Desde hace un tiempo en algunos puntos de la ciudad, me crucé una liebre. Porque la asustó mi presencia y salió corriendo, o levanté la mirada y la vi en el medio de las canchitas de sofball de Estudiantes. Liebres en la ciudad.

¿Por qué ahora? ¿Siempre estuvieron y recién las veo?

La liebre es una de las especies de caza menor más salvajes y atractivas para el cazador naturalista. Sensible a los cambios en su entorno como ninguna otra, su poca adaptabilidad la ha convertido en la que menos ha evolucionado en el último siglo; y mientras conejos, perdices o palomas llegan a convivir con cierta facilidad con el hombre, la liebre se mantiene alejada y alerta, confiando en su mimetismo y velocidad.

La prueba de su silvestrismo la tenemos en las dificultades que encuentran los interesados en su cría en cautividad. Curiosamente es también sobre la que menos estudios científicos se han realizado.

Sin embargo, la caza comercial como actividad legal es regulada a nivel provincial en nuestro país, a través de la habilitación de la temporada. La autoridad de aplicación y fiscalización de Recursos Naturales de cada provincia, realizan el relevamiento de las poblaciones de liebre y dependiendo de los resultados, se genera la disposición de caza, donde se define la fecha de apertura y cierre de la temporada, requisitos y permisos para el cazador, los frigoríficos, los acopiadores, entre otros actores de la cadena. También los partidos habilitados y/o vedados para la caza, el cupo de esa temporada, etc. Y fundamentalmente se fiscalizan que todos los requisitos sean cumplidos.

¿Las vieron correr? Es una máquina perfecta para la carrera cuyo comportamiento apenas sí ha evolucionado con el paso de los años. Al contrario que el conejo con la mixomatosis, por ejemplo, tampoco supera las terribles enfermedades que cíclicamente diezman sus poblaciones, como la tularemia.

La liebre actual, al igual que sus congéneres de hace siglos, sigue confiando su supervivencia únicamente a su mimetismo y velocidad. Nada más. Por desgracia, también es sobresaliente su nula adaptación a la cría en cautividad que tanto éxito ha tenido en la perdiz roja o el conejo.

Desde hace ya varios lustros es innegable que se encuentra en una tendencia claramente regresiva a la que no se le ve fin; y, lo que es más grave, tampoco disponemos de unas bases científico-técnicas sólidas sobre las que sustentar unas medidas eficaces de gestión que apoyen la recuperación de sus poblaciones.

Se espera que la concreción de distintas reservas naturales en Olavarría colabore también con la perpetuidad de estos animales tan espontáneos, atléticos y alejados del humano.

SIEMPRE AL SALTO

La liebre se sitúa en estas camas reculando y coloca sus cuartos traseros en la parte más profunda, lo que le permite catapultarse para iniciar más rápidamente la huida en caso de ser descubierta. Mantiene su cabeza más alta para vigilar. La cabeza suele estar de cara al viento.

Quizás una de las razones por las que se las observó en la ciudad tenga que ver con los pastos altos. Estudios realizados con liebres europeas concluyen que la vegetación encontrada en los lugares de descanso es superior a 30 cm, es decir, más alta que la altura aproximada de una liebre. Y esta preferencia la muestran durante todo el año.

Entonces las que vi eran hembras.

Al atardecer alguna encontré casi todos los días en algún paseo. Ojalá ustedes también hayan tenido la suerte de cruzarse con una liebre. Es imposible no contemplar ese momento como un rayito de bendición.

Las hembras parece que muestran dos picos de actividad durante la noche con una parada en medio. Si la puesta del sol o su salida son más tempranas, los picos máximos de actividad de las liebres se producen justo después del atardecer o del amanecer.