Todo comenzó cerca de las 16 del sábado 30 de marzo, en la víspera del Domingo de Ramos que daba inicio a la Semana Santa de 1996. El final llegó el mismo domingo de Pascuas y el saldo fueron ocho muertos y el doble de heridos. Afuera, los rumores sobre lo que había sucedido intramuros causaba estupor y cuando el penal fue recuperado el panorama era espeluznante: restos de cadáveres obstaculizaban cloacas y cañerías, mientras que en el horno de la panadería del penal huesos y piezas dentales se mezclaban entre las cenizas. Todo aquello se confirmaría cuatro años después, con el juicio a los llamados "12 Apóstoles".

Aquel sábado todo parecía tranquilo en el penal de Sierra Chica. Era una jornada de visitas y el consecuente relajamiento de la seguridad. Se supo que minutos antes de que toda la locura comenzara, en el patio ya se iba orquestando lo que iba a ser una fuga. Un partido de fútbol fue argumento de voces y gritos intentando tapar el programado escape de un grupo de presos encabezado por Marcelo Brandán Juárez e integrado también por Miguel Angel Acevedo, Jorge Alberto Pedraza, Carlos Gorosito Ibáñez, Marcelo González Pérez, Jaime Pérez Sosa, Víctor Esquivel, Oscar Olivera Sánchez, Carlos Villalba Mazzey, Héctor Cóccaro Retamar, Marcelo Vilaseco Quiroga y Héctor Galarza.

El rumor que había alarmado a las autoridades hablaba de una pelea en esa cancha, por eso se había reforzado la seguridad. Con más guardiacárceles en un lado se habían descuidado otros. Un detenido corrió desesperado hasta la guardia y trepó al techo. Desde ahí tenía pensado robarse algunas armas del Servicio Penitenciario y provocar una fuga masiva, pero un agente lo vio. Recibió un disparo en una pierna y tuvo que volverse adonde lo esperaban los otros presos. En la carrera otros agentes le dispararon desde el murallón.

Ese intento de fuga frustrado se convirtió inmediatamente en el comienzo de uno de los motines más extensos y sangrientos de la historia carcelaria argentina.

Rehenes y descontrol

Pasó muy poco tiempo para que los amotinados tomaran como rehenes a nueve penitenciarios, incluyendo un jefe, a tres testigos de Jehová y al médico de la unidad. A horas de comenzada la revuelta, la jueza María de las Marcedes Málere del Departamento Judicial de Azul deció negociar directamente con los líderes del motín, a los que fue a ver cara a cara acompañada de su secretario, Héctor Torrens, segura de que no corría riesgos porque el subdirector del Penal le dijo que todo estaba "tranquilo", como declararía después en el juicio por líderes de la rebelión.

Pero nada de lo imaginable ocurrió. Los líderes del motín tomaron como cautivos a la magistrada y su secretario, en un acto que arrasó con uno de los códigos carcelarios más estrictos, sin temor a que su accionar los enemistara con los magistrados que en el futuro deberían resolver sobre su situación.

La violencia fue creciendo minuto a minuto. Aquel motín dejó evidenciado el horror, pero también las reacciones que generaban las condiciones carcelarias que a la actualidad poco han cambiado: hacinamiento y superpoblación, promiscuidad y malos tratos, para mencionar algunas de ellas.

A la frustrada fuga se sumó otro frente: el ajuste de cuentas. En sólo una mañana, cinco presos fueron asesinados por los cabecillas de la revuelta, mientras que otros dos corrieron las misma suerte en los días posteriores. Además, otro preso resultó herido a "facazos" y murió poco después en el Hospital Municipal local.

Por entonces se decía que las víctimas, al menos la mayoría, no habían sido elegidas al azar por los matadores, sino que integraba un grupo liderado por Agapito Lencinas, a quien muchos presos le habían atribuido el rol de "buchón" de los guardiacárceles y que era un experto en la lucha a cuchilladas.

Mientras las negociaciones estaban paralizadas, los cabecillas iniciaron una fugaz carrera de la muerte. Fueron a lugares precisos y eliminaron a sus enemigos. Les disparaban a la cabeza, los apuñalaban, o los prendían fuego.

A medida que pasaron las horas el panorama se fue tornando cada vez más sombrío dentro de los muros, mientras que en el exterior la cárcel comenzaba a ser rodeada por angustiados familiares de los internos y por los equipos periodísticos porteños que habían llegado ante la certeza de que estaban ocurriendo hechos graves.

Al ritmo de Sierra Chica, 10.000 presos de Olmos, Azul, La Plata, Dolores, Batán, Los Hornos, Bahía Blanca y San Nicolás entraron en protesta.

Rendición y juicio

Pasaron ocho largos y nefastos días. Afuera, el desfile incesante de familiares de rehenes, periodistas y medios de comunicación, historias y rumores, preocupación y perplejidad. Adentro hubo masacres y mutilaciones, y los restos volcados en ollas y cocinados en el Horno.

La rendición llegó el Domingo de Pascuas, los líderes del motín habían estado liberando rehenes y sabiendo que la libertad sería imposible de lograr, hicieron otras solicitudes como por ejemplo que se aceleraran sus causas en los casos de los presos sin condena o la aplicación del "dos por uno" que computaba al doble el tiempo de encierro en aquellos casos en los que hubiera una sentencia firme. Además, pidieron que los alojaran en una prisión federal por las represalias que pudieran tener por los asesinatos cometidos durante la rebelión.

Con algunas variantes, ciertas solicitudes fueron concedidas para poner punto final a semejante atrocidad. Años más tarde todos fueron condenados por un tribunal integrado por el juez en lo Civil Adolfo Rocha Campos, el juez Eduardo Galli y el abogado Héctor Rodríguez, ya que los jueces penales de Azul se habían excusado por su amistad con la jueza Malére.

Corría febrero del 2000 cuando el juicio dejaba expuesto lo ocurrido dentro del penal a partir de crudos testimonios. Por primera vez se realizó en una cárcel que fue la de Melchor Romero. Había 24 implicados, ya que a los Apostoles se sumaron doce más por distintas participaciones en los sucesos.

Recibieron condenas a prisión perpetua, y quince y doce años de prisión, de acuerdo a la responsabilidad de cada uno. Hoy algunos están libres, otros volvieron a caer en el delito y están presos, y otros murieron.

El motín de Sierra Chica pasaba a la historia y sus relatos aún hoy siguen presentes. Fueron ocho días que se reviven con cada aniversario de la revuelta que tuvo en vilo a todo un país.