Marcelo Figueras: "Las historias de horror existirán mientras necesitemos exorcizar los dolores padecidos"
Figueras sostiene que el género de ficción más adecuado para contar la historia argentina de los últimos 50 años es el terror.
Como una criatura de su tiempo, inevitablemente un manojo de contradicciones "como lo fuimos todos durante los 90", un buen hombre que no puede evitar ser frívolo, un buen médico que no puede dejar de pensar en la guita que debe, un padre amoroso "que no tiene la más puta idea respecto de cómo ser buen padre", define el escritor Marcelo Figueras a Tomás Pons, el protagonista de su novela "Todos los demonios están aquí", al que caracteriza también como "un tipo que necesita, imperiosamente, despertarse de la pesadilla que supuso el siglo XX".
La novela publicada por Alfaguara transcurre durante la crisis argentina del 2001. Figueras sostiene que el género de ficción más adecuado para contar la historia argentina de los últimos 50 años es el terror y se pregunta: "¿Qué otro envase narrativo puede transmitir mejor lo que significaron los años de la dictadura, convivir con los fantasmas de los desaparecidos, el trauma de las hiperinflaciones, la fiesta artificial del uno a uno y la desintegración del país que casi nos llevó puestos en el 2001?", dice a Télam.
La trama se centra en el psiquiatra Tomás Pons, que trabaja en el Hospital Alvear. Al clima social de la ciudad de Buenos Aires se le mezclan sus conflictos personales: se separa de la madre de su único hijo. Los problemas económicos aumentan y, en ese momento, recibe una oferta que no puede rechazar: un puesto jerárquico en una ignota clínica en una isla del Delta de Tigre. Comienza a trabajar en la casona antigua donde funciona la clínica rodeada de la naturaleza lugareña. Los internados recorren el jardín tranquilamente. Sin embargo gradualmente el protagonista empieza a divisar situaciones extrañas que se resuelven de manera muy violenta, desdibujando las fronteras entre lo real y lo fantástico.
Nacido en en Buenos Aires en 1962, el escritor trabajó en el diario Clarín y la Revista Humor. Es autor de "Kamtchatka", "El muchacho peronista", "El negro corazón del crimen". Con su nueva novela "Todos los demonios están aquí", Figueras hace confluir a uno de sus autores favoritos Stephen King con los personajes y la cartografía de la "Divina Comedia" de Dante Alighieri en una Argentina embrujada.
Télam: -¿Por qué elegiste el contexto de la crisis del 2001 para escribir esta historia?
Marcelo Figueras: -Gracias a la dictadura nos transformamos en un país-casa embrujada, donde pretendíamos vivir como si nada raro pasase mientras infinidad de fantasmas -como el del padre de Hamlet, pero multiplicado por 30.000- nos reclamaban justicia y la posibilidad de obtener una simple sepultura donde llevarles flores. Con el retorno de la democracia pensamos que nos habíamos ganado el derecho de pasar de página (y de cambiar de género, claro), pero de a poco advertimos que no iba a ser posible. Había demasiados esqueletos ocultos en cada sitio que pisábamos, en el sentido metafórico... ¡pero también en el literal! Y los problemas no resueltos fueron aflorando de a uno, como muertos vivos, hasta tornar imposible la vida cotidiana.
El 2001 fue clave en ese sentido: el año en que todas nuestras deudas impagas -en materia de economía, pero también de política y de justicia- acudieron a buscarnos, a rodearnos, a asfixiarnos.
La crisis económica derivó en crisis institucional y se sucedieron presidentes como moscas, en cuestión de días. Nunca pude olvidar esa impresión: era como si la Argentina se hubiese convertido en el Valdemar del cuento de Edgar Allan Poe, un cuerpo que está muerto pero no lo sabe y se desintegra de golpe cuando se le recuerda su condición. Me pareció que era un escenario ideal para ubicar la historia de un profesional de la salud mental -esto es, un experto en desintegración mental- que se descubre en una situación tan extrema que pone en riesgo su propia cordura.
T.: -¿Cuál es la importancia de la "Divina Comedia" en tu novela?
M. F.: -El libro de Dante Alighieri llevó a la cultura occidental de paseo por el Infierno. El circuito que imaginó entonces sigue vigente en nuestra imaginación, que no olvida al barquero Caronte que transportaba las almas, ni al centauro Neso que patrullaba el Círculo de la Violencia, ni a la mismísima organización concéntrica del Averno. Entre nosotros, Borges y Bioy Casares bautizaron su colección de libros policiales con el nombre de "El Séptimo Círculo" - que es precisamente aquel que custodiaba el centauro, donde los violentos recibían justo castigo-.
En mi novela, los signos que remiten a la "Comedia" son lo que ponen en la pista a mi protagonista, el psiquiatra Tomás Pons, sobre las características de su propio viaje. Para llegar al neuropsiquiátrico que acaba de contratarlo, Pons debe subirse a una barcaza. Cuando llega a la isla del Tigre donde se alza el instituto, descubre sobre un muro de piedra la misma inscripción que Dante puso en la puerta del Hades: "Por mí se va a la ciudad doliente; por mí se va al dolor eterno; por mí se va hacia la gente perdida". Pons sabe poco y nada respecto del libro de Alighieri, pero con el correr de los días empieza a entender que lo suyo también será una suerte de temporada en el infierno.
T.: -¿Stephen King es un referente en la genealogía de la novela?
M.F.: -King es uno de mis autores favoritos, desde la adolescencia. A muchos lectores les cuesta digerir los elementos fantásticos o de terror en la literatura, pero King tiene una técnica maravillosa para conducir hasta al lector más escéptico por el camino que a él más le gusta. Suele tomarse todo el tiempo del mundo para construir un relato realista y presentar personajes verosímiles, con los que enseguida te vinculás emocionalmente. Y una vez que te enganchaste con esa gente, querés saber qué será de ella, pase lo que pase. No importa que lo que le salga al cruce sea un auto con voluntad propia o un vampiro: como ya te enredaste con los personajes, vas a seguir leyendo, porque a esa altura lo que más te importa es saber qué pasará con ellos.
En mi novela procedí de forma parecida. Mi intención era que los lectores se familiarizaran con el protagonista, que identificaran la circunstancia del país -y de la ciudad- durante los últimos meses del fatídico año 2001. Una vez que te sentís adentro de ese mundo, la irrupción de lo fantástico ya no te molesta: sólo querés saber qué va a ocurrir a continuación. Receta King ciento por ciento: ¡el tipo es un narrador descomunal!
El otro sentido en el que reconozco la influencia del flaco es la forma en que utiliza el elemento terrorífico. En los relatos de King, el horror no aparece simplemente para hacerte saltar de la silla, al modo de los golpes de efecto de tanto cine de terror de hoy. King usa algo monstruoso para hacernos contemplar y pensar sobre nuestros miedos más reales. "El resplandor" surgió de reconocer en sí mismo impulsos violentos, potenciados por la intoxicación alcohólica, que lo hicieron replantearse su vida. Cuando se lo usa de este modo, el género de terror deja de ser tan sólo un pasatiempo y se convierte en una suerte de exorcismo literario: te ayuda a metabolizar tus miedos... y también tus demonios, claro.
T.: -¿Cuál es el rol del personaje llamado Sophía?
M.F.: -Ella es una suerte de mash up, como se dice ahora, de dos personajes claves de la Comedia de Dante Alighieri. Por un lado, opera como versión femenina de Virgilio, el poeta histórico a quien Alighieri eligió en su poema para que lo guiase por el Infierno. Sophía acompaña a Pons en su descenso personal, sin ella Pons se perdería. Sobre el final, quiero creer que ella deja de ser Virgilio para adoptar más bien el rol de Beatriz, que para el Dante encarnaba el ideal femenino - la mujer que lo condujo al Paraíso. Claro, en este caso sería una versión de Beatriz un tanto más sexy y proactiva: una mujer de este tiempo, bah.
T.: -Cortázar decía que la realidad es porosa y que por esos huecos entra lo fantástico. ¿Por qué huecos de la realidad entra lo fantástico en tu escritura?
M.F.: -Me parece que la relación entre realidad y ficción es más bien paradojal, a la manera del gato de Schrödinger. Me refiero al físico que debatió con Einstein en 1935 y planteó un ejercicio hipotético, en el cual metía a un gato dentro de una caja y postulaba que era posible que el gato estuviese vivo y muerto al mismo tiempo. Realidad y ficción también están dentro de la misma caja, modificando constantemente sus estados. Lo que te pasa es lo que te lleva a imaginar ciertas ficciones y no otras, a plantearte qué querrías que ocurriese, o qué podría ocurrir. Y una vez que exploraste ese universo paralelo, hipotético, lo que experimentaste modifica tu realidad. En último término, escribir ficción es una forma alternativa de pensar la realidad, por fuera de la lógica cartesiana. Funciona como un simulador de vuelo: te permite elevarte por encima del nivel del suelo, sin exponerte al riesgo de que te hagas moco.
En el caso de la relación entre la realidad argentina y el género de horror que cuenta tan bien su último medio siglo, la cosa sería parecida. Historias de horror seguirá habiendo, mientras necesitemos exorcizar los dolores padecidos. Pero para que el horror deje de ser el género que mejor nos cuenta, hay que cambiar la realidad -o sea, reescribirla. Reducir sus raíces a la mínima expresión: la miseria, la injusticia, la desigualdad de oportunidades. Esa es una escritura en la cual todos estamos involucrados, lo queramos o no. En lo que hace a la ventura de un país, todos los ciudadanos somos co-autores, y de nadie más depende dejar de contar cosas terribles y rastreras para empezar a escribir, en cambio, páginas bellas.