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El antitabaquismo en ciernes de mediados de los noventa no había llegado aún al negocio del "Torito" Marinangeli y el humo enmarcaba esa madrugada insomne y cargada de malos presagios cuando alguien dijo que ese otro humo que salía de la cárcel tenía un olor extraño.

Fuera por una extraordinaria sensibilidad olfativa o la premonición de una tragedia más terrible de lo que se podía imaginar, lo cierto es que ese hombre quizá supo o presintió que en ese momento los restos lacerados de Agapito Lencinas, cuya habilidad con la faca de nada le sirvió ante el ataque feroz de la banda rival, se asaban en el horno de la panadería de la Unidad 2 del Servicio Penitenciario Bonaerense con asiento en Sierra Chica.

Algunos periodistas locales íbamos ya entrada la noche, después del cierre del diario a Sierra Chica, en búsqueda de algún dato nuevo, de una información que hubiera escapado de los muros con un guardia hablador o con el familiar o amigo de otro guardia.

En ese boliche además de café o cerveza había charlas en las que un periodista afortunado podía sacar algo más que el obvio pasar el tiempo.

Y en una de esas madrugadas se insinuó por primera vez que los reclusos alucinados que habían quebrado por primera vez el código que ordenaba no atacar a miembros del Poder Judicial también podían haber considerado el canibalismo como una opción gastronómica adecuada a las circunstancias que se desarrollaban en ese momento en Sierra Chica.

El 30 de marzo de 1996 los olavarrienses tuvimos las primeras noticias confirmadas sobre una revuelta en la cárcel de máxima seguridad a través de los medios porteños. Acá no se daba ninguna información concreta, pero los canales de televisión capitalinos conseguían los datos a través de sus informantes de la cúpula del SPB.

Unos pocos periodistas locales -en aquellos años había unos cuantos medios menos que ahora- estábamos apostados en la entrada del penal a la espera que apareciera algún uniformado que se dignara decirnos al menos que es lo que estaba pasando.

Fueron muchas horas de plantón hasta que finalmente pudimos saber que se trataba de un motín, que había rehenes y que las cosas eran bastante más graves de otras rebeliones anteriores.

Y de golpe Olavarría se convirtió en el centro de las noticias nacionales de esos días. La invasión de periodistas fue uno de los puntos que alteró el paisaje cotidiano de la ciudad.

Previsiblemente, la suerte de la jueza María Mercedes Malére, secuestrada por los amotinados en los primeros minutos de la revuelta junto a su secretario Héctor Torrens, mantenía en vilo al país.

Jueza y mujer. A partir de esas dos condiciones de la cautiva de los reclusos la imaginación de muchos se disparaba.

Pero también aparecían los familiares y allegados de otros rehenes. Cuando se supo que que un preso había sido destrozado a puñaladas ante la mirada de horror de varios guardias imposibilitados de intervenir los temores se disparaban.

Fuera de los muros se podía advertir algunas de las características propias y tal vez poco amables del animal humano. Por ejemplo, en torno de la cárcel se armó espontáneamente una suerte de circuito turístico findesemanero. Autos cargados de familia pasaban lentamente por el frente de la Unidad 2, en la avenida Pedro Legorburu. La multitud de familiares de presos desesperados por la suerte de sus seres queridos encerrados y probablemente en riesgo de una muerte atroz constituían un espectáculo emocionante y gratis.

También algunos cronistas televisivos habituados a fatigar las pantallas eran parte de ese espectáculo para los vecinos,

Y otros periodistas que cumplían con el rito de amontonarse en torno de cualquiera que aparentara o ser o llevar alguna noticia, como por ejemplo, un o una familiar presunta de un preso desconocido,que rápidamente se encontraba ante micrófonos o cámaras para ganarse sus treinta segundos de fama.

Los periodistas locales mirábamos de reojo esos tumultos con plena conciencia de que sólo eran importantes para el show de la tele y no aportarían ninguna información.

Aunque para el observador común fuera imperceptible se veía a alguno que otro periodista televisivo intentar construir una noticia por su cuenta, como alguien que instaba a familiares angustiados a que trataran de derribar alambrados que rodeaban la cárcel.

Y dentro de los muros se desarrollaba la verdadera historia. Y era terrible.

Después se sabría que un grupo de reclusos había intentado una fuga. Eran trece y no se preocuparon por la superstición, aunque en verdad tuvieron mala suerte y uno de ellos fue muerto por los guardiacárceles que abortaron la evasión.

Fracasada la fuga, los reclusos no quisieron rendirse y tomaron a varios guardias como rehenes, junto a algunos Testigos de Jehová que tuvieron la mala fortuna de encontrarse en el lugar inadecuado en el peor momento posible. Así quedaron conformados los Doce Apóstoles.

La doctora María Mercedes Malére decidió, con no poca valentía, hablar personalmente con los líderes de la rebelión para tratar de disuadirlos o, por lo menos, abrir negociaciones que permitieran eludir cualquier desastre.

Pero los rebeldes no respetaron ese código no escrito y jueza y secretario se sumaron a los rehenes cuando ya la rebelión se había extendido a toda la cárcel.

La historia duró varios días. Poco a poco iban trascendiendo algunos episodios terribles, además de otros no menos impresionantes pero evidentemente falsos.

Los periodistas de EL POPULAR nos encontrábamos en una situación incómoda, ya que utilizábamos todas nuestras fuentes, que incluían a internos con los que nos comunicábamos como podíamos a través de familiares, funcionarios políticos y del SPB, para chequear toda la información.

Así logramos saber que el principal problema que tenían las autoridades para negociar con los rebeldes es que esos no presentaban ninguna demanda concreta. Incluso por momentos parecía que ni siquiera la tenían.

Lo cierto es que los ocho días se rindieron.

Años después serían juzgados y condenados, después que fuera consumada una estafa más con las reparaciones a la cárcel, mientras los que fueron rehenes arrastraban secuelas dolorosas y peligrosas.

No se sabe si ese motín atroz dejó alguna enseñanza, pero heridas seguro que sí.