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"Camine, señora, camine", ordenaba desde la pantalla del televisor Lita de Lázzari, ese particular personaje que se popularizó en los 90 y que convocaba inefablemente a la salida individual, con todo el acento de su verborragia puesto en las amas de casa. Ese viejo precepto que sigue sin reconocer que hay un 28,5% de desocupación entre las mujeres más jóvenes y que más de cuatro de cada diez es jefa de hogar. Pero a pesar de ese dato objetivo de la realidad el "camine, señora, camine" sigue ahí. A la vuelta de la esquina.

El mismo presidente Alberto Fernández tuiteó en enero, durante la renovación del programa Precios Cuidados, que "vencer a la inflación necesita de vos. Contanos quiénes aumentan los precios y rompen los acuerdos".

Puntos más, puntos menos

En agosto del año pasado, el ministro Martín Guzmán calculó presupuestariamente una inflación del 29 por ciento. No contemplaba, a pesar de una veteranía de meses de pandemia, la incidencia del covid en la economía. Las correcciones del equipo económico estimaron ahora que llegará al 42 por ciento en diciembre aunque el Indec presupone que será de casi diez puntos más.

Sea quienes sean las y los que se sientan a la mesa sigue vigente para muchos la tesitura de que es la "señora" del hogar la que debe marcarles a los comerciantes cuánto debe costar el pan, la lechuga, las papas o el kilo de tomates. Y la teoría Lita de Lázzari continúa firmemente poniendo toda la responsabilidad sobre las mujeres a la hora de comprar y sobre el último eslabón comercial, el del almacén o el "chino" de la esquina. Nunca en la política cambiaria, en el precio de los commodities, en los modos de discusión de salarios, en la presión de los oligopolios y en el modo de producir de un país.

Hace casi 50 años, mujeres peronistas organizadas como "Comisión de Movilización y Control" salían a recorrer comercios y a controlar precios. Pero ahí era otro el cantar y la organización social y política que se daban buscaba otro perfil. Muy distinto del de De Lazzari, aquella que recibió un subsidio de un millón de pesos/dólares de Menem; que negaba los 30.000 desaparecidos y que invitaba al represor Luis Abelardo Patti a su cumpleaños.

"Somos mujeres que hemos estado en la resistencia desde el año 55. Pensamos que la resistencia terminó realmente, hasta ahora, en tanto y en cuanto nuestro enemigo nos dé tregua. Cuando nuestro enemigo vuelva a atacar, estaremos en la resistencia. Ahora estamos cumpliendo las órdenes del Gobierno. El Gobierno va a utilizar de nosotros todo lo que él necesite. Él sabe que tiene la vida nuestra, como entregamos la vida durante 17 años. Ahora salimos pacíficamente a controlar los precios, en tanto y en cuanto la gente no entre en órbita, se tomarán las medidas que el gobierno disponga". Así se las ve una entrevista que les hizo Canal 13 en 1973 y que se puede ver en youtube. Gobernaba en ese tiempo breve "el tío" Héctor J. Cámpora.

Karma nacional

Casi como un karma argentino que acompaña la historia desde hace más de un siglo la palabra inflación ha sido de las más temidas y, a la vez, más usadas.

Basta un ejemplo de hace más de 130 años. "¡Los alquileres de sus casas y los precios de las ropas han ido subiendo sin cesar! […] Vivir en esta ciudad (Buenos Aires) es ahora tan caro que la menor reducción de los salarios pesa terriblemente en las clases humildes, pero los accionistas de Londres tienen que recibir sus sabrosos dividendos", se leía en un diario inglés durante el gobierno de Juárez Celman.

Pero no es ahí donde abrevan las memorias al hablar de inflaciones varias.

Fue hacia 1975 en que la Argentina ingresó en el período de elevada inflación a partir del rodrigazo y de la suba, en el mes de junio, de la nafta en un 181 por ciento y de la carne en un 36.

Por esos mismos días en Olavarría se aprobaba un plan de 900 cuadras de agua corriente y se designó al médico Héctor Cura como director del hospital municipal que luego sería reconocido con su nombre. En ese año se empezaban a construir las primeras 257 casas de Barrio CECO.

José María González Hueso reconstruiría para el libro de los 100 años de El Popular que en ese aciago 1975 "el precio de las vacas se fue al subsuelo y un par de zapatos valía más que un jugoso rumiante completo, con cuero y todo, lo que hizo que los productores realizaran un paro; meses después, en una economía que se estaba dislocando, los precios se fueron tan altos que las carnicerías municipales no daban abasto para atender una demanda desesperada por una chuleta accesible".

Pero aún era inimaginable el gran golpe de las dos hiperinflaciones que asolarían al país en 1989 y 1990. En la de 1989 los precios al consumidor se dispararon al 3.079 por ciento. En julio de ese año los precios aumentaron un 197 por ciento y los salarios, cerca de un 110. Las tarifas de gas, electricidad y telefonía rozaron el 700 por ciento. La inflación del año siguiente llegó al 2314 por ciento y abrió las puertas para la convertibilidad.

Nadie o casi nadie aceptaba las tarjetas de crédito en aquel 1989 en la ciudad, en un humor que se agravaba porque 25 comerciantes habían sido estafados con el plástico y se masificaban los pedidos de pan y trabajo en la parroquia San Cayetano de Barrio CECO. Con Juan Manuel García Blanco en la intendencia se creó un Consejo de Emergencia Social que encaró colectas y repartió alimentos. Se multiplicaron por esos días los comedores comunitarios y se abrió la Casa de la Mujer para cobijar a víctimas de violencia de género. Incluso en ese mismo período se produjo un abierto enfrentamiento entre el Ejecutivo y Coopelectric que aumentó tarifas sin autorización municipal y luego, tras dar marcha atrás, consensuó un incremento un tanto más aliviado.

Muy pocos pagaban las tasas municipales y para hacer frente a la crisis la Municipalidad lanzó un bono solidario. En el enero feroz de 1990, en la tarde del 27 se llegó a 50 grados de sensación térmica. Una temperatura similar a la del grueso de los argentinos que no podían sostener la angustia y la bronca ante el descalabro económico.

Trauma colectivo

Esas dos experiencias durante 1989 y 1990 tuvieron un impacto tan traumático en la vida del país que hablar de inflación despierta para los más grandes las peores de las pesadillas. Eran los días en que el precio de los productos básicos se disparaba de hora en hora y que el sueldo perdía su entero valor poco después de haberlo cobrado.

Para los más chicos: a precios actuales, si un paquete de medio kilo de yerba cuesta 200 pesos, en una hora podía duplicarse o triplicarse. Pero en moneda de entonces, un litro de leche rondaba en enero de 1989 los 40 ó 45 australes y en diciembre rozó los 2200.

No hay que dar demasiadas explicaciones para pensar, a partir de esos ejemplos, en que la híper del final del alfonsinismo y de inicios del menemismo constituyen un trauma colectivo marca nacional.

Lejos de la palabra trauma, Mauricio Macri decía en la campaña 2015 que "eliminar la inflación será la cosa más simple que tenga que hacer si soy presidente" y que "la inflación es la demostración de tu incapacidad para gobernar. En mi presidencia la inflación no va a ser un tema". Cuatro años más tarde dejaba la Casa Rosada con la inflación más alta desde 1991: 53,8 por ciento.

Hoy, la palabra inflación sigue siendo disparadora de temores. El gabinete económico y social y las distintas patas del gobierno tienen centrada gran parte de sus preocupaciones en ese fantasma. Ahí se juegan las elecciones de noviembre y mucho más también.

Esta semana se conocieron los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec. En el primer semestre de 2021 la pobreza tuvo un muy leve descenso y alcanzó al 40,6% de la población, lo que significa que 18,6 millones de personas no pudieron cubrir la canasta básica de consumo. Peor aún: el 10,7% de la población (4,9 millones de personas) no logró adquirir los alimentos mínimos y quedó por debajo de la línea de indigencia.

Durante agosto una familia de dos adultos y dos hijos de 6 y 8 años tuvieron que tener un ingreso de 68.359 pesos para no ser pobres. Y de 29.213 pesos para no ser indigentes. Como contrapartida, según datos del Indec la mitad de la población ocupada tuvo un ingreso menor a 35.000 pesos en el segundo trimestre de este año.

La base más dolorosa de la inflación actual radica en el aumento de los alimentos. Y en lo que impacta en la vida cotidiana. Con millones de personas que a duras penas logran acceder a hidratos de carbono como alimento básico o que dependen casi enteramente de comedores comunitarios o de los bolsones alimentarios que les puedan llegar desde organizaciones sociales o desde el Estado.

Y en este contexto no hay doña Rosa ni "camine, señora, camine" que valga. Es el Estado el que debe actuar para que no haya un solo argentino ni argentina con hambre.