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¿Cuáles son las huellas que las rejas de un instituto carcelario dejan en la infancia? Del lado de adentro del muro -ahí donde sistemáticamente y demasiadas veces por años, permanece la mamá, el papá, algún hermano o hermana- radica la imposibilidad del abrazo o el beso cuando se tienen ganas, el cuento por las noches, la risa compartida. Hay en el país, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, aproximadamente "217.000 niños, niñas y adolescentes en 2020" que viven en hogares donde algún miembro de la familia se encuentra encarcelado. Y el número sube a 700.000 si se incluye a aquellos que estuvieron en esa misma situación "en algún momento anterior al relevamiento". Con cifras de mayo de este año, hay en la provincia –según la Comisión por la Memoria- 882 mujeres procesadas, 672 penadas y 23 niñas y niños (con menos de 4 años) viviendo con ellas. Y otras 644 mujeres en su domicilio con monitoreo electrónico.

En febrero de 2020, en tiempos prepandémicos, se publicaba en estas páginas que entre 2015 y 2019 hubo un promedio mensual de 63 niñas y niños viviendo en unidades penitenciarias provinciales. A diciembre de 2019 eran 1741 mujeres, 109 de ellas en la unidad 52 de Azul. Mas otras 468 con monitoreo electrónico.

Del relevamiento de la UCA se desprende además que el 70,1 por ciento de los hogares en los que viven esas niñas, niños y adolescentes "se encuentran por debajo de la línea de pobreza, vulnerabilidad que se confirma al ver que el 85% de ellos viven en hogares pertenecientes a los estratos más bajos".

El libro "Madres en cuestión: sentidos y disputas sobre el ejercicio de la maternidad en y desde la cárcel", (Editorial Azul, Unicen) da cuenta de una investigación en torno a un grupo de mujeres madres detenidas en la Unidad 33 de Olmos. Allí se plantea que "el ejercicio de la maternidad en y desde las cárceles ha reforzado una mirada del Estado sobre las mujeres como responsables primarias de la crianza de los hijos/as y ha alimentado una serie de estereotipos, nociones y juicios sobre aquellas mujeres que no cumplían adecuadamente con las expectativas asignadas a este rol social".

Carolina Salvador es periodista, integra el Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ La Plata) y el equipo del Proyecto "El ejercicio de la maternidad, en y desde el encierro". Y fue parte de aquella investigación dirigida por Laurana Malacalza que luego tomó forma de libro. "Uno de los aspectos que constituyó un descubrimiento para nosotras cuando estábamos haciendo la investigación y las entrevistas a las mujeres detenidas en la unidad 33 de Los Hornos, fue el hecho de que había una gran preocupación y un gran agujero negro respecto de la situación de los hijes extra muros", relató a EL POPULAR. Eran las niñas, niños y adolescentes que "habían quedado fuera del penal por no tratarse de hijos menores de 4 años o nacidos mientras sus madres estaban presas. Desde esas primeras entrevistas notamos que aparecía en el relato de las mujeres una angustia y una preocupación muy grande respecto de esos hijes porque en algunos casos no sabían dónde se encontraban desde el momento de la detención. Porque las características del momento de la aprehensión de esas mujeres habían sido tan violentas y abruptas en su vida que no les dio la posibilidad de organizar en ese primer momento con quiénes quedaban sus hijes. Y da cuenta también de que los organismos presentes en representación del Estado en esas situaciones de aprehensión eran únicamente aquellos vinculados a la seguridad. No se contemplaba la presencia de organismos ligados al cuidado de les niñes".

Y es de tal magnitud esa realidad que no sólo se puede contemplar que hay en la actualidad 23 niñas y niños de menos de 4 años viviendo en las cárceles bonaerenses. Sino que por más invisibilizado que resulte, un 90 por ciento de las mujeres detenidas, según el Servicio Social de la U33, "son madres y tienen entre 3 y 5 hijos aproximadamente". Esta proporción –se lee en Madres en cuestión- "se mantiene en otras cárceles que alojan mujeres".

Culpabilizaciones y vínculos

Hay una carga vital que atraviesa a esas chicas y chicos y que condiciona sus vidas en múltiples aspectos. Que no sólo pasa por las condiciones de vida que les deparan –según la UCA- "déficit educativo" en un 35,3 por ciento e "inseguridad alimentaria" en un 36,9 por ciento. Sino que hay otro tipo de huellas que marcan su psiquis y su emocionalidad. Y que no debe ser leída en clave del clásico estereotipo de culpabilización hacia la madre que no hace más que correr al Estado de sus responsabilidades a la hora de establecer políticas sociales.

Desde la unidad 33 una mujer encarcelada vuelca en su testimonio a las investigadoras que "es lindo ser mamá, ser madre tiene muchas cosas, ¿no? Yo creo que es como un árbol, que va creciendo y que va dando sus frutos, con la diferencia de que esos frutos cuando una está detenida, se caen y están ahí;

lo único que podés hacerles es sombra, para que no se pudran en el piso".

Carolina Salvador da cuenta del abanico de dificultades que comporta el ejercicio del rol materno para con las hijas e hijos que "están afuera. Lograr hacer los llamados telefónicos, hacer revinculaciones con familiares con los que tenían el vínculo roto para acordar el cuidado de esos niñes que quedaban afuera, lograr tener un lugar para la visita. Había niños que estaban afuera y que vivían incluso una situación más dura porque no estaban con sus madres. Y estoy hablando de muchos niños que quedaron en estado de adoptabilidad y sus madres sin saber dónde estaban esos hijes. Fue un registro de la implicancia extrema que tiene el encierro para les niñes y es necesario establecer políticas públicas que piensen específicamente la cuestión de las mujeres madres detenidas, porque si no seguimos tirando debajo de la alfombra el enorme rol de cuidado y de organización que estas mujeres cumplen en las vidas de sus familias y sus hijes".

Pero hay otros aspectos que no deben ser mínimamente soslayados. Propiciar arresto domiciliario debe ser acompañado –agrega Salvador- "por políticas públicas que dimensionen este rol porque si no sigue siendo muy complejo poder ejercerlo para estas mujeres".

En definitiva, quien llegó a la cárcel –como ocurre con un altísimo universo de mujeres detenidas- por ejercer el viejo oficio de la mula (o dicho en terminología legal, por infracción a la Ley de Estupefacientes) difícilmente tenga extra muros las condiciones aseguradas para la vida suya y de su familia.

De todos modos, no hay manera más contundente de comprender esa realidad que a través de las voces recogidas en el libro. "No se preguntan qué pasó, qué falló. ¿Vos sabés lo que es llegar de laburar al mediodía y que no tengas pan, y que tres chicos chiquitos te digan ‘tengo hambre, quiero pan’ y que vos le tengas que decir ‘no hay’, ‘esperá que no consigo, esperá no tengas hambre’? No es la salida tampoco ir a vender un poco de droga. Pero como te digo yo, cuando salí de la primera causa, está bien, vendí a morir, me hice la casa, todo, pero lo pagué. Cuando salí me anoté en fábrica, me anotaba podando árboles, me daban 5 pesos, me daban 10 pesos, lavaba, me daban… pintaba los paredones de los vecinos, y me daban 10 pesos, y no me alcanzaba. Y me llamaban de la fábrica, y me preguntaban ‘Señora ¿usted está con una libertad condicional?’ ‘Sí´, ´Ah bueno, no, entonces’, y no me llamaban (…) ¿y querés que te diga la verdad?, es muy difícil para una mujer sola, porque en ese momento no tenía marido, no tenía nada".

Vínculos a rehacer

Demasiadas veces las mujeres detenidas no logran en el inicio dimensionar que el tiempo de encarcelamiento va a ser mucho más extenso del imaginado. "Todo eso se vive con un estado de muchísima angustia y una gran ambivalencia. Todas registraron un momento muy duro al tener que decidir, en los casos en que pudieron decidir, con quiénes se quedaban sus hijos. No fueron decisiones que tomaron en libertad, cómodamente y sin un plus de angustia muy grande. Se tomaron en conjunto con familiares o la red vincular que podían tener al momento de su detención y estuvo atravesada con un montón de condiciones que las excedían", relata Carolina Salvador. Quien agrega que "el momento del egreso de los niños que están con ellas hasta los 4 años es sumamente duro y está atravesado por un montón de variables sobre las que deben malabarear cual equilibristas".

En ese equilibrio circense la mujer debe hacer un paneo sobre la realidad de cada uno de sus vínculos. Y definir, con la mucha o poca lucidez que pueda tener en un momento de enorme tensión, si su hija o hijo de menos de 4 irá a la cárcel con ella. Si los más grandes podrán quedarse con algún familiar que tenga posibilidad de afrontar la crianza. Madre, hermana, vecina, hijas o hijos mayores.

Y saber –o, en todo caso, aprender en el camino- que los riesgos son enormes. Que podrá devenir el desmembramiento familiar. Que sus hijas e hijos podrán ser repartidos entre diferentes lugares o, inclusive, terminar institucionalizados. De modo temporal o definitivo.

Pero unos y otros, madre e hijas e hijos, ninguno saldrá indemne de una experiencia definitoria en sus vidas. Desde todos los puntos de vista posibles. Incluso, desde la imborrable experiencia de atravesar los muros de una cárcel para visitar a la mamá. Como se desgrana en uno de tantos testimonios: "Soy responsable de mis actos, soy responsable también de que se genera ese sentimiento horrible de irte, o eso feo de pasar una requisa, mis hijos no se merecen que los revisen, que los requisen, no hicieron nada, esas cosas generan que uno no quiera que pasen por eso (…). Sí, me gustaría verlos siempre, obvio, pero tampoco quiero que les estén bajando los pantalones, que los toquen, esas cosas no me gustan o que renieguen…".