La Yumba, un acto de militancia cultural
En medio de esa esquina, oscura y poco querida por los vecinos, dijeron "manos a la obra" y (se) demostraron que sí se podía. A pesar de la crisis o precisamente por la crisis. Ahí mismo, en el corazón del barrio Luján, testigo de orquestas y carnavales, apostaron por un espacio artístico amplio, inclusivo y de brazos abiertos que demandó siete meses de trabajo hasta levantar sus persianas. El corte de cintas fue el 18 de noviembre de 2018 y hoy validan ese sueño nacido bajo la inspiración de Osvaldo Pugliese, el pianista y compositor a quien admiran por su música y valores.
Eso es La Yumba y así late. En Álvaro Barros y Laprida, al ritmo de las danzas urbanas, los ensambles, las clases de folclore, guitarra o bombo leguero y las infaltables milongas que hacen cultura. Pero no solo eso: han sido capaces de convertir cada rincón en refugio, en puente, en lugar de trabajo y de escucha.
"La Yumba empezó a tomar esta identidad desde que abrimos y los talleristas empezaron a darle vida, se fue transformando y hasta deformando la idea original. Abrimos con un festival y cuando cortamos la calle los vecinos llamaron a la Policía. Después se empezaron a acercar y terminamos la jornada juntos, charlando con muchos de ellos", cuenta con alegría Braian Morales. Es que habían reinventado esa esquina que fue bar nocturno durante años y ahora esos mismos vecinos "suelen venir o por lo menos se sienten atraídos por la idea de tener algo cultural" cerca de sus casas, admite el referente de la agrupación.
En la misma vereda
Hay discos de otras épocas, paredes que hablan de luchas, un puñado de mesas y sillas de madera que invitan a pasar, una vieja máquina de coser coronada con revistas viejas y energías contagiosas. Abajo es el lugar del cara a cara, arriba es donde se arma el baile, con enormes ventanales y un piso que costó alisar pero valió la pena. Todo hecho a pulmón y resignificado, capaz de funcionar como un imán para niñas y niños desde los 5 años hasta "jóvenes" de 100 que terminan dando cátedras de tango.
Las experiencias son muy enriquecedoras en cada uno de los doce talleres artísticos y de formación que funcionan de lunes a viernes y convocan a unas 80 personas por semana. Pero también se dan margen para la economía social, con cooperativistas y feriantes que se reúnen, muestran y venden.
Sin subsidios, eso sí. No disponen de ayuda estatal ni tienen ingresos extra. La Yumba se sostiene a fuerza de voluntad, de la mano de unas treinta personas, contando "socios" fundacionales, talleristas, familia y amigos. Pero nada es casual. A veinte pasos de ahí llegó a formarse una de las grandes orquestas de Olavarría, que finalmente integró el "Cholo" Borelli, abuelo de Sebastián Borelli y sinónimo de bandoneón en estas tierras. Un elenco que después derivó en la orquesta típica "Los Fernández", un clásico de los carnavales. "El director vivía en esta misma vereda, ahí ensayaban. Era lógico que iba a tomar el nombre de La Yumba este lugar, ¿no?", dice Sebastián, orgulloso de ese músico que dejó tanta huella en la cultura popular olavarriense.
Hubo que resignificar
"Era un sueño de muchas personas, de concretar un espacio físico y hacer algo cultural. Tuvimos una experiencia previa con el Centro Cultural ´Eduardo Galeano´, en la Secundaria 13, con talleres pero sin formato físico", describe Sebastián. Por eso, el año pasado "nos juntamos en mi casa y salió idea de tener un espacio. Surgió este lugar y dijimos ´encaremoslo´. En un contexto social complicadísimo, alquilamos y decidimos llevarlo adelante. Había que resignificarlo. Había un bar, era un lugar oscuro", admite el joven mientras recorre esa atractiva casona de alto con la mirada.
Los vecinos se hicieron una idea de lo que era La Yumba después que abrió. Puertas adentro, se vivieron meses intensos donde hubo que hacer frente a arreglos de plomería, electricidad, carpintería y albañilería sin expertos a mano. Había que refundar el lugar y todos se sumaron a su manera, cuando podían, como podían. "Vino gente amiga, compañera", valoran a la distancia.
Hoy es un lugar convocante, colorido y cálido donde hasta los pequeños discos de pasta pegados en el techo descascarado desdibujan el deterioro y "le ponen su cuota de onda". "Teníamos que emparcharlo y esto nos salió más barato, porque son discos que no vamos a escuchar", admite Braian, en medio de una carcajada.
Inspirados en Pugliese
"Hoy sostenemos en la semana 12 talleres, 5 gratuitos donde solo se pagan 100 pesos para la cooperadora; y los otros tienen un costo de 300 y 350 pesos porque este lugar tiene costos que los amortiguamos los que laburamos acá adentro", explica Braian.
El objetivo fue y es "aggiornar cada propuesta a la realidad social. Se abrió el espacio a las cooperativas para que se armen ferias y dimos posibilidad a talleristas que no viven de esto, a que tengan espacio físico para mostrar lo que hacen. Respetamos lo que el tallerista venga a proponer. También vienen bandas a tocar", plantea Sebastián.
Y hay sueños cumplidos, claro. "Manejar un espacio cultural es una responsabilidad. Tiene sus costos, desgasta, cansa y a veces dan ganas de decir ´dejo todo´ porque no hay rédito económico, no vivimos de esto. Cada uno tiene su familia, su laburo y acá ponemos plata y tiempo", reconoce Braian.
Pero al ver una realidad que no les gustaba optaron por asumir la acción política desde la cultura. Eso explica que "el nombre de La Yumba no es porque sí. Es una composición de Osvaldo Pugliese, que fue persona preocupada por cultura popular y tiene una frase que me identifica mucho que dice ´La soberanía nacional se defiende también con la cultura´. Y eso es como una religión. Eso nos mueve", analiza Sebastián.
Hubo meses intensos. De hacer, de contar y de mostrar con un flyer, en las redes sociales y los medios, en el puerta a puerta, con panfletos. "Hay mucho mérito en nuestra compañera Sol (Rivarola Vales) en esto", destacan ambos, tras reconocer que "no es lo mismo armar un discurso y escribirlo, que hacerlo".
Tienen trabajo territorial y años de militancia en el Movimiento Popular Seamos Libres, donde "hemos aprendido que el discurso se sostiene con lo que uno hace y ésa es la parte más desafiante", dice Braian mientras saluda a Alejo, que enseña a tocar la guitarra y es uno de los que se puso el proyecto al hombro desde el primer día.
Hacer y que trascienda
La crisis ayudó, acercó, unió y "ojo, no hacemos un culto de eso pero como decía un maestro que tuve en la Escuela de Arte ´cuando más crisis hay, más aflora la creatividad del artista´ y eso nos ha fortalecido como grupo", señala Sebastián.
A la vez, y casi sin proponérselo, ese espacio reinventado se fue transformando en refugio. Con historias que "nos atraviesan a todos porque una cosa es dar contención y otra es dar soluciones. Eso lo tenemos presente todo el tiempo", admite Braian, poniendo sobre la mesa situaciones complejas asociadas a la violencia intrafamiliar, a la falta de trabajo, a la depresión o al bullying en la escuela.
"Cuando te chocás con los problemas de otra persona intentás ayudar, escuchar. Pero hay un Estado que con falencias o no tiene las herramientas u otras organizaciones compañeras. Si no podemos dar respuestas, pues acudamos a los que sí y hay que tener la cabeza en frío para orientar", analiza Braian.
Hay un valor que es innegociable en esa casa de nombre arrabalero: "el respeto. Ese es el punto de partida en todo lo que hacemos. El respeto a la diversidad, el no levantar la voz... Lo hablamos mucho", coinciden.
Arrancaron de cero, tuvieron que reinventarse y un año después redoblan esa apuesta, abren los brazos y van por más. Vienen de la militancia y eso hacen en esta esquina, militar más allá de los colores partidarios, desde la cultura, haciendo lo que quieren de este espacio. Articulan con otras agrupaciones y organizaciones, que son un gran apoyo a la hora de buscar un sostén, con la idea de que La Yumba tome identidad propia. Y los trascienda.