Karina Gastón

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Siente que la escuela nació para esperar, que las políticas llegan siempre tarde, que los docentes deberían tener mejor formación, con sueldos y prestigio social acordes. Que las aulas deberían ser menos aburridas y más desafiantes, con alumnos que trasciendan la raíz cuadrada o el sujeto y predicado. Que haya un verdadero recreo de las emociones y los saberes. Por eso cree, espera, que la pandemia sea una gran oportunidad y al mismo tiempo duda. "Somos tozudos y necios" y "nos cuesta aprender lecciones históricas fuertes", asume Liliana González al poner como ejemplos el Holocausto y la última dictadura argentina. Sí está convencida de que, en medio de esta crisis planetaria, "los grandes héroes son los chicos".

En una entrevista exclusiva con EL POPULAR, la escritora, psicopedagoga y conferencista habla desde su casa en Córdoba, esa que resignificó gracias al covid. No es la primera vez que conecta con Olavarría, ya lo hizo en 2018 cuando cautivó con provocativas "recetas" y dejó enseñanzas. Promete volver algún día y de inmediato la charla fluye, en un decir que deja pensando.

-¿Qué aprendizajes deja esta pandemia?

Aprende el que quiere. A mucha gente le va a dejar lecciones fuertísimas y otros volverán a lo anterior, como si nada. A nivel escuela va a haber cambios pero hay que tener en claro los errores del antes. Seguir teniendo a los chicos sentados en fila, solo recibiendo contenidos..., repetir ese error sería terrible como sería terrible volver a dar contenidos supuestamente porque han perdido el tiempo y olvidarse de lo emocional.

-¿Por qué a la escuela le cuesta tanto pensar lo emocional?

No estamos preparados. Hay aulas muy numerosas, docentes muy demandados, poco tiempo. El docente tampoco cuida su aspecto emocional. Ni hablemos del sueldo y tener psicólogo que ayude a no poner lo personal en el aula. Hace rato que el bienestar docente está lejos cuando es una función que no se puede dar desde el malestar porque la directora que no te gusta, no estás bien con colegas o te tocó un grupo difícil. A veces nos falta tiempo y la cabeza se llena de preguntas: qué le pasa que se duerme en clase, o se la pasa pegando, o tiene los ojos tan tristes. Atrás de cada chico hay una historia. ¿Cuándo la escucho, en el recreo, en qué momento? A la vuelta habrá que olvidarse de los contenidos un tiempito y darles despacho emocional. Sentarse en redondo, hablar de cómo lo vivieron, qué aprendieron, extrañaron, qué hicieron con mamá y papá. Empezar a sacar la maleza del campo para sembrar de nuevo.

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