Precios de la carne: cuando los ingresos son bajos todos los alimentos parecen caros
Tras el fuerte aumento de precios registrado por la hacienda en pie desde finales del año pasado, se conocieron luego los números de inflación de diciembre, lo que terminó de incomodar a quienes apostaban a una baja gradual de los indicadores inflacionarios. De acuerdo a los datos oficiales medidos por el Indec, el IPC (Índice de Precios al Consumidor) trepó en diciembre al 4%, el nivel más alto de 2020, cerrando el año con una inflación acumulada del 36,1% anual.
Dentro de los ítems que componen el rubro "Alimentos y Bebidas no alcohólicas", la carne y sus derivados finalizaron el año con un alza del 57,6%, lo que significa más de 20 puntos por encima de la inflación general. En efecto, el aumento registrado durante de diciembre adicionó unos 15,5% puntos al acumulado anual, cuadruplicando el IPC general de ese mes.
Es así como, dentro de este ítem, el precio de la carne vacuna se convirtió en una de las principales preocupaciones del Gobierno que lo llevaron a diferentes intentos de intervención bajo la concepción de ser uno de los componentes más sensibles al momento de medir la inflación.
¿Pero es realmente el precio de la carne el que se encuentra más caro o es el poder adquisitivo del asalariado el que ha sufrido el mayor recorte en los últimos años?
Sin dudas, tanto 2019 como -en especial- el 2020 han sido ciclos de recomposición del precio de la carne, donde los incrementos anuales claramente han superado el aumento general de precios, medido a través del IPC. Sin embargo, estas recomposiciones suceden luego de tres años de precios retrasados -2016 a 2018- período durante el cual los mostradores no lograban acompañar el aumento inflacionario, acumulando retrasos de más 40 puntos.
Pero nada de esto sorprende dado que este tipo de ajustes cíclicos o escalonados resulta habitual en la carne, presentando períodos de retrasos pronunciados, seguidos de ajustes muy significativos que, una vez encontrado el techo impuesto por el consumidor, vuelven a estancarse, generando nuevos retrasos. Basta con observar el patrón que reflejan estas correcciones de precios en los últimos 10 años (gráfico adjunto). Con anterioridad a los ajustes vistos durante 2019 y 2020, la curva marca otra escalada durante los años 2013 a 2015, como respuesta a un retraso acumulado de más de 20 puntos en los años previos.
Sin embargo, más allá este patrón de ajuste, no existe una correlación definida entre las variaciones del precio de la carne y el efecto inflacionario, al menos en los últimos 10 años analizados.
Si realizamos similar comparación entre las variaciones anuales registradas por el Ingreso Medio de los Asalariados -sector público y privado- notamos que, sobre los últimos 9 años -dado que para 2015 no existen datos disponibles- solo en 3 de ellos (2011, 2013 y 2017) el Ingreso Medio en Argentina mostró una recomposición salarial que, en promedio, superó en 5 puntos la tasa de inflación. En el resto de los ciclos, la capacidad de compra real de ese salario medio se vio disminuida por efecto inflacionario acumulando un retraso o empobreciendo del salario de casi 50 puntos, medidos contra inflación.
Si medimos el gasto promedio en carne vacuna a finales de 2011, con un consumo medio per cápita de 56 kg/año, tenemos que cada argentino destinaba cerca de $ 1.800 al año, a valores corrientes. Sobre un ingreso medio anual equivalente a $ 43.150, en promedio, se destinaba un 4,2% del ingreso total al consumo de carne vacuna. Diez años después, con 6kg menos de consumo per cápita, este gasto promedio en carne vacuna asciende a $ 26.670, considerando valores a diciembre. Es decir, sobre un ingreso medio estimado en $ 37.600 -asumiendo ajuste equivalente a inflación-, la proporción de ingreso destinado al consumo asciende hoy al 5,5% del presupuesto total. Es decir, el mismo consumidor regula sus prioridades. Sin embargo, en el caso particular del año 2020, el hecho que el gasto en carne vacuna ocupe una mayor proporción del presupuesto per cápita, no solo responde a un aumento de precios sino principalmente a una redistribución del gasto de los hogares, en un contexto de pandemia donde otros gastos como recreación o esparcimiento se vieron reducidos.
En definitiva, el consumidor argentino a través de su poder de compra es quien pone techo al precio de la carne, incidiendo sobre más del 75% de la producción nacional.
Basta con ver los últimos retrocesos registrados en Liniers en las últimas semanas, para dar cuenta del techo que ha puesto el consumidor a la escalada de precios vista a fines del año pasado. En lo que va del año, las categorías de consumo -novillitos y vaquillonas livianas- registran quebrantos de entre 10 y 15 pesos respecto de los valores alcanzados durante los últimos días de diciembre, mostrando que ya no hay margen para seguir volcando nuevos aumentos al mostrador.
Pasado el pico de consumo de fin de año y con un consumo vacacional más limitado, la demanda se encuentra ciertamente estabilizada, lo que conducirá indefectiblemente a una mayor estabilización de los precios de la carne en los próximos meses, posiblemente con un pico estacional mucho más suavizado hacia el mes de marzo.
Paralelamente, el descongelamiento de tarifas, los ajustes impositivos dispuestos para el presente ciclo, así como el corte de planes de asistencia social, sin dudas generarán una mayor presión sobre el poder de compra de los argentinos, algo que en definitiva escapa a la capacidad de regulación que tienen el propio consumidor por responder ya a variables de índole macroeconómicas cuya resolución reviste una mayor complejidad.