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Un año y dos meses de pandemia y restricciones dejaron en los cuerpos y en las almas marcas imborrables. Sueños que no pudieron concretarse y otros que nacieron de la creatividad o, simplemente, de la necesidad de sobrevivir. De re-fundarse. Ocho historias de mujeres y hombres de diecinueve a sesenta y pico que pudieron rehacer la vida o, al menos, maquillarla para que fuera más bella en épocas sombrías.

Son tiempos de pérdidas de seres queridos, de presentes que hay que descartar, de proyectos vencidos. De angustias e incertidumbres. Y hay que sacar las fuerzas de la nada, desde donde parece no haber. Pero cuando asoman, en lo personal o en lo colectivo, son un vendaval imparable.

Dolores Aguirre no se pudo ir a Buenos Aires a estudiar. Y puso en marcha un emprendimiento de diseño y costura. A Maggie Cazot se le derrumbó esa vida que parecía invulnerable como maquilladora de Roberto Piazza. Hoy es artesana y feriante orgullosa. Kuki Montero y Soledad Chiramberro son docentes pero la huerta les permitió bajar a la tierra y exorcizar la fatalidad. Darío Paz y Gladys Rodríguez necesitaron dar una mano a los que estaban solos e hicieron vivos de Facebook cantando los sábados a la noche. Sebastián Ferrer era estudiante de Física y albañil: terminó inventando una imitación de ladrillos que lo puso otra vez en carrera. Timoteo Fredes es metalúrgico como su padre. Se reinventaron cien veces. Sigue la pandemia y ellos seguirán peleándoles a los tiempos. Alberto Miotti es ingeniero agrónomo. Un curso virtual de panificados artesanales le completó la vida durante el encierro. Su especialidad: pan de calabaza.

Sebastián Ferrer y las piedras

"Algunos me conocen por la bandera", dice. Es que Seba Ferrer diseñó la bandera de Olavarría y ganó el concurso que impulsó el Municipio. En la normalidad estudiaba profesorado de Física y trabajaba de albañil. La pandemia hizo caer el trabajo y hubo que crear: "desarrollé la fabricación de un ladrillo que es muy parecido al ladrillo visto y con un amigo que tiene un salón de eventos y estaba sin trabajo, nos decidimos a fabricarlos. Vamos avanzando de a poco, vendiendo a la ciudad, a la provincia y es algo nuevo, que permite que la gente decore la casa más económicamente". A los ladrillos y las piedras ornamentales "los fabricamos de manera artesanal y manualmente". Además "hacemos cascadas feng shui de material y decoramos paredes con una textura de piedra que inventamos. La gente ahorra mucho en material y mano de obra".

Joel Román, su compañero, tenía un salón donde organizaba fiestas. La pandemia derrumbó su castillo laboral, intentó "hacer pizzas pero no funcionó y juntos hicimos los ladrillos", sintetiza Sebastián.

Dolores Aguirre y las mesas bonitas

Dolores tiene 19 años. Terminó el secundario decidida a estudiar Veterinaria en Buenos Aires. No quería saber nada con el diseño, sellado en su casa como una impronta fatal. Pero llegó la pandemia y el sueño de la ciudad se empantanó.

By Dolores es el emprendimiento que surgió de la imposibilidad de hacer lo soñado. "Vendo delantales de mesa, servilletas, repasadores, bolsos, voy sumando, creando, mando a confeccionar, pero yo lo diseño. Me gustaría tener una máquina de coser para hacerlas también, pero por el momento es económicamente imposible".

"Mi mamá es diseñadora de interiores y mis dos hermanas también". Pero ella "pensaba arrancar Veterinaria en Buenos Aires". Se inscribió y "a la semana declararon cuarentena. Me quedé en Olavarría, empecé on line y lo mismo tenía mucho tiempo libre. Quería generar algo, pensando qué podía ser; un día empecé a acomodar retazos de mi mamá, compré metros de tela y arranqué". La pandemia la obligó a mirar alrededor con ojos más conciliadores: "en mi casa siempre la mesa se puso bonita y es un momento de disfrute. A mi papá le gusta cocinar. Entre sabores y telas surgió la idea de crear detalles pensados para que al momento de cocinar y preparar la mesa se logre un espacio cálido y agradable".

Sole, Kuki y la huerta

Soledad Chiramberro y Kuki Montero son docentes y volvieron a la tierra para exorcizar la angustia del aislamiento. Sole relata que "la huerta funcionó como un cable a tierra. Hace años se había elaborado un proyecto institucional para una huerta en la escuela. De ahí obtuve conocimientos, experiencia en el cultivo y en los cuidados. Ahora en pandemia, surgió la inquietud de hacerlo en mi casa". Para eso, leyó y estudió. Y elaboró compost en su propia casa. "En un pozo en mi patio. De donde surgió una planta gigante de zapallos por una semilla que cayó ahí". Y la experiencia de "probar, combatir alguna plaga con elaborados caseros, repeler insectos con otras especies".

Casi desde allí nació otro emprendimiento, que implica cuidado del medio ambiente. "Magnolias" incluye envases reutilizables para limpiadores no contaminantes, detergente ecológico, velas de soja, paños tejidos al crochet.

Kuki Montero compartió la experiencia huertera con su hija Josefina "que el año pasado se quedó en Olavarría porque su carrera universitaria la instalaba en otra ciudad y se tuvo que quedar". Entonces "volvimos a un viejo proyecto de cultivar lo que comemos". Entre las dos "arrancamos y tuvimos nuestras lechugas, acelgas, albahaca, morrones". Y en estos días, con la helada en la puerta, "arrancamos con la huerta de invierno". Para Kuki "es maravilloso hacer el propio almácigo, ver las mejores condiciones para que la semilla prospere, transplantarla y cosechar". Cuenta que "me nutrí bastante de gente de mi edad, con emprendimientos más grandes, pero con otra relación con la tierra y el ambiente". Y resaltó "el INTA y el proyecto de huerta familiar, que tiene que ver con poner en marcha políticas de estado".

Alberto Miotti y el pan

Es ingeniero agrónomo y tenía ya algunas inquietudes de hacer algo fuera de la profesión. "Al pasar los sesenta empezás a planificar qué vas a hacer con lo que tenés por delante, que es mucho menos que lo que tenés atrás", dice y se ríe. Entonces "me decidí a aprender a hacer algunas cosas artesanales como la panificación. Eramos dos varones y treinta y pico de compañeras. Nos divertimos mucho pero surgió la cuarentena y las clases pasaron a ser todas por videollamada".

De estas clases "salieron pan francés, pan casero, pan dulce, talitas para el mate, pan de calabaza, postres como el Rogel". En plena cuarentena, dice Miotti, "en fase uno me sirvió para entretenerme y para hacer cosas en casa. Ibamos a hacer el curso de cerveza artesanal pero no lo pude sostener porque el sistema no presencial se me hizo muy difícil". Para él preparar el pan en cuarentena "fue un factor desestresante. Por mi actividad agropecuaria yo podía salir pero pasaba buena parte del día en casa. Es un aprendizaje que me quedó y lo disfruto".

Timoteo Fredes y el metal

Timo –así lo conocen- tiene 31 años, una carrera de ingeniería electromecánica que no terminó, un paso de algunos años por Cerro Negro y el trabajo con su padre, que tiene los pergaminos de 42 años en el oficio metalúrgico. Y un tiempo importante de vínculo con cementeras. El 2019 terminó "con mucho trabajo" y buena expectativa. Pero "la pandemia provocó una frenada industrial muy grande. Nuestro principal cliente era una cementera y la construcción fue la primera afectada".

El trabajo no aparecía, "la gente encerrada no quería gastar un ahorro por incertidumbre, pasaron meses y el trabajo no se activaba. Nuestros propios ahorros se esfumaban", relata Timoteo. Un día, prendidos al noticiero, "vimos el lío que se había armado con los runners en capital y se empezó a poner de moda la actividad física en casa. ¿Y si hay una veta acá?", pensaron.

Y algo se encendió: "una conocida nos pidió si podíamos inventar un soporte para andar en bicicleta en casa". Es decir, transformar una bicicleta común en fija. "Le diseñamos el soporte y se lo vendimos. Esta chica lo recomendó a otra y así… fuimos mejorando el diseño hasta que un día viene otro conocido acostumbrado a la actividad física y me muestra una foto de una máquina que encontró en internet que permitía hacer dominadas, abdominales, biceps. Era todo en uno y girándolas accedías a otros ejercicios". Entonces "hicimos esa máquina, la mejoramos, abaratamos costos manteniendo el estándar de calidad". Buena recomendación, publicidad boca a boca, más pedidos. Y nació "Vigore, un mini emprendimiento en el que hacemos máquinas y creamos facilidades para que uno pueda mantenerse en forma en la comodidad de su casa".

La metalúrgica, recuerda Timoteo, "fue uno de los últimos rubros que se reactivó. Empezamos otra vez con la industria. Llega la segunda ola y la caída industrial. Con gimnasios abiertos, Vigore no servía y nos reinventamos otra vez". Aquellos que pensaron un viaje y lo descartaron terminaron invirtiendo en casa. Y los Fredes volvieron a "la tradicional herrería, fabricamos rejas, portones, puertas, ventanas, toda la metalúrgica más hogareña".

"Ahí estamos –dice Timoteo- nos hemos reinventado tantas veces que decimos que somos creadores de estructuras metálicas." Sin entrar en detalles. Porque todo puede volver a cambiar. Con esa inestabilidad emocionante e incierta que tiene la vida.

Darío y Gladys: una caricia para el alma

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César Darío Paz y Gladys Rodríguez cantaron en cuarentena. Hicieron vivos en Facebook y fabricaron alegría en serie para tantas y tantos que transcurrían una soledad sin atenuantes. "A mí me gusta mucho cantar –dice él-, empezamos con ‘Como la cigarra’: la canté, la grabé y la subí a Facebook y a muchos les gustó. Un sábado se nos ocurrió hacer un vivo a partir de las 9,30 de la noche; la gente se empezó a enganchar y a pedir canciones y yo se las empecé a dedicar". El fenómeno creció: "llegamos a tener cien personas conectadas. Invitamos a otros artistas, otros cantantes de Mar del Plata, de Olavarría…"

Para Darío "cantar es fantástico, a mí me transforma. Lo que pude ver es que también transforma a los que nos ven y nos escuchan". Siempre "aparece Gladys bailando algún tema y entonces la gente empezó a pedir a la bailarina; hacíamos sorteos, empezamos a incorporar alguna frase en una ventana y la teníamos que escribir al revés, porque cuando enfocás con la cámara se lee al revés". Los vivos duraron hasta el 7 de noviembre del año pasado, el cumpleaños de Darío. Y están listos para volver a empezar.

El trabaja en Ferrosur y ella en una escuela especial. Una de las hijas hace chocolates: "Bombones de amor". Y Gladys empezó a pintar en cuarentena. "Arranqué con un mural en el patio de casa. Ahora pinto macetas, mates, todo lo que sea de madera". Todo lo hacen juntos: "37 años de pareja, tres hijos, cuatro nietos", hace el balance y da positivo. Muy positivo.

Maggie Cazot y sus vidas

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Maggie Cazot supo irse a la capital a estudiar maquillaje, a desfilar con Pancho Dotto, a pensar una vida de maravillas, ida y vuelta con Olavarría. Cuando se enamoró y quedó embarazada, se quedó en la ciudad y "prioricé a mi hija". En esos días empezó a maquillar, caminándose las calles, "tirando papelitos por debajo de las puertas".

"Me empezaron a llamar y esto creció. Tuve la suerte de conocer a gente muy buena con la que trabajé muchos años en eventos. Con mis brochas para todos lados y con mis hijas, tres mujeres". Maggie "daba clases de maquillaje en la escuela de Valeria Potes para Roberto Piazza, porque había puesto la filial Olavarría". Entonces "nos fuimos para Buenos Aires otra vez para maquillar en los desfiles de Piazza; fue una experiencia inolvidable, con gente como Patricia Sosa y Moria Casán".

De regreso a Olavarría "seguí maquillando novias, casamientos, egresos. En eso estaba cuando llegó la pandemia y tuve que dejar todo de la noche a la mañana". Fue en "marzo cuando cortaron las clases. Y se terminó todo. Era una total incertidumbre, era tan raro… no podía salir a hacer manos, pies, a maquillar. Mi vida se había convertido en estar en mi casa. Mi mayor alegría eran las seis de la tarde para regar el pasto".

Pero un día "regando el pasto pensé que necesitaba algo más que eso. Empecé a pintar macetitas y llegó un momento que ya no tenía donde colgar las cositas que hacía. Y por qué no venderlas", pensó. "Me encontré haciendo un vivo en Facebook con las pocas herramientas que tengo y vendiendo en una feria artesanal virtual de Navidad". Maggie recuerda que "lo hacía desde el amor. Hacía todo con lo que había porque no tenía para comprar cosas. Juntaba en la calle, lo que la gente tira a la basura: en algunas cosas que hice usé mis maquillajes para no gastar en pintura. Hasta que me encontré acrílicos de colores en la basura. Ese día supe que ése era mi camino. Si la gente tira algo porque no le da más uso, yo lo podía mirar con otros ojos para hacerlo atractivo otra vez y volver a darle vida". Pensó que ese concepto se podía aplicar a ella misma: reciclarse.

Se conectó con Patricia Bahl, en La Minga, una organización de economía social. "Para Navidad hice mi primera feria. Hoy levanto la bandera de los artesanos. Lo soy. Me fiscalicé como artesana. Esto me sanó, me curó, tuve muchas crisis de pánico, me tuve que medicar, fue muy difícil el cambio y sé que hay que estar fuerte para entenderlo". Piensa en su propia reconversión: "de ser maquilladora y estar trabajando muy bien, hoy soy artesana y feliz de haber conocido gente distinta. Hoy elijo ser artesana porque sigo eligiendo el amor".

En marzo se volvieron a cortar las ferias "y estoy ayudando a mi marido que es apicultor. Hubo que volver a pensar qué hacemos. Se me ocurrió envasar la miel de mi marido y venderla fraccionada con una vuelta de rosca. Empecé a decorar potes de vidrio con porcelana fría, hice cucharitas con ramitas y con porcelana fría, le puse de nombre ‘Bendita miel’ y hoy lo estamos vendiendo en Olavarría con mucha aceptación. Después, hago velas de miel con la cera que mi marido no va a utilizar. Nada se tira. Todo se recicla". Y con eso "voy haciendo mi billeterita diaria. Camino mucho para vender, llevo, bajo, traigo, me dicen que no, hay que seguir. La vida cambia y hay que cambiar con la vida".