El caballo de Molina Campos era de pupilas dilatadas, expresivas, de cabeza grande con capacidad de retener en ella las venturas y desventuras que vivía junto a su jinete y compañero. Siempre de cascos grandes y rústicos para soportar distancias.

Los almanaques, con las obras de Molina Campos, se convirtieron en la primer "pinacoteca de los pobres". Y como no podía ser de otra manera, el pintor de las pampas, tuvo su caballo en su rancho Los Estribos de Moreno, a orillas del río Reconquista, al que llamó Gaucho. Alguna vez escribió acerca de él: "He sostenido siempre, que la ilimitada visión de la pampa, lo inducía a ir lejos, sin vacilaciones, como animado por la supremacía ansia de libertad, como el viento pampero. Y así se va mi Gaucho, silencioso, sufrido y arrogante a un cielo donde haya caballo". Luego de su última muestra expositiva de sus obras, regresa a su rancho y se encuentra con la mala noticia de que su Gaucho había muerto. Ya grande y enfermo decide enterrar sólo a su noble amigo, esfuerzo que quizás provocara poco tiempo después su muerte. Tal vez porque, quien tan bien homenajeó al caballo criollo, no podía entrar de a pie a ese cielo donde Gaucho lo estaba esperando.