La visita al interior bonaerense del príncipe que llegó a rey pero abdicó por amor
Eduardo VIII pasó por Argentina en 1925, antes de ocupar el reinado que dejó vacante la muerte de su padre Jorge V. Renunció menos de un año después para casarse con Wallis Simpson.
Agencia DIB
Hace casi cien años, un príncipe visitó Argentina, y no pasó desapercibido. Más allá de que en 1871 había estado el entonces príncipe de Gales, que luego asumiría como Jorge V, ese no se trató de un viaje oficial. Pero el de 1925, el que tuvo como protagonista al príncipe Eduardo de Windsor, sí lo fue, y varias ciudades de la provincia de Buenos Aires supieron darle la bienvenida. La historia de quien después se convirtió en el Rey Eduardo VIII del Reino Unido es especial. Estuvo en el trono 327 días, cuando abdicó por amor y se casó con Wallis Simpson. ¿Por qué causó tanto revuelo su renuncia? Porque sobre ella pesaban dos divorcios, algo inadmisible por la Corona. Parte de ello quedó reflejado en la muy buena serie The Crown, que puede verse en la plataforma Netflix.
Poco tiempo después de finalizada la Primera Guerra Mundial, Eduardo de Windsor realizó una serie de viajes por el mundo en representación de la Corona. Visitó Canadá, recorrió las islas Barbados y cruzó el canal de Panamá camino a Nueva Zelandia y Australia, desde donde se dirigió luego a la India. Y en 1925 volvió a partir, esta vez rumbo a Sudáfrica y Sudamérica. Fue allí que tras un breve paso por Montevideo desembarcó en Argentina, donde permaneció desde el 17 de agosto al 28 de septiembre y recorrió diversas ciudades, muchas de la provincia de Buenos Aires, donde fue recibido con pompas.
Pese a que la comitiva no incluía representantes de empresas u otros enviados con propósitos comerciales específicos, el acontecimiento despertó el interés de la prensa, incluso la británica. Suplementos especiales del Times de Londres y del Daily Telegraph lo reflejaron. La llegada del heredero del trono de Jorge V se consideró para la prensa nacional como de alta importancia diplomática, y se aseguraba que tendería a consolidar las relaciones existentes entre ambas naciones y a reforzar las vinculaciones económicas.
La visita fue el resultado de una invitación que le había hecho llegar el presidente Marcelo Torcuato de Alvear a fines de 1924, y en reciprocidad por el recorrido que el propio argentino hiciera a Gran Bretaña en 1922, luego de ser electo. Cuenta la historia que Alvear sacó medio millón de pesos en oro de su propio bolsillo para que al futuro rey no le faltara nada.
Hacia la capital provincial
Eduardo llegó a La Plata desde la Ciudad de Buenos Aires en tren, acompañado por altas autoridades nacionales. En la estación de 1 y 44 lo esperaba el gobernador bonaerense, José Luis Cantilo y en las calles cientos de vecinos que lo querían saludar. En una carroza de gala tirada por cuatro caballos avanzó por diagonal 80, mientras que desde los balcones y veredas más personas, muchas con banderas inglesas, lo veneraban. En esa jornada conoció el Museo, el zoológico y todo concluyó con un baile de gala.
Mar del Plata fue otro de los destinos que recorrió el Príncipe con su comitiva y asesores. Se alojó en la estancia Chapadmalal, de los Martínez de Hoz. Pero también pasó por el partido de 25 de Mayo, donde aún hay recuerdos. La marca quedó en el pueblo Ernestina, que hoy tiene algo más de 100 habitantes. Estas tierras de ranqueles fueron compradas en 1852 por Henry Keen, quien las convirtió en una zona productiva. Durante un trayecto en tren hacia la estancia Huetel, una de las más suntuosas del país, Eduardo paró en la estación de Ernestina y, se dice, visitó las pocas cuadras que formaban el pueblo.
Ya en la estancia de Concepción Unzué de Casares, única heredera del célebre don Saturnino Unzué, el Príncipe de Gales pasó unos días. Rodeado por 400 hectáreas de densa vegetación, allí hay un castillo de impronta francesa al estilo Luis XIII que contrasta con el paisaje rural de la zona.
La historia recuerda que Eduardo, quien venía viajando por ciudades con cierta malagana por la cantidad de agasajos de los que tuvo que participar, sólo atinó a cambiar la cama del lujoso vagón por la de la suntuosa suite de la estancia y se negó a levantarse hasta el mediodía. Recién a la noche de su llegada, la celebración incluyó un espectáculo de tango ofrecido por el legendario dúo Gardel-Razzano, adornados con vestimenta gauchesca, y que había sido traído especialmente para esa velada.
Otras paradas
Cuando viajaba hacia Mendoza, pasó por Junín. Desde la estación del entonces Ferrocarril Pacífico, caminó hasta el Club Inglés, actual sede universitaria, donde hubo un whisky de honor. La ciudad estaba embanderada con los colores celeste y blanco y del Reino Unido. Tras realizar un homenaje en la Plaza Británica a los británicos caídos en la primera Guerra Mundial, continuó su viaje en tren. Sin embargo, su paso por allí tuvo un lado B. Según el diario La Verdad de la época, el acto en la plaza fue selectivo, solo pudieron participar algunas familias y eso convirtió la visita en impopular.
También, se cuenta que estuvo unos días alojado en la estancia San Marcos ubicada en la estación San Patricio, dentro del partido de Chacabuco. De su paso por allí, el príncipe habría conservado hasta sus últimos días una foto de la propiedad de Jack Nelson, amigo de la familia real que llenó la casona de invitados y regalos como espuelas y estribos de plata del siglo XIX, que finalmente atiborraron una de las tantas valijas que el monarca se llevó de regreso a Londres.
Ya en su país, y una década más tarde, el príncipe pasó a ser rey. Se convirtió en Eduardo VIII y estuvo en el poder 327 días desde su coronación. Se fue por amor, para casarse con Wallis Simpson y así ser el primer rey de historia de la monarquía inglesa en renunciar. La prensa, escandalizada con el romance, la llamó bruja, ninfómana, espía nazi y hermafrodita. Lo cierto, o al menos lo que se ha escrito sobre ella, es que el gran amor de Wallis no fue Eduardo, quien para esa altura era conocido como el Duque de Windsor, sino un plebeyo al que nunca pudo conquistar. Pero esa es otra historia.