No se sabe quién tiene razón pero hubo dos mecanismos y concepciones para elegir candidatos. Los radicales optaron por ir a internas contra otros miembros de la coalición que vienen conformando desde 2015. Ya lo habían hecho con las elecciones internas partidarias, y tal vez sea el único partido que lleva a cabo su vida partidaria y con estas metodologías democráticas para renovar sus autoridades.

El peronismo dejó de lado la democracia interna que tenía en los ochenta y noventa y volvió al verticalismo, y quien no se quiere someter a esas prácticas, no tiene otro remedio que ir por afuera o romper definitivamente. Hoy el peronismo y su variante kirchnerista profundizó esta metodología bajo los valores de la denominada "lealtad".

El escenario está absolutamente polarizado y es así desde hace tiempo. Los dos dirigentes principales, Mauricio Macri y Cristina Kirchner, no permiten otras condiciones para otra cosa. El odio recíproco pudo más que la racionalidad.

El resto de los partidos son herramientas ocasionales que nunca acaban por consolidarse. Le pasó al Frente Renovador, que nació para quedarse y a los dos años sumaba la mitad de los votos que había cosechado en su bautismo electoral.

Otros partidos se transformaron en canales por donde algunos ciudadanos manifiestan sus frustraciones con la política. O simplemente configuran la manera de presionar a los grandes espacios para negociar alguna banca.

Pero la Argentina sigue sin poder superar esa trampa binaria o bipolar y las terceras fuerzas terminan subsumidas por los máximos protagonistas de la confrontación.

Le ocurrió al GEN, a la Coalición Cívica y a Sergio Massa con su Frente Renovador, quien llegó a verse en 2014 con la banda presidencial y hoy es el recurso que tiene el oficialismo para sobrevivir con el ajuste exigido por el Fondo Monetario Internacional.

Es que el tigrense representa el nuevo Menem, pero con mucho menos poder en el peronismo que el que llegó a tener el riojano en la crisis de finales de los ‘80.

Massa sería una especie de manotazo de ahogado del Gobierno para hacer lo que nadie quiere hacer y para que alguien realice el trabajo "sucio" que ni Cristina ni Alberto están dispuestos a poner en práctica.

El FMI les exige un acuerdo con la oposición y una racionalidad en el gasto. En buen romance, es el ajuste ya conocido que el peronismo le deja a los opositores o a las dictaduras militares, porque, como dice un dirigente local, "el peronismo no está para juntar sino para repartir".

Dos metodologías

El radicalismo y el macrismo, fundamentalmente, se enfrentan hoy con el dilema de continuar juntos a partir del lunes y saber admitir una derrota, algo tan difícil para cualquier humano, y mucho más si es argentino.

"Si somos inteligentes y no olvidamos que nuestro principal adversario es el kirchnerismo, vamos a mantener la unidad", opinan los radicales, pero las emociones son las emociones y no será una tarea fácil vencerlas a la hora de medir fuerzas.

La historia demuestra que el perdedor se suele sentir más feliz, por decirlo así, con el fracaso de quien lo derrotó que con un éxito compartido. El egoísmo es una propiedad muy presente en el humano en estado Naturaleza que imaginó Thomas Hobbes. Por ello, Juntos por el Cambio se enfrenta con un desafío tan fuerte y decisivo como éste que, según cómo reaccionen radicales y macristas, sus acciones los pueden conducir a la gloria o al abismo.

Y el kirchnerismo, por su verticalismo, mantiene una paz formal pero corre el riesgo de ir opacándose con el tiempo por falta de ese brillo especial que da la competencia democrática. Y, por ese rechazo a las internas, podría terminar siendo una fuerza anodina condenada a la muerte política. No debe olvidarse que en la política como en el mercado, es la competencia la que contribuye a mejorar la calidad de los productos.

Convidados de piedra

Es interesante observar el periplo histórico del movimiento obrero organizado. De ser un protagonista principal del peronismo hoy ni siquiera integra sus listas. Pasa a nivel nacional, provincial y nacional. Los sindicatos son actualmente convidados de piedra del partido que ha enarbolado, aunque formalmente, sus reivindicaciones. No hay ni CGT siquiera, y muchos menos en Olavarría.

Es un sector que viene acéfalo desde hace tiempo y que hoy es un espacio disperso y amorfo luego de la experiencia fallida de "la Casa del Trabajador", un instrumento creado por Juan Sánchez hasta que negoció su banca en el Concejo Deliberante. La paradoja es que la dirigencia gremial, tan renuente a lo político, acabó siendo representada por hombre de la política y no el gremialismo como lo fue Sánchez.

"Se cayó sola", opinó un viejo dirigente gremial, casi parafraseando lo que decía Perón sobre los gobiernos. "Nadie hizo nada para que se caiga, tampoco representó una CGT sustituta y terminó cayéndose sola", apuntó.

Algunos creen que la contaminó una mala política llena de preferencias manifiestas para ciertos gremialistas y tarjetas rojas para los "indeseables, críticos o molestos". Pero el gremialismo hoy es una réplica de lo que pasa en Nación: con dirigentes fuertes que hacen sus negocios y otros que son meros actores de reparto. Pero la unidad es una utopía como la racionalidad fiscal que se requiere en el país.

Y ahí deambula la dirigencia sindical, reuniéndose de a dos o de a tres y con la imposibilidad de poder juntarse para hacer siquiera un asado.