de la modernidad, porque no hay quien les ceda el asiento. Por desconocimiento en cómo tratarlos, por desinterés, por no entender algún padecimiento que trae el período senil, los "setentones" para arriba, se sienten como segregados y descartables.

Para todos estos inconvenientes de la gente mayor, en el Centro de Día para Personas Mayores "Rinconcito de Romeo" (que cesó su actividad hace pocos meses), se aplicó un método creado especialmente para gente autoválida, o con dificultades menores de motorización por su cuenta, por el que no sólo brindó contención, cuidado, y mejor calidad de vida, sino además, se solidificó el orden y educación en el en torno familiar.

Durante 17 años esta institución cosechó resultados excelentes. Suena petulante decirlo así simplemente, pero son palabras de neurólogos, psiquiatras, psicólogos, clínicos y otros profesionales que atendían a cada uno de los que concurrían diariamente al Centro; en algunos casos, estos mismos médicos les aconsejaron visitar este lugar.

El programa que se desarrolló desde el inicio fue amplio, con continuos cambios, agregando cosas nuevas, aún dentro del mismo tema: se trató de no hacer nada que lleve a lo rutinario.

Primó esencialmente el orden, respeto a la hora fijada para cada tarea y la veracidad de lo que se dice. Las tareas que se hacían estaban bien o mal, nunca regular o más o menos. No se escuchaban discusiones, ni órdenes, ni gritos. La comida era sana, generosa, con estudio de las propiedades de las verduras en cada menú, motivo por el que jamás tuvieron problemas en su ingestión.

Este nuevo método de psicoterapia, nunca antes aplicado en adultos mayores integralmente, sin ser grupal, partió de la consigna: "No se los llamaría viejos, ni abuelos, ni ancianos", sino por su nombre; tampoco por el apodo, si lo tenia, para que quien le hable no provoque ninguna diferencia de clase.

Quienes asumieron ese compromiso, pretendían luchar para dar a los mayores una calidad de vida capaz de ganarle al envejecimiento, a través de programas nuevos, creando un lugar donde pudieran estar como en un club (aunque todos los asistentes lo llamaban "escuela"), atendidos con cariño, pero en orden y disciplina, haciendo actividades grupales, sin aparato de televisión, brindándoles permanentemente mucho buen humor, evitando comentarios sobre enfermedades, accidentes, muertes, etc., etc. Si había un hecho triste que "tocaba" a alguien de los presentes, se lo trataba puntual y brevemente, para que la onda positiva se instalara en forma definitiva.

Como digo al comienzo de esta nota, la ciencia médica está ayudando a prolongar la vida de los mayores, lo que convertirá al mundo en tierra de longevos, con el agravante de escasísimos nacimientos.

La noticia podría ser muy buena si dicha longevidad significara también mejor salud, jubilaciones adecuadas e integración familiar, con plena inclusión social, pero deja de serlo cuando vemos la situación actual de muchos de nuestros mayores carentes de todo, con tristes historias de vida por tal causa, por lo que lo de buena noticia pasa a ser solamente una mera expresión de deseo.

Creo que debemos acompañar a la ciencia, que encontró las fórmulas básicas para prolongar la existencia física, reconceptualizando la vejez, para que a los 80 años alguien pueda ser adulto mayor y no necesariamente un viejo.

Todos hemos evolucionado en los últimos años hacia formas de vida más sociales, lo que demuestra que cada individuo es incapaz por sí mismo, de resolver sus problemas de supervivencia, razón por la cual hay que poner énfasis y crear conciencia en la familia para poner prioridad en los afectos, pues de acuerdo a como sea la ayuda, la vida puede ser más corta o más larga. Combatir el estrés, comer sano, realizar actividad física y, esencialmente reír mucho, son herramientas claves que se deben usar.

No será fácil acompañar la prolongación de la vida comprimiendo la independencia hasta el final, razón por la que hay que poner ideas superiores constantemente, destinadas a asegurar que las personas mayores vivan en entornos favorables, con apoyo familiar. Se trata, entonces de lograr no solo más años de vida, sino de dotar de más vida a los años cumplidos; aquí debemos comenzar a charlar con el entorno familiar del adulto mayor autoválido, que se pueda desplazar con ayuda o sin ella, Generalmente cuando la persona adulta está cercana a los 80 años comienza el deterioro cognitivo, en algunos casos progresivo, pero con paciencia se logra un retraso en la evolución y hasta cierta recuperación. La tarea para parte de estimulación cognitiva son simples, pero deben ser oportunas. No hablar a los gritos, ni ser repetitivo, tampoco contestar con una agresión. Cuando se hable de cosas del pasado, no poner fechas, esperar que la otra persona las ponga. Además, hay que tratar que el mayor no pierda nunca el sentido de pertenencia y no estoy hablando de sus cosas personales, sino de su propio yo.

Cuando hablo del sentido de pertenencia, probablemente la más significativa de éstas es el propio nombre, podrán darse cuenta por si visitan alguna institución donde conviven muchos mayores, donde los que los atienden no todos recuerdan cómo se llama cada uno y por ahí se escucha: "Hola, abuelo", "¡Qué hacés viejita linda!". "Que bonita estás, abuela"... y por allá un "Hola, María!". Esta pérdida del nombre representa la mutilación del yo, convierte en una "abuelitud" con muchos nietos, pero ninguno de la propia sangre, una masificación cercenadora del yo.

En un futuro cercano, personas mayores deberían desempeñar un rol más activo en todos los campos sociales, de acuerdo a su capacidad física e intelectual, con capacitación para lograr una reinserción laboral que ayude a aumentar sus magros ingresos, que estoy seguro se puede lograr. Quizás uno de los obstáculos poderosos sea que los mismos adultos mayores se resisten a la construcción de entidades sociales, porque ven a la avanzada edad como lo más negativo y esto debilita las estrategias de acción en grupo, problemas que deben superar las sociedades.

Sostengo que la participación de niños y jóvenes en tareas culturales humorísticas permitiría la integración social más aceleradamente. Habría que crear programas que se adecuen a cada caso.

Pensando con optimismo, tal vez podamos "actualizar" la vejez alentando el sentido de la solidaridad, para la construcción de una sociedad para todas edades, en la que habrá que aceptar diferencias, aumentar la tolerancia y compartir los espacios en todos los sitios de la sociedad civil. Quizá haya un tiempo que los mayores puedan subir al podio de la vida, para no ser elegidos primero por alguna otra pandemia.